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Sangre, líquido vital

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La sangre es necesaria para nutrir nuestro cuerpo con proteínas, sales y vitaminas; transporta el plasma, que contiene sales como el mar.

El líquido que recorre los 95.000 km de vasos sanguíneos del cuerpo es un tren de carga en continuo movimiento que transporta a un vasto ejército que trabaja sin descanso. Una sola gota de sangre contiene más de 250 millones de células individuales, cada una con una función precisa. La sangre constituye en promedio cerca del 7% del peso de un adulto; un volumen de 3,5 a 5 litros: una fuerza laboral en verdad poderosa, que se reemplaza a un ritmo de tres millones de células por segundo.

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La sangre es necesaria para nutrir nuestro cuerpo con proteínas, sales y vitaminas; transporta principalmente el plasma, que constituye casi el 55% de la sangre, el cual es un líquido amarillento formado en un 95% por agua y contiene casi tantas sales como el agua de mar. A eso se debe que la sangre tenga un sabor salado. Además de que contiene varios niveles de nutrientes y proteínas, el plasma lubrica todo, asegurando que en un cuerpo sano