Descubrí datos poco conocidos de la vida del prestigioso actor argentino Ricardo Darín.
Hay un lugar donde los premios, el reconocimiento y la proyección internacional de Ricardo Darín, no son tan importantes. Al menos para él. Ese espacio ahora está encerrado dentro de una antigua casona reciclada en el barrio porteño de Palermo. Es su hogar. Su refugio. Allí vive con la compañera que está junto a él desde hace más de dos décadas, Florencia, y donde sus hijos, Ricardo y Clara, armaron sus vidas junto con sus padres, a la vez amigos y confidentes.
Después de un 2008 que terminó movido, el actor argentino decidió tomarse este año con más calma. “Estoy haciendo la plancha”, define. Protagonizó dos películas que se estrenarán en la segunda mitad de 2009: “El secreto de sus ojos”, dirigida por su amigo Juan José Campanella (con quien trabajó en “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda”, entre otras), y “El baile de la victoria”, basada en la novela de Antonio Skármeta, rodada en Chile bajo las órdenes del español Fernando Trueba. Pasó desde mediados del año pasado, tres meses instalado en Santiago, donde entabló un fuerte vínculo con el director, a quien define como “una persona maravillosa”. Lo mismo piensa del país: “Me pareció que va para adelante; hay mucha inquietud en la gente joven. La forma de conocer los lugares es tener contacto con la gente, y en un equipo de trabajo de filmación empezás a conocer vida y obra de cada uno de ellos. Me hice de buenos amigos, que me trataron muy bien; tuvimos muy buena química”.
Pese a su perfil de porteño superado y entrador, Darín no sufrió las viejas rivalidades de los países separados por la cordillera. Más bien se divirtió: “Nos reíamos con las clásicas antinomias chileno-argentinas, porque me relacioné con gente joven que está por encima de ese pequeño obstáculo. La pasé muy bien”.
En la soleada tarde de Buenos Aires, lo encontramos con algunas canas, el cigarrillo y sus profundos y característicos ojos azules. En toda la charla siempre aparece predispuesto a extenderse con claridad en cada una de sus respuestas. No sólo frente al grabador. También lo hace con el mozo y el hombre que pasa y le recuerda que tienen un amigo en común.
Cuando Ricardo habla de “cosas tanto o más importantes” que a veces deja de atender por su carrera, se refiere a su esposa, Florencia Bas, y a sus hijos.
“Este año me lo tomé para mí. Estoy reflexionando mucho, leyendo y tratando de recuperar ganas. Necesito descansar, quedarme en casa con mi familia. Trato de equilibrar un poco porque cuando trabajo paso mucho tiempo afuera”.
P: Estuvo tres meses en Chile. ¿Cómo mantuvo el vínculo con su familia?
R: En ese caso mis hijos no pudieron viajar y mi mujer sólo pudo ir por 24 horas. Me vino muy bien su visita porque estuve mucho tiempo sin volver a Buenos Aires. Mis chicos están acostumbrados a mis viajes de trabajo prolongados y tratamos de adaptarnos. Pero hubo otros casos donde todos me acompañaron. Siempre trato de que me visiten porque no soporto estar seis meses sin verlos.
P: ¿Cómo sostiene la relación con su mujer?
R: Dentro de lo que se puede, hemos tratado de pasar largo tiempo juntos. Aunque yo tampoco quiero que ella esté supeditada siempre a acompañarme, porque tiene toda su vida armada en Buenos Aires.
P: ¿Quién maneja el dinero en casa?
R: Florencia no sólo es el eje de la casa, es el eje familiar. Ella maneja las cuentas porque yo soy un desastre. Yo trato de cubrir otros aspectos.
P: ¿Como cuáles?
R: Llevar a los chicos al colegio, ir a buscarlos, acompañarlos. Todo lo que sea nocturno queda a mi cargo, como salidas con amigos, amigas, bailes. Soy el que lleva y trae a todos en la “combi”. Además en la casa soy el parrillero, casi exclusivo.
P: ¿Cocina?
R: Ella cocina demasiado bien para que yo me atreva a incursionar en ese terreno; sería una afrenta. A veces la ayudo. A mí me gusta picar cebolla y hacerla salteada para salsas, debe ser algún trauma juvenil. Ese momento es sumamente sublime, cuando el aceite está en la temperatura justa. Es algo que me supera.
La válvula de escape de Darín es su familia. Sostiene que su mujer es la persona que armoniza y los mantiene unidos. Y la vieja casona del barrio de Palermo, el refugio para disfrutar de todo eso.
P: ¿Tienen algún plan que saborean en familia?
R: Miramos muchas películas en casa. Se arman muchas veladas cinematográficas en grupo, con amigos de los chicos. En el invierno prendemos un fueguito en la chimenea y podemos ver hasta cuatro películas seguidas.
P: ¿Su familia siempre lo siguió en su gusto por el cine?
R: Al contrario, ellos son más fanáticos que yo.
P: ¿Suelen ver sus trabajos?
R: Muy esporádicamente. No somos fans de Ricardo Darín: en casa tratamos de burlarnos un poco del tipo, para equilibrar.
P: ¿De qué se ríen?
R: De todo. El trabajo de exposición pública hace que quieras o no, el funcionamiento familiar se ponga medio egocéntrico. Más allá de lo que uno pueda manejar, siempre está en cuestión qué dijeron, qué salió publicado. En cualquier casa de una persona con alta exposición, eso puede provocar un desajuste.
