Una selección de chistes sobre animales del libro: «La risa, remedio infalible». ¿Qué tipo de animal te hace reír más?
Un ladrón entra en una casa. En el momento en que va a forzar la puerta ve un letrero que dice: “Cuidado con el loro”.
—¡Qué miedo! —exclama en tono de burla.
Entra en el vestíbulo y ve otro letrero que dice lo mismo. Cuando llega al comedor ve a un loro en una jaula y un cartel que advierte: “Cuidado con el loro”.
Un poco asustado ya, dice el ladrón:
—A este loro me lo echo.
Entonces el loro grita:
—¡Sultán! ¡Ataca!
— CARMEN UREÑA
Cierto individuo se presentó en una tienda de mascotas y pidió que le vendieran un animal fuera de lo común.
—Tengo exactamente lo que necesita —le dijo el encargado—: un ciempiés inteligente.
—¿Y qué es lo que hace este ciempiés? —preguntó el hombre.
—Lo que usted pida.
El hombre se lo llevó y, al llegar a su casa, le pidió que le trajera sus pantuflas. El animal obedeció al punto. Inmediatamente después encendió la televisión, le preparó a su amo una taza de té, pasó la aspiradora y planchó la ropa.
En eso, el individuo recordó que había olvidado comprar el periódico, así que le pidió al ciempiés inteligente que saliera a comprarlo. Al cabo de una hora, el animal no había regresado. Pasó otra hora, y nada. Finalmente, el hombre fue a la puerta y encontró al ciempiés sentado en las escaleras.
—¿Dónde estabas?
—En ninguna parte —respondió el animal—. Todavía no acabo de ponerme las botas.
— ANGELA HALL
Mi vecina puso un letrero en su casa que decía: “Cuidado con el perro”. Cuando fui a conocerlo, me llevé una sorpresa, pues yo imaginaba un animal grande y fuerte y me encontré con un salchicha diminuto. Comencé a reír y mi amiga me dijo: “El letrero es para que no lo pisen”.
— VERÓNICA HIPÓLIT
Una ratona y su bebé cruzaban por un piso encerado cuando escucharon que los venía persiguiendo el gato. Mamá ratona sintió cerca las garras del felino. Se volvió y gritó lo más fuerte que pudo:
—¡Guau, guau!
El gato huyó despavorido. Tras recuperar el aliento, mamá ratona tomó a su bebé en brazos y le dijo:
—Ahora, hijito, comprenderás lo importante que es dominar otro idioma.
— SANDRA J. HULDENO
Mi cuñada, que trabaja conduciendo un tráiler, había decidido conseguir un perro para su protección. Cuando examinó un posible candidato, el entrenador le dijo:
—No le gustan los hombres.
—Perfecto —pensó ella y se llevó al perro.
Un día que la abordaron dos sujetos en un estacionamiento, ella se puso muy atenta para ver cómo reaccionaría su perro guardaespaldas. Pronto le quedó claro que el entrenador no estaba bromeando. Cuando los hombres se acercaron, el perro huyó a esconderse bajo el auto más cercano.
— DANNY ARIAIL
A Juan no le caía bien el gato de su familia, así que decidió deshacerse de él. Lo subió a su auto y lo dejó a 20 cuadras de la casa, pero al regresar lo encontró frente a la entrada. Al otro día lo abandonó a 40 cuadras de distancia, y pasó lo mismo.
Frustrado, la mañana siguiente le dio un tortuoso paseo, con vueltas a la derecha, a la izquierda y en U, para desorientarlo, y al final lo dejó en un parque, al otro extremo de la ciudad. Cuatro horas después, telefoneó a su esposa y le preguntó:
—Mi vida, ¿está el gato ahí?
—Sí, ¿por qué? —contestó su mujer.
—Es que me perdí y necesito que me diga cómo regresar.
Una niñita entró un día a mi tienda de mascotas y me preguntó:
—Oiga, perdone, ¿tiene conejos?
—Sí, claro —le respondí y me incliné para preguntarle—, ¿te gustaría un conejo blanco o preferirías un suave y peludo conejo negro?
Encogió los hombros y me dijo:
—No creo que a mi pitón le importe el color.
— CINDY PATTERSON
Con una expresión resignada en el rostro, pero al mismo tiempo con una actitud firme y decidida, un hombre llevó a su mascota a lo del veterinario.
—Vine a que le corte la cola a mi perro —dijo.
—Pero ¿por qué? —repuso el médico, un tanto sorprendido—. ¿Cuál es el problema?
—Resulta que mi suegra va a venir a la casa a vivir con nosotros, y no quiero que vea ninguna señal de bienvenida.
— DAVID MACRAE
Después de que murió nuestro perro, mis padres lo llevaron a cremar y pusieron sus cenizas en un estuche especial sobre la chimenea. Un día, un vecino vino a jugar y le llamó la atención el enigmático estuche.
—¿Qué hay en la caja? —nos preguntó.
—Es nuestro perro —contestó mi madre.
—Ah —dijo el niño sin más.
Un minuto después señaló:
—Se ve terriblemente quieto, ¿no creen?
Un chihuahua y un dálmata iban caminando por la calle. El primero se voltea hacia el dálmata y comienza a quejarse amargamente:
—Mi vida es un desastre; mi amo es tacaño; mi novia me engaña con un pastor alemán y yo estoy tan nervioso como un gato.
—¿Y por qué no vas a ver a un psiquiatra? —le pregunta el dálmata.
—No puedo —le responde el chihuahua—; nunca me han dejado subir a los sillones.
— JOHN W. GAMBA