Jerome Burne explica por qué la era de la tecnología digital nos exige una forma de pensar completamente distinta.
Igual que millones de adolescentes, mi hija Kitty, de 14 años, suele estar sentada en el sofá, con su computadora portátil sobre las piernas, buscando información para una tarea escolar. La televisión está encendida, y Kitty a veces se conecta a Facebook. Envía mensajes de texto y hace llamadas por su teléfono celular, y se pone y se quita los audífonos de su iPod.
A mí —como a la mayoría de los padres—, trabajar de esa manera me parece imposible. “¿Cómo puedes pensar con tanto ruido?”, le decimos a gritos a Kitty. Antes, las tareas escolares se hacían en silencio y sin ninguna fuente de distracción, pero para mi hija y los demás chicos de su edad, eso es lo normal.
La pregunta que muchos expertos ahora se hacen es: ¿cómo afecta al cerebro esta manera de trabajar?
Kitty y sus amigos no son los únicos que se exponen diariamente a estas oleadas de información. Los estudios revelan que los empleados de oficina son interrumpidos cada tres minutos por sus teléfonos, computadoras o colegas. Quienes hacen frecuentes viajes de trabajo son localizables todo el tiempo por medio de sus celulares, y en forma simultánea (e ilegal) manejan, charlan y escuchan la radio. Algunos piensan que el silencio y la concentración total se han convertido en un verdadero lujo.
Pero no se trata de la consabida queja en contra de los avances tecnológicos. En los últimos años ha ocurrido una revolución en la manera en que los científicos entienden lo que el cerebro humano es capaz de hacer, y cómo puede ser modificado por nuestro entorno.
¿Es cierto entonces que el cerebro se puede modificar?
Hasta hace una década, los libros de texto aseguraban que las personas morimos con el mismo cerebro con que nacemos, que la producción de nuevas células cerebrales es imposible. Hoy día, esa idea ya cambió. “Los escáneres de alta tecnología con que contamos ahora muestran que nuestro cerebro cambia constantemente”, señala Álvaro Fernández, presidente, director ejecutivo y fundador del sitio web de entrenamiento cognoscitivo SharpBrains. “Las neuronas mueren, pero todo el tiempo se producen nuevas. Estas pueden formar conexiones de maneras novedosas y diferentes, según lo que el cerebro esté haciendo”. Las tareas que encomendamos a este órgano pueden cambiar literalmente su estructura física.
Sin embargo, en 2008 se produjo un hallazgo aún más importante y alentador: resulta que si uno se adiestra en el uso del programa informático apropiado, puede expandir su memoria de trabajo: el equivalente humano de la RAM de las computadoras. Es la memoria que usamos para procesar y recordar información durante períodos breves, como cuando hacemos operaciones aritméticas en la mente o cuando tratamos de recordar dónde hemos visto antes a una persona. Y, al reforzar esa memoria, uno puede aumentar su cociente intelectual ¡hasta en 10 puntos!
Los conductores de los elegantes taxis londinenses son un ejemplo clásico de cómo el uso constante de una habilidad específica puede modificar el cerebro. Tomografías cerebrales de esos taxistas han mostrado que su hipocampo (la región que se ocupa de la memoria y la orientación) es más grande de lo normal, ya que tienen que memorizar una red de decenas de miles de calles, aunque es posible que el uso cada vez mayor de los sistemas de navegación por satélite les achique el hipocampo de nuevo.
¿Cómo nos está afectando hacer muchas cosas a la vez?
Los expertos discrepan mucho al respecto, lo cual no debe extrañarnos. La periodista y escritora estadounidense Maggie Jackson considera que nuestra desmedida afición a los clips de audio y video, a Twitter y a la información digital nos está llevando a un nuevo oscurantismo. “Se nos quiere hacer creer que la multifuncionalidad es la mayor forma de eficiencia –dice–, pero en realidad es muy ineficiente: al pasar de una tarea a otra y luego a otra más, no prestamos a ninguna de ellas una atención completa”. Peor aún, no nos deja tiempo para la creatividad.
¿La multifuncionalidad acorta nuestro lapso de atención porque no nos concentramos en una sola tarea?
No, en absoluto, dice el doctor Torkel Klingberg, director del Laboratorio Neurocientífico de Desarrollo Cognoscitivo en el Instituto Karolinska de Estocolmo, y uno de los investigadores que descubrieron que es posible expandir la memoria de trabajo. En su opinión, la habilidad del cerebro para aumentar esta capacidad cuando lo requiere parece ser la solución de su propio problema: “Es muy posible que la creciente carga de información no sólo sea inofensiva, sino que podría mejorar incluso nuestras habilidades cognoscitivas al expandir la memoria de trabajo para procesarla”.
