Le regalaron una isla por su contribución a la ciencia.
Tycho Brahe, pionero de la astronomía
Al volver a casa desde su laboratorio la noche del 11 de noviembre de 1572, el astrónomo danés Tycho Brahe alzó la vista al cielo y se detuvo impresionado por lo que veía: en la constelación de Casiopea parecía haber una nueva estrella. Sin dar crédito a sus ojos, pidió a sus criados y a unos campesinos con los que se cruzó que le confirmaran aquella visión. El telescopio no había sido inventado aún.
Desde los tiempos de Aristóteles, los astrónomos estaban convencidos de que, más allá de la Luna, el firmamento se componía de una serie de esferas inmutables. Por lo visto, llevaban 1.500 años equivocados.
Una estrella nace en el firmamento
Tycho se apresuró a medir la posición de la nueva estrella y a comprobar su altura con una ballestilla, un sencillo instrumento consistente en una cruz geométrica, cuyo brazo horizontal se colocaba en paralelo con el horizonte, mientras el vertical se usaba para medir la altura de los astros. A lo largo de muchos meses de observación, Tycho comprobó que la estrella iba haciéndose cada vez más brillante y después comenzaba a perder luminosidad. No podía ser un cometa y, sin duda, estaba más allá de la Luna, como lo demostraba que no estuviera sujeta al efecto de paralaje (aparente cambio de posición de un astro según el punto desde donde se observe). De hecho, era una estrella que acababa de formarse, una supernova. Tycho recogió sus observaciones en De Nova Stella (De la nueva estrella).
La isla-observatorio
En 1576, Federico II de Dinamarca y Noruega premió la contribución a la ciencia de Tycho Brahe regalándole una isla en el estrecho de Copenhague. Tycho construyó en ella un observatorio, Uraniborg -«el castillo de los cielos»-, equipado con los mejores instrumentos de precisión de su época, gracias a los cuales realizó las cartas estelares más perfectas que se hayan visto hasta nuestros días. El gran astrónomo cayó en desgracia con Christian IV, sucesor de Federico II, y murió en el exilio, pero legó sus obras a Johannes Kepler, que las utilizaría para perfeccionar el modelo copernicano del sistema solar y para demostrar que las órbitas de los planetas son elípticas.