Palacios, castillos, mezquitas, techos renacentistas… Estos monumentos demuestran que la extraordinaria visión del hombre puede sobrevivir al paso de los siglos. …
Palacios sorprendentes
Palacios de Potala y Versalles, testimonios de la lucha espiritual y del triunfo de la sofisticación.
Residencias oficiales de miembros de la realeza y jefes de estado, los palacios son la personificación arquitectónica del poder y el prestigio. Nunca han servido solamente de hogar, sino que fueron, y en algunos casos siguen siendo, centros de gobierno y de encuentro entre funcionarios, administradores y visitas. Como tales, se trata de comunidades muy estructuradas donde todos conocen claramente sus funciones en la tarea de servir al líder.
Dos de los palacios más sorprendentes del mundo simbolizan el poder de maneras muy diferentes: uno representa la cima de la lucha espiritual, el otro, un himno al triunfo de la sofisticación.
El Palacio de Potala era la residencia histórica de invierno del Dalai Lama, líder espiritual del Tíbet. Se trata de una construcción que se eleva hacia el cielo sobre una ladera escarpada en el centro de la capital, Lhasa.
Erigido en 1645, el palacio más alto del mundo encierra una concentración sin igual de la cultura tibetana. El exterior tiene el sólido perfil de una fortaleza, con muros robustos e inclinados hacia adentro que se elevan a lo largo de unos 13 pisos de escalones y terrazas planas que conducen a una cima empinada rodeada de estandartes cilíndricos llamados dhvaja. En el interior, un laberinto de unas 1000 habitaciones que incluyen salones y capillas con miles de estatuas y pinturas religiosas, santuarios tallados y adornados con joyas, y preciosas estupas doradas que contienen los restos de los Dalai Lamas pasados, motivo de peregrinaciones a este lugar hasta nuestros días.
Cuando en 1668 el Rey Luis XIV de Francia comenzó a remodelar la residencia de caza de la familia real en Versalles, 16 kilómetros al oeste de París, se embarcaba en un proyecto que terminaría dando lugar al palacio más grande y extravagante de Europa. Suntuosas habitaciones y salas, con la Galería de los Espejos en el centro -un ambiente de 73 metros de longitud en el que cuelgan 357 espejos- crean una sensación de dramatismo mientras se avanza hacia las habitaciones reales. Los jardines formales, diseñados con lagos, estatuas y fuentes, son los más grandes en torno a un palacio en toda Europa. Todo reflejaba la gloria y el poder del Rey Sol.
Las obras de construcción continuaron bajo los reinados de Luis XV y XVI, y durante un siglo Versalles lideró las tendencias arquitectónicas y de la moda en Europa. Nada ha logrado competir con la ambición y magnificencia que representa este edificio, ni tampoco con su costo.
Castillo en el cielo
Luis II de Baviera, conocido también como el Rey “Loco”, construyó castillos de la misma manera que otros monarcas encargaban la construcción de carruajes o pinturas. Su creación máxima fue Schloss Neuschwanstein, un castillo digno de cuento de hadas que inspiró a Walt Disney.
Al amanecer, entre las siluetas del valle alpino del estado alemán de Baviera, se puede ver el castillo Schloss Neuschwanstein que parece flotar en el aire. Es increíblemente hermoso y al mismo tiempo extravagante: un monumento medieval construido en una época relativamente moderna con un costo colosal y a escala gigantesca.
Hoy, 122 años después de su construcción, Schloss Neuschwanstein aún exuda una solemnidad real de ensueño. Paradójicamente, da más la talla de un castillo medieval que muchos otros ejemplos de la vida real.
Con su fortuna personal, en lugar de hurgar en las arcas del estado, Luis II de Baviera, el Rey Loco, comenzó a construir una serie de castillos. Neuschwanstein estaba destinado a ser su refugio en lo más alto del acantilado, una fantasía que evocaba mitos medievales y un escenario espectacular para el trabajo del compositor Richard Wagner.
Si bien las características de Neuschwanstein eran ciertamente medievales por el abundante uso de intrincados tallados en madera y tapices y ornamentos colgados en las paredes, el diseño también era de lo más avanzado en términos de comodidades modernas. Muebles opulentos, alfombras, timbres eléctricos para llamar a la servidumbre, calefacción central, agua corriente fría y caliente en los dormitorios y hasta líneas telefónicas. Tan solo el edificio principal tenía más de 200 habitaciones, aunque el interior nunca se terminó de construir.