Así pues, el estilo multifuncional que mi hija Kitty tiene para hacer sus tareas escolares quizá sea una manera muy eficaz de ejercitar su cerebro. Justamente porque tiene que aprender a lidiar al mismo tiempo con varias fuentes de información distintas, su cerebro tal vez esté funcionando como el de los taxistas londinenses cuando tienen que aprender de memoria toda la red de calles de su ciudad.
En el momento actual, nadie sabe a ciencia cierta qué efectos podría tener la multifuncionalidad en el largo plazo; sin embargo, esto no ha impedido que florezca una nueva industria: el entrenamiento cerebral. En muchos países hoy se venden, por ejemplo, programas de juegos y ejercicios mentales para videoconsolas, como Brain Training y Brain Age (consulte el sitio brainage.com/launch/world.jsp).
También se ha puesto de moda la idea de que podemos ejercitar físicamente el cerebro, tal como fortalecemos los músculos haciendo flexiones o levantando pesas en un gimnasio. En Internet han surgido numerosos sitios de gimnasia cerebral que ofrecen toda clase de productos y servicios, desde libros y cursos hasta programas y juegos (visite, por ejemplo, en nuestro Facebook Selecciones Argentina o www.cognifit.com/es/juegos-mentales)
¿Sirve de verdad el entrenamiento cerebral?
Muchos neurocientíficos y psicólogos no están muy convencidos de que sea así. Un reciente estudio llevado a cabo en los Estados Unidos por la organización de salud Lifespan y publicado en la revista Alzheimer’s and Dementia, concluyó que los juegos diseñados para ejercitar el cerebro no sirven para frenar el avance de la enfermedad de Alzheimer. En 2009, una revista británica de orientación al consumidor, Which?, llegó prácticamente a la misma conclusión. “La mayoría de las pruebas sobre la eficacia de los dispositivos de entrenamiento cerebral resultan ‘débiles’”, dijeron varios neurocientíficos en un informe.
En septiembre pasado, la cadena BBC inició el experimento Brain Test Britain a fin de reunir más pruebas, e invitó al público a entrar en un sitio web y hacer 10 minutos de entrenamiento cerebral con varios programas durante seis semanas. Los resultados se analizarán científicamente y se darán a conocer este año en bbc.co.uk/labuk/esperiments/brain testbritain/articles/about.
Sin embargo, según la doctora Tracy Alloway, psicóloga de la Universidad de Stirling, Escocia, no se necesita un experimento masivo como ese para demostrar que el entrenamiento cerebral funciona. “Algunos estudios arrojan resultados negativos, por supuesto —dice—, pero hay que preguntarse qué función mental se pretende mejorar y con cuáles técnicas. Si uno va a un gimnasio todos los días y hace 20 minutos de sentadillas y flexiones abdominales, no podrá quejarse después si su tiempo en la maratón no mejora. Para correr, hay que hacer los ejercicios apropiados”.
¿Qué funciones mejoran más con el entrenamiento cerebral?
De acuerdo con estudios recientes, la memoria de trabajo es la función en la que más conviene concentrarse. La doctora Alloway y otros especialistas han demostrado que esa memoria se puede expandir con el entrenamiento cerebral y, lo que es más importante, que tiene un beneficio extra: la inteligencia y la atención mejoran. “Mis investigaciones revelan que una memoria de trabajo deficiente, condición que afecta a uno de cada 10 niños, produce un desempeño escolar aún más deficiente”, dice la psicóloga.
En septiembre de 2009, Alloway presentó los resultados de un estudio sobre un programa de computadora llamado JungleBrain: ocho semanas de juego con él expandió la memoria de trabajo de 12 niños de entre 11 y 14 años, y aumentó en 10 puntos su cociente intelectual, lo cual fue extraordinario. “Tanto en lectoescritura como en matemáticas, su puntuación aumentó”, asegura. “Pero lo más emocionante fue que los chicos que tenían el peor rendimiento fueron los que mejoraron más”. Lo que resultó preocupante fue que los chicos del grupo de control, a quienes se les dio el tipo de apoyo habitual, apenas mejoraron.
