Eran etiquetas adhesivas que se despegan fácilmente sin dejar manchas.
A principios de la década de 1980, en las oficinas de todo el orbe aparecieron etiquetas adhesivas de color amarillo. Por lo general, se pegaban en los documentos y contenían recados garabateados de un ejecutivo para otro. Tenían la ventaja de que se despegaban fácilmente sin dejar manchas.
Al pasar los años, estas etiquetas, cuyo nombre comercial es Postit («pégalo»), se difundieron en las escuelas y finalmente llegaron al hogar. Los estudiantes y los investigadores, por ejemplo, las utilizaban para marcar las páginas importantes de algún libro.
Estas etiquetas surgieron de un descubrimiento accidental en un laboratorio de St. Paul, Minnesota, en Estados Unidos, donde en 1968 se estaban realizando investigaciones relacionadas con los pegamentos instantáneos. El resultado fue un pegamento tan débil que fue descartado por la compañía que lo produjo. Sin embargo, el químico Art Fry, que además de empleado de esa empresa era cantante de un coro, utilizaba el débil pegamento para pegar notas en su himnario, y las retiraba cuando ya no las necesitaba.
No fue sino hasta 1980 cuando la compañía empezó a vender hojas con etiquetas dotadas de una franja de adhesivo en uno de los bordes.
Vista por el microscopio, la superficie adhesiva de estas etiquetas aparece cubierta por miles de pequeñas burbujas de resina de formaldehído de urea, que encierran el pegamento. Las burbujas se rompen al presionarlas con los dedos, pero no todas al mismo tiempo, así que las etiquetas resultan reutilizables.