Luis pidió prestado mucho dinero para financiar sus ambiciones arquitectónicas y finalmente poderosos ministros de gobierno lograron que se lo declarara mentalmente incapacitado y fuera destituido. Pero hoy sus creaciones, y Neuschwanstein en particular, están entre las atracciones turísticas que más dinero generan dentro de Alemania. Quizás sus diseños no eran tan locos después de todo.
Rapsodia en azul
El magnífico exterior de esta gran mezquita solo se puede atribuir al enorme legado del Imperio Otomano que vive en su interior: mosaicos azules de Iznik, delicados cristales venecianos, arabescos que parecen tener movimiento y exquisitos textos caligráficos.
En Estambul existen más de 3000 mezquitas, algunas descansan en rincones tranquilos, otras se elevan majestuosas. Pero ninguna es tan imponente como la Mezquita Azul, construida por el Sultán Ahmet I.
Poco después de que el devoto Ahmet llegara al trono en 1603 a la edad de 13 años, buscó hacer realidad su anhelo de construir una nueva mezquita que incluyera un hospicio, cocinas y baños públicos, un bazar y una escuela. El Antiguo Hipódromo romano, que había sido sede de numerosas carreras de carros, fue elegido como el lugar indicado para este proyecto.
A medida que pasaba el tiempo, Ahmet visitaba con frecuencia el lugar para supervisar a los trabajadores y dar indicaciones y consejos. La obra se terminó en 1617. Conocida en todo el mundo como la Mezquita Azul por su decoración interior, es tanto un punto emblemático como un lugar de culto permanente.
Una cadena de hierro cuelga a través de la entrada principal de manera que aún en Sultán, quien entraba a caballo, tuviera que inclinar su cabeza como signo de respeto. Entrada, patio delantero, escalones, otra puerta y finalmente el patio interno: la disposición revela una cúpula detrás de otra, hasta llegar a la cúpula central de 43 metros de altura. Se trata de un diseño ingenioso que invita a los peregrinos a mirar cada vez más arriba hacia el cielo.
El salón de oración, con capacidad para 10 000 fieles, es una habitación abierta de gran tamaño que cuenta solo con dos elementos esenciales: un mihrab o nicho de mármol delicadamente tallado que indica la dirección de la Meca y un minbar o púlpito muy elaborado, donde el imán se dirige a la congregación durante las celebraciones de los viernes. La luz natural se filtra en el salón a través de más de 200 ventanas que crean rayos dorados que atraviesan las sombras a medida que el sol va cambiando de posición.
Este increíble interior ha perdido algo de su brillo con el tiempo, y referirse a la mezquita como “azul” es algo exagerado. Sn embargo, casi nadie duda de que este gran diseño del Sultán Ahmet marcó un hito en la arquitectura otomana clásica.
Ciudad de la libertad
Techos de tejas rojas, palacios renacentistas y su brisa costera, poco dicen sobre la gran lucha por la libertad que ha protagonizado esta antigua ciudad, con su puerto protegido por muros fortificados que ningún enemigo logró vulnerar jamás.
Para potenciales invasores, Dubrovnik, con rústicas montañas de un lado y escarpados acantilados del otro, debe haber parecido impenetrable. Aún hoy, todo lo que pueden ver los visitantes a medida que llegan en bote a este lugar es el impactante muro de piedra que rodea a la antigua ciudad y su puerto, flanqueada por torres, bastiones y fuertes. Estos muros se encuentran entre las construcciones defensivas más grandes y mejor conservadas de Europa.
¿Por qué este puerto relativamente pequeño del sur europeo necesitaba fortificaciones tan importantes? Ya en el siglo 12, la ciudad-estado autónoma Ragusa, nombre con el que se conocía a Dubrovnik en aquel entonces, se encontró amenazada entre poderes rivales -bizantinos y venecianos desde el norte y oeste y, más tarde, otomanos desde el este- que se disputaban el control de las lucrativas rutas comerciales del Mar Adriático. Con astuta diplomacia, Ragusa logró mantener su autonomía y alcanzó años de gran prosperidad como puerto comercial.
Cuando Constantinopla cae en manos de los otomanos en 1453, seguida por Bosnia en 1460, Dubrovnik decidió fortalecer sus defensas. En el punto más alto de sus murallas, se dispuso la Torre Minceta de forma circular alrededor de un fuerte anterior, rodeada de muros gruesos y almenas. El Fuerte Bokar, considerado el fuerte más antiguo con casamata que se conserva en Europa, se diseñó para defender la Puerta de Pila, entrada principal del lado continental de la ciudad.
