El órgano que late en nuestro pecho no tiene nada que ver con las emociones, aunque suele reaccionar a ellas.
Olvidemos canciones y publicidad que asocian el corazón con el amor. El órgano que late en nuestro pecho no tiene nada que ver con las emociones, aunque suele reaccionar a ellas. El corazón es un caballo de tiro fantástico, una bomba que late sin descanso a intervalos regulares, casi 70 veces por minuto, cada hora, día y noche, tal vez durante un siglo. Es el músculo que más trabaja en el cuerpo y que genera cada día la energía suficiente para mover un camión 32 km.
Cada semana se contrae casi 700.000 veces; en el transcurso de una vida promedio, más de 2.500 millones de veces. Trabaja arduamente y controla un servicio de mensajería que nunca se detiene, enviando sangre cargada con oxígeno y nutrientes, para sostén de la vida, a través de cientos de km de vasos sanguíneos y llevándola de regreso para limpiarla de residuos. ¿Qué otra máquina brinda servicio tan confiable sin requerir grandes cuidados y atención?
A pesar de su poder, el corazón es bastante pequeño: un músculo no mucho mayor que un puño cerrado. Y no obstante su importancia, muchos de nosotros sabemos poca cosa de él. Por ejemplo, pensamos que es un órgano sencillo, cuando en realidad está formado por dos bombas, cada una con dos cavidades.
Pida a alguien que coloque una mano sobre su corazón y con seguridad señalará el lado izquierdo de su cuerpo. En realidad, el corazón se encuentra casi en el centro del pecho, un poco más a la izquierda que a la derecha. La razón para que lo ubiquemos en el lado izquierdo se debe a que es ahí donde lo sentimos latir. Otra idea errónea, avalada por la publicidad y las tarjetas del día de San Valentín, se refiere a su forma. Para ser precisos, el símbolo del corazón debería ser una pera.
El corazón y sus funciones tienen una larga historia, plagada de errores. Hasta el siglo XVII, los médicos pensaban que el hígado producía la sangre y que el corazón la enviaba una vez solo a determinados depósitos del cuerpo. En 1553, Miguel Servet fue quemado como hereje por declarar con toda la razón que la sangre pasa del lado derecho del corazón al lado izquierdo a través de los pulmones. No cabe duda de que su sino selló los labios de otros médicos y permitió que perduraran falacias sobre el papel del corazón.
Este músculo trabaja como muchas bombas, con válvulas que aseguran que la sangre fluya solo en una dirección. Pero a diferencia de muchas bombas de agua que funcionan sin interrupción, el corazón bombea y luego descansa. Esta secuencia está controlada por impulsos eléctricos originados en su marcapaso interno, el nódulo senoauricular, situado arriba de la aurícula derecha, una de sus cavidades.
En tres fases precisas, el corazón se llena de sangre y la bombea. Estas fases se llaman diástole, sístole auricular y sístole ventricular, y en un corazón sano se suceden acompasadamente. En cada latido, el volumen de sangre bombeado por ambos lados del corazón debe guardar sincronía, aunque la fuerza requerida para enviarla a los pulmones para que se oxigene es menor que la necesaria para que circule en todo el cuerpo.
El corazón está diseñado precisamente para resolver el problema de envío y evitar la acumulación de sangre en un lado y la falta de ella en otro. Su lado izquierdo se contrae con mayor fuerza que el derecho, por eso tiene esa forma: con más masa muscular en el lado izquierdo. No importa si late 200 veces por minuto, como sucede si se realizan ejercicios vigorosos, o una tercera parte si se está en reposo, el corazón debe conservar ese ritmo. Además, debe controlar las variaciones de salida. Al hacer ejercicio, los músculos requieren mayor cantidad de oxígeno. Para proporcionárselo, el músculo cardíaco bombea 50 litros de sangre por minuto, en comparación con casi 6 litros cuando se está en reposo.
Estos cambios de ritmo y rendimiento se logran de dos maneras: al bombear más sangre, el corazón también recibe más. Al aumentar el volumen que recibe se produce un aumento automático en el volumen de salida. Además, un núcleo de células nerviosas, ubicadas en el encéfalo, vigila el corazón en el llamado centro cardíaco. Estas células nerviosas forman parte del sistema nervioso autónomo, que controla varias funciones vitales sin que tengamos que preocupamos de ello. Cuando se está en reposo, el ritmo cardíaco disminuye automáticamente. Al hacer ejercicio, se liberan dos hormonas, adrenalina y noradrenalina, que aumentan el ritmo cardíaco y la fuerza de la contracción.
Una medida clave de la eficiencia cardíaca es el gasto cardíaco (la cantidad de sangre que bombea en determinado tiempo), que depende de la rapidez del latido y del volumen de sangre que sale en cada contracción. En promedio, el gasto cardíaco es casi de 4,5 litros por minuto: aproximadamente ocho toneladas al día.
El corazón es un músculo fuerte de un tipo especial, diferente a cualquier otro, cuyo diseño es perfecto. A pesar de la tecnología, aún no hemos creado un corazón artificial cuyo rendimiento pueda compararse al del órgano natural. A pesar de su eficiencia y elasticidad, el corazón puede enfermar. Aunque, desde luego, sucede lo mismo con todo el cuerpo, la diferencia esencial consiste en el papel vital de este órgano. Si deja de latir durante cuatro minutos, la víctima puede morir o sufrir daño cerebral irreversible.