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La clave de la felicidad: pensar y actuar como niño

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La regla de los 10 años le permitirá ser una persona más entusiasta y vivir feliz.

“Todos los que trabajan en la NASA, Google o SpaceX se apasionaron por la ciencia antes de cumplir diez años”, dijo recientemente el presentador de televisión Bill Nye the Science Guy. “Esto está bien documentado. Si no fue a los 10, fue a los 11 o 12. Pero no fue a los 17, te lo aseguro”.

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Se ve fácilmente al niño de diez años dentro de Nye, ahora de 63, igual que se ve en quienes trabajan en la intersección que empalma su felicidad más profunda con las necesidades más hondas del mundo.
Walter Murch, el editor de cine ganador de un Óscar que igualmente descubrió su pasión en la infancia, siguió una trayectoria profesional más tortuosa —y  tal vez más típica— que los eternos cerebritos científicos. Le dijeron que no podía dedicarse a esas  cosas de niños. En este caso, “cosas de niños” significaba tontear con la grabadora del papá de un amigo, produciendo fragmentos de sonido. Lo encauzaron hacia actividades más prácticas, como ingeniería y oceanografía. Cuarenta y pocos años después, Murch llegó a la industria cinematográfica. Y un buen día se dio cuenta de por qué este nuevo trabajo, editar películas, le cuadraba tan bien: Sentía la misma dicha que cuando unía cintas de audio hace tantísimos años en el sótano de su amigo. “Estaba haciendo casi exactamente lo que tanto me entusiasmaba a los diez”, recuerda.
Murch se preguntó si se había tropezado con un principio general: ¿Será que lo que nos encantaba hacer entre los 9 y los 11 es a lo que la mayoría de nosotros debería dedicarse, de alguna manera, al llegar a grandes? Pensó que si esto era cierto, buena parte de nuestra satisfacción personal dependía de recordar precisamente qué era; acordarnos quiénes éramos durante esa etapa de desarrollo, en la que todo lo que tenemos dentro se manifiesta por primera vez.
Cuando investigaba material para mi libro (Vuelta en U: ¿Y si despierta una mañana y se da cuenta de que está viviendo la vida equivocada?), surgió un patrón que parecía confirmar la percepción de Murch. Entre los cientos de historias que seleccioné sobre cambios de carrera en la madurez, la “Regla de los 10 Años” apareció una y otra vez. Estas eran vidas cuyos momentos de clarividencia se habían retrasado varias décadas. Y también
—más vale tarde que nunca— cambios de rumbo de regreso a aquellos primeros entusiasmos, en busca de las coordenadas establecidas antes de que lo que deberíamos hacer (según nuestros padres, profesores y otros adultos bien intencionados) empezara a sofocar lo que amábamos y lo que éramos.
La tendencia era tan notoria que después de terminar de escribir el libro, empecé a decirles a todos los que e estaban asfixiando en la madurez: “Trate de acordarse de qué estaba hecho a los diez. Si llevaba un diario, desentiérrelo. Si todavía tiene contacto con amigos de aquella época, llámelos. Pregúnteles cómo eras usted”.
¿Por qué son tan especiales los diez años?
A los 10 se es un pequeño súper héroe; de muchas maneras se está en el apogeo de los poderes. Como cualquier mamá de un futbolista dirá, la coordinación física de pronto se consolida. “Si pudiéramos mantener nuestras funciones corporales como están a los 10”, explica Leonid Gavrilov, científico investigador en la Universidad de Chicago, “tendríamos una expectativa de vida de 5.000 años en promedio”. En realidad, el crecimiento es más lento por un año o dos, pero solo por fuera. El verdadero espectáculo sucede en el cerebro.
A los diez años, los chicos pasan de ser biólogos en pos de la teoría de la vida a convertirse en filósofos, que lidian con el hecho de que nadie escapa a la muerte. El aumento repentino en la amplitud de banda ayuda a los chicos a conciliar lo que piensan con lo que sienten.
De pronto, podrían convertirse en los que cantan las verdades en la casa. “Ustedes son aburridos”, sentenció nuestra hija mayor en la mesa, aniquilando con indiferencia a su madre luego de que le dijera que no leyera su libro de Harry Potter mientras comíamos. “’Papá solo habla de deportes y tú solo hablas de los problemas en tu oficina. Y mamá, tus nuevos anteojos son bastante feos. Solo digo’”. Su voz carecía escalofriantemente de afecto. “Y no sé qué decir del pelo”.
Pero luego, solo un instante después, la niña es tan sensible como un dedo lastimado, no con nuestros sentimientos en particular, sino con la idea de que el mundo está lleno de gente que no es como ella y que piensa distinto … el principio de la empatía.
A los 10 también nace el gusto. (Tomen nota, papás: Expongan a sus hijos a más belleza y menos boberías, ya que los gustos que aprenden ahora se les graban para siempre). A esta edad, las luces se encienden en toda su intensidad e iluminan el camino por delante. Los atletas profesionales eligen su deporte. Se fraguan las conexiones primordiales de la vida entera. Se forma una visión mundial, el principio de la tendencia política. Los psicólogos de la Universidad Cornell detectaron que un compromiso con el medio ambiente con frecuencia se rastrea directamente a la “naturaleza salvaje” que los chicos conocieron antes de los 11 años.
A medida que los niños desentrañan quiénes son, empiezan a visualizar sus vidas futuras, en ocasiones en detalle sorprendente. Debbie Millman, diseñadora gráfica y difusora multimedia, descubrió ya grande un dibujo que ella había hecho de niña. “Vaticinaba mi vida entera,” recordó recientemente. Ahí estaba ella, de unos 10 años, en las calles de Manhattan. “Caminaba con mi madre. Hay edificios, ómnibus,  taxis y barrenderos. Le puse etiquetas a todo. En media calle hay un camión de reparto. El rótulo a un lado dice ‘Papas Fritas Lay’s’”. Cuando encontró el antiguo dibujo, Millman se ganaba la vida dibujando logotipos en la ciudad de Nueva York, pero antes había deambulado profesionalmente de un lado a otro. Uno de sus clientes era PepsiCo., propietaria de Frito-Lay.
“Todavía tengo mi diario de cuarto grado … tan típico de los 10,” revela la escritora Mary Karr. “Una de las anotaciones dice: ‘Cuando crezca voy a escribir mitad poesía y mitad autobiografía.’ También pongo: ‘No tengo mucho éxito de pequeña. Cuando crezca, seguro voy a ser un desastre.’” Karr, quien tuvo una vida de altibajos y pasó un tiempo en una institución psiquiátrica, se convirtió en una aclamada escritora de memorias con tres éxitos de ventas.
Gary Vaynerchuk, un empresario de origen bielorruso, quien se describe a sí mismo como un agresivo promotor de medios digitales, recientemente encontró su anuario de cuarto grado forrado con fotos de los jugadores de su equipo favorito de fútbol americano, los Jets de Nueva York. “Fue mi primer encuentro con la cultura estadounidense,” recuerda, “una de las primeras cosas que me importó en este país”. A los 43, Vaynerchuk todavía está obsesionado con los Jets, pero de otro modo. Quiere comprar el equipo. Seguramente lo logre.