El más imponente de todos es el Fuerte de San Lorenzo, posado sobre una roca empinada y ubicado justo afuera de la muralla oeste a unos 37 metros sobre el nivel del mar. Por encima de la entrada del fuerte se encuentra grabado el lema: “La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo”.
Durante el siglo 19, Ragusa perdió su preciada libertad: primero ante el dominio napoleónico y luego austríaco. Un turbulento siglo 20 culminó en la Guerra de Croacia por la independencia a comienzos de 1990, cuando el Ejército Popular Yugoslavo bombardeó la ciudad durante tres meses. La paz volvió finalmente y se repararon los daños. El espíritu de libertad de Dubrovnik continúa vivo.
Visiones gloriosas
El arte y la arquitectura se funden perfectamente en estas iglesias monásticas ortodoxas espléndidamente decoradas en un rincón de lo que hoy es el noreste de Rumania.
La construcción del Monasterio de Voronet, en Gura Humorului, zona que hoy conocemos como el noreste de Rumania, comenzó en 1488 según lo dispuesto por Esteban III de Moldavia para agradecer a Dios por su triunfo sobre los turcos en la zona cercana de Vaslui.
La capilla principal del monasterio, consagrada a San Jorge, tiene tres bóvedas que en su parte superior exhiben cúpulas y medias cúpulas; el efecto visual general trae a la memoria un conjunto de caparazones de caracoles. En su interior, estaba adornada con hermosos murales que representaban la Pasión de Cristo, una imponente obra maestra del arte bizantino tardío. Más sorprendente aún era el fresco de vibrantes colores en las paredes exteriores de la iglesia.
El monasterio de Esteban marcó una tendencia. Durante las siguientes décadas, se fundaron distintas residencias monásticas ortodoxas en toda la región, y todas competían por tener las últimas tendencias en esplendor artístico. El monasterio ubicado en Humor, a solo unos kilómetros de Voronet, se inauguró en 1530. Toma de Suceava, el artista que decoró esta iglesia, tenía debilidad por los marrones rojizos intensos. Es particularmente llamativa la escena en la que se ve a la Virgen María que interviene para salvar la Antigua ciudad de Constantinopla del asedio persa.
El último gran monasterio se construyó más al este, en Sucevita. Sus frescos, que no se diseñaron hasta comienzos del siglo 17, incluyen la estupenda Escalera de la Virtud, que muestra los escalones a través de los cuales los creyentes ascienden al Cielo. Intrépidas almas se balancean sobre un abismo vertiginoso, aclamadas por ángeles desde arriba y por demonios desde la parte inferior.
Joya del Atlántico
Una pintoresca combinación de arquitectura colonial y pujante cultura brasilera se conjugan en esta brillante ciudad con vista al Océano Atlántico.
Es posible que no sea tan conocida como otros puntos dispersos por el planeta, pero Olinda, una ciudad situada en el noreste de Brasil, se destaca por su arquitectura meticulosamente preservada y su vibrante vida cultural. Las raíces de esta ciudad datan del año 1535, cuando el líder militar portugués Duarte Coelho Pereira fundó un pequeño asentamiento en la ladera de una montaña de esta zona. A comienzos del siglo 17 ya se había convertido en la capital de la región de Pernambuco y era uno de los centros de la industria portuguesa de la caña de azúcar.
La guerra en Europa condujo a la invasión y ocupación holandesa del noreste de Brasil de 1630 a 1654. Los invasores eligieron Recife como su fortaleza y luego incendiaron por completo la cercana ciudad de Olinda.
Cuando regresaron los portugueses, reconstruyeron Olinda y la transformaron en una ciudad aún más espléndida, combinaron construcciones que habían logrado sobrevivir con nuevas edificaciones en estilo Barroco. Lo más destacable son las iglesias, conventos y seminarios, y sus interiores intensamente decorados con madera tallada, ornamentos dorados, esculturas y mosaicos pintados. Entre las construcciones más importantes se incluyen la Iglesia de Carmo, la iglesia de la Orden de los Carmelitas más antigua en Brasil, la Catedral de Olinda y el Convento de San Francisco.
En las angostas calles empedradas se pueden ver cientos de casas del mismo período. Pintadas en colores brillantes, sus hermosas fachadas están decoradas con persianas de madera y balcones de hierro forjado. Las tareas de conservación comenzaron en 1970 y las estrictas normas de renovación han logrado preservar la integridad arquitectónica de la antigua ciudad.