JungleBrain es la versión simplificada de un programa mucho más difícil llamado N-Back, el cual, en términos de entrenamiento cerebral, es el equivalente de una maratón. En 2009, un equipo de investigadores de la Universidad de Berna utilizó el N-Back para demostrar de manera definitiva que es posible expandir la memoria de trabajo. Hasta entonces, los psicólogos creían firmemente que la capacidad de la memoria de trabajo era fija.
Esta memoria es también la parte del cerebro que se ejercita vigorosamente cuando uno se enfrasca en varias tareas a la vez. Cuando mi hija Kitty abre dos o más ventanas en su computadora, hace una búsqueda en Internet y lee un texto simultáneamente, tiene que retener los detalles en su memoria de trabajo.
El N-Back ejemplifica con mayor precisión el desafío que Kitty enfrenta todas las tardes. “La persona tiene que hacer dos tareas distintas al mismo tiempo y, a medida que las va dominando, la dificultad aumenta”, explica la doctora Alloway. Hay que memorizar el orden en que se encienden y apagan los cuadros de una rejilla, y a la vez retener una lista de letras que el programa pronuncia en voz alta.
El estudio sobre el N-Back no sólo demostró que un programa de computadora puede modificar una parte del cerebro que todos creían que era inmutable: también reveló algo que lo hace aún más valioso como herramienta de entrenamiento: mejoró una función cerebral muy importante conocida como “inteligencia fluida”.
Qué es la inteligencia fluida?
“Usamos la inteligencia fluida para hacer conexiones”, dice Álvaro Fernández. “Nos permite identificar pautas y resolver problemas. Es lo opuesto de la inteligencia cristalizada, que depende de la memoria de largo plazo”. Mientras que la inteligencia fluida alcanza su nivel máximo en la segunda década de la vida, la inteligencia cristalizada (donde uno almacena todo, desde el marcador de un partido de fútbol hasta la manera de construir un barco) normalmente se mantiene estable hasta los 60 años.
¿La tecnología digital está cambiando todo esto?
Así es. Gracias a Internet, ya no tenemos que depender de nuestro cerebro para retener datos como la duración del reinado de un monarca o si el ornitorrinco es o no un mamífero. Mi hija Kitty ahora obtiene este tipo de información mientras navega por la Red y escribe mensajes de texto. “Estamos entrando en una era en que la inteligencia fluida se volverá aún más importante”, dice Fernandez.
El doctor Klingberg cree que la multifuncionalidad tal vez ya nos esté haciendo más inteligentes. “Luego de analizar los resultados de pruebas de inteligencia aplicadas a lo largo de décadas, ahora sabemos que el nivel general del CI está aumentando”, señala. “Aparentemente, se trata de un círculo virtuoso. Cuando hacemos varias tareas a la vez, nuestro cerebro responde al mayor cúmulo de información aumentando la memoria de trabajo, lo que eleva nuestra inteligencia fluida”.
Sin embargo, quizá también estemos pasando por alto los riesgos de la multifuncionalidad. “Desde luego, en la era digital a veces necesitamos realizar varias tareas al mismo tiempo —dice Maggie Jackson—, pero si esto se convierte en nuestra principal manera de trabajar, será un desastre. Para desempeñarnos bien, debemos concentrar nuestra atención”.
La raíz del problema es que estamos diseñados para responder a los cambios en nuestro ambiente, así que cada mensaje electrónico que recibimos reclama nuestra atención. Pero esto nos puede convertir en robots obligados a reaccionar ante situaciones que todo el tiempo compiten por nuestra atención. “Es un error creer que el entrenamiento cerebral va a resolver esto”, añade Jackson. “Nuestras habilidades cognoscitivas más refinadas —la inteligencia fluida, la creatividad, la toma de decisiones— exigen toda nuestra atención para funcionar adecuadamente”.
¿Cuál es la solución?
Recuperar el control sobre la tecnología. Empiece por prestar atención a su atención; sea consciente de cómo la usa. Algunas empresas designan un “período en blanco” en el que los empleados no deben atender el teléfono ni el correo electrónico, a fin de permitir que surjan la creatividad y soluciones nuevas a los problemas. Una vez que usted haya retomado el control, el entrenamiento cerebral podría darle algunas ventajas.
Ahora casi puedo mantener el ritmo de mi hija Kitty porque tengo más cosas almacenadas en mi inteligencia cristalizada, pero ella ya empieza a superarme en inteligencia fluida. Creo que me convendría someterme a unas sesiones largas y rigurosas con el programa N-Back…