El término “NIÑO INTERIOR” fue relegado al olvido más o menos con el cambio de milenio, pero señores, hay que rescatarlo. Es hora de traerlo de vuelta. Nunca ha sido tan necesario escuchar la voz reprimida del niño dentro de uno, especialmente la del chico de diez años en nosotros. 
Los 10 son el punto ideal del desarrollo. Se tiene la edad suficiente para saber qué es lo que interesa, pero no tantos como para que los adultos hayan apagado ese fuego echando encima opciones más “realistas”. Es decir que los 10 contienen, de cierto modo, nuestro código fuente. En el pasado, un abrumador 85 por ciento de los estadounidenses manifestó que no lograba encontrar mayor sentido a su empleo y que aceptaría una disminución de sueldo a cambio de un cargo más satisfactorio. El potente chorro de Internet se cerciora de que bebamos antes de tener sed (o mejor dicho, antes que decidamos de qué tenemos sed). La señal más confiable de lo que realmente nos llenaría se pierde en el barullo. Si de verdad escucha, sin embargo, la oirá. Los chicos de 10 años están por experimentar la mayor oleada de potencia intelectual de sus vidas, comparable con las ganancias en una función ejecutiva. Pero con las ganancias vendrán algunas pérdidas a medida que el pensamiento divergente de la infancia ceda ante el pragmatismo y la lógica. Dicho de otra forma, los chicos de diez están en la transición de soñadores a abogados.
“Yo era una verdadera artista hasta que cumplí los 11”, rememoraba la humorista gráfica Liana Finck en una entrevista reciente. A los 11, se propuso ser una “profesional”. Eso cambió todo. Los estudios demuestran que la apertura, un rasgo de la personalidad relacionado con un estado infantil de curiosidad receptiva, disminuye a medida que crecemos. Así, si es artista, la obra de su vida consiste en deshacer, levantar el pie del freno que tan meticulosamente aprendió a estabilizar.
Sin embargo, la cosa es esta: Todo este proyecto de recuperar al niño interior es complicado y no solo porque muchos no hemos visto a ese niño en tanto tiempo. Aunque nos acordemos perfectamente qué nos entusiasmaba a los 10, todavía queda el tema de ajustar esa sensación al mundo adulto de hoy: Cómo madurar nuestros dones de infancia y darles su valor en nuestras vidas actuales, según lo explicó el escritor y difusor multimedia, James Altucher.
Cuando yo tenía diez años, quería estar en publicidad. Tal vez mi esposa habría preferido que yo hubiera seguido ese camino; a lo mejor, viviríamos en una casa con un verdadero jardín. Pero, ¿quién sabe? Tal vez estuviera vendiendo crema para las arrugas. Entonces, quizá la receta sea pasar la voz de ese niño de 10 por el tamiz de cómo podría adaptarlo a su vida hoy y … aceptar ese resultado.
Psychology Today (March 15 and March 26, 2019), Copyright © 2019 by Bruce Grierson, psychologytoday.com.

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