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¿Le gustaría ser más creativo? ¡Finja que lo es!

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Pensar que no tiene talento podría ser lo que impida aflorar a su artista interior.

Quiero pedirle un
favor. Tengo unos pantalones. Dígame de cuántas maneras puedo usarlos.

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Ahora imagine que
es un arquitecto. La misma pregunta.

Ahora imagine que
es Madonna, Bill Gates, un buzo, un caballero medieval
. Es la misma prenda.
¿Qué usos alternativos se le ocurren?

Lo que acaba de
realizar, el acto consciente de ser alguien más, es un ejercicio que, de acuerdo
con el psiquiatra Srini Pillay, es fundamental para ser creativo.

Lo más irónico de
la obsesión colectiva por la creatividad es que solemos pensar en ella de
maneras nada creativas. Es decir, la mayoría ligamos tal cualidad a nuestro
concepto del yo: o somos “creativos” o no lo somos, sin matiz alguno. “¡Es que
no soy creativo!”, podría decir un frustrado estudiante de artes; en cambio,
algún otro podría culpar a su talento como pintor de que las matemáticas le
resulten tan difíciles: “El problema es que pienso más con el hemisferio
derecho del cerebro”.

Pillay,
empresario tecnológico y profesor en la Universidad Harvard, ha pasado gran
parte de su carrera desafiando tales mitos. Él cree que la clave para detonar
el potencial creativo es retar al cliché que te exhorta a “creer en ti mismo”.
De hecho, debería hacer todo lo contrario: creer que es otro.

¿Le gustaría ser más creativo? ¡Finja que lo es!

Él refiere un
estudio de 2016 que demuestra el impacto de los estereotipos en el
comportamiento individual. Los autores, los psicólogos educativos Denis Dumas y
Kevin Dunbar, dividieron a sus estudiantes universitarios en tres grupos. Les
pidieron a los integrantes de uno que se consideraran poetas excéntricos, y a
los miembros de otro que imaginaran que eran bibliotecarios estrictos (el
tercer grupo era el de control). Después, los investigadores les presentaron a
los participantes diez objetos comunes —entre ellos un tenedor, una zanahoria y
un pantalón— y les dieron la instrucción de proponer tantos usos para cada uno
como les fuera posible. A los que se les solicitó asumirse como poetas

excéntricos, se
les ocurrió la mayor cantidad de alternativas, mientras que los bibliotecarios
estrictos tuvieron la menor. A la vez, los científicos encontraron solo
pequeñas diferencias entre los niveles de creatividad de los participantes. De
hecho, los pupilos de física del primer conjunto tuvieron más ideas que los
aprendices de arte.

Estos resultados,
escriben Dumas y Dunbar, sugieren que la creatividad no es un rasgo individual,
sino un “producto maleable del contexto y la perspectiva”. Todos podemos
ostentar tal facultad, siempre y cuando creamos que contamos con ella.

El trabajo de
Pillay va más allá: argumenta que identificarse como un ser creativo resulta
menos poderoso que dar el audaz paso de imaginar que se es otro. Este
ejercicio, al que llama “disfraz psicológico”, consiste en llevar a cabo la
acción consciente de interpretar a alguien más. Un actor emplea esta técnica a
fin de entrar en un personaje; sin embargo, cualquiera puede utilizarla.

Según el
psiquiatra, lo anterior funciona porque es un acto de “desconcentración
consciente”, una manera de estimular la “red neuronal por defecto”, un conjunto
de regiones cerebrales que entran en acción cuando no te encuentras abstraído
en una tarea o pensamiento específico. Si bien esta puede ser discreta, jamás
está inactiva: pasa todo el día revisando nuestros recuerdos y recopilando
pensamientos.

Desafortunadamente,
esas ideas a menudo se extinguen porque gran parte de nosotros pasamos
demasiado tiempo preocupados.
Son un par de cosas las que más nos afligen: qué
tan exitosos somos y cuán poco nos hemos concentrado en la actividad que nos
ocupa en ese momento. Estas inquietudes se alimentan mutuamente: creemos que
una persona que no es dedicada fracasa, así que no permitimos que nuestra mente
vague por campos insospechadamente fértiles. En vez de eso, compramos audífonos
con cancelación de sonido, fruncimos el ceño y nos regañamos por tomar un
descanso.

Lo que le da peso
al argumento esgrimido por Pillay es su realismo saludable y compasivo. De
acuerdo con él, la mayoría de las personas pasan casi la mitad de sus días en
un estado de “desconcentración”. Esto no nos hace flojos; nos vuelve humanos.
La sorprendente y revolucionaria idea tras el disfraz psicológico es: ¿qué pasaría
si dejáramos de reprocharnos por nuestros intervalos de distracción y, en vez
de eso, empezáramos a aprovecharlos? Darle este vuelco a soñar despierto
significa matar dos pájaros de un tiro: se vuelve más creativo y se permite
hacer algo de lo que, de otra forma, podría sentirse culpable. Imaginarse en un
escenario nuevo o con una identidad completamente distinta, nunca había sido
tan productivo.

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