P: ¿Y cómo lo amortiguan?
R: Riéndonos un poco del personaje. Lo tomamos un poco en broma al pobre. Yo contribuyo bastante a eso, consciente e inconscientemente.
De hijo a padre
Ricardo hijo tiene veinte años, y no sólo lleva el mismo nombre que su padre famoso, estudia cine y teatro, y ahora también comparte algunas cosas de la profesión. En la última película de Campanella, consiguió ser meritorio de producción y su papá se muestra satisfecho con el resultado: “Me sentí muy orgulloso de lo que hizo. Se relacionó muy bien con la gente y desde un lugar muy sencillo. Seguramente si tenemos suerte volveremos a trabajar juntos”.
P: En la relación con su hijo, ¿siente que vuelve a los veinte años?
R: Sí, todo el tiempo. En realidad creo que no salí nunca de ahí, soy una especie de adolescente tardío, o un retrasado. A veces es un placer poder hacer el viaje de nuevo en otras condiciones.
P: ¿Es de esos padres que se preguntan cuándo sus hijos se irán de casa?
R: Ya hemos hablado mucho ese tema. Ellos dicen que les va a costar irse, porque tienen su propia independencia dentro de la casa, que es grande, con cuartos amplios. Nadie molesta a nadie. Los chicos se pueden encerrar y armar una fiesta hasta las 7 de la mañana y no pasa nada.
P: Su hija Clara ya cumplió quince años; ¿cómo se lleva con ella?
R: No vivo la relación en forma complicada. Complicado es cuando te olvidás de cómo funcionabas a esa edad porque pretendés ajustar valores actuales a una situación que desconocés. Si uno trata de adaptarse al movimiento lógico que indica tener 15 o 20 años y trata de rememorar la sensación de esos momentos, se simplifica un poco. Quizá seamos, en un punto, demasiado permisivos, pero somos de la idea de que a nuestros hijos les ha tocado vivir una época muy dura en varios aspectos. En el plano social, la inseguridad; hay demasiado temor en lo que los rodea, que ya los condiciona.
P: ¿De qué hablan en casa?
R: De todo, funciona bien el ida y vuelta. No sólo con los chicos, también con sus amigos. Es una casa abierta, donde hacemos mucho asado, muchas reuniones de cine. Por la carrera de mi hijo, de pronto viene un grupo grande a casa a ensayar y para nosotros es un honor y un orgullo que no ocurra lo que normalmente pasa cuando sos chico, llegan tus amigos y te preguntás dónde metés a tus viejos. No se sienten censurados, entonces se sienten a gusto, libres. Como devolución de gentilezas nos dejan participar de sus cosas.
Vivió la adolescencia y primeros años de juventud en los convulsionados años setenta. Criado en un departamento modesto en la zona céntrica de Buenos Aires, Darín deambulaba por los barrios de Almagro, Once y Congreso. Se define como una persona muy callejera: “Más allá de que en la década del setenta la sensación térmica política no era la mejor, como una paradoja, lo que se vivía en las calles de Buenos Aires tenía otro aroma. Todavía no desconfiábamos tanto unos de otros. La calle era una fiesta y Buenos Aires era famosa por eso. Pero en todas las épocas siempre hay plagas; mientras los más chicos disfrutábamos de todo eso, sucedía todo lo que sabemos hoy que sucedió”.
P: ¿Cómo trata en la actualidad el tema de las drogas con sus hijos?
R: Hablamos de todo. Por ahí está la llave, que vengan siempre a la consulta y tengan temas abiertos. Siempre tuvimos muy buena contención, por parte de mis suegros más que nada. Ellos son muy jóvenes en el amplio sentido del término. Son muy contenedores. Mi vieja también hizo lo que pudo, con otra historia.
A los diez años, Darín debutó en teatro de la mano de sus padres, Ricardo y Renée Roxana. Cuando habla de su papá, su mirada se enternece y los recuerdos brotan: “Mi viejo era un librepensador, era medio anarquista. Se dedicó a estimular en mí el pensamiento propio. Estaba medio loco, un genio”.
P: ¿De qué le hablaba?
R: De todo: metafísica, religión, poesía, teatro. Creo que seguramente se sintió estimulado a seguir en función de mi devolución; se ve que yo me prendía en la charla. Él me proponía ejercicios mentales. Él tenía un gran sentido del humor.
P: ¿Y su mamá?
R: Mi vieja también es muy divertida, pero era la que estaba más preocupada por el aspecto de la estabilidad económico-familiar. Los dos eran actores, que venían de la época de la radio y vivieron el nacimiento de la televisión, lo que fue toda una revolución. Yo era muy chico. Mi viejo falleció hace veinte años, una semana antes de que naciera mi hijo.
P: ¿Qué cosas de su padre transfirió a sus hijos?
R: Creo que me transmitió ese gen para estimular el libre pensamiento en los chicos. En una era como esta, en la que a los chicos se les exige tener éxito, trato de estimular el hecho de tener una válvula de escape, de respetar sus propias convicciones, de saber pensar por sí mismos. No sé si lo haré tan bien como él, pero ahora creo que estoy habilitado para decir que le sigo los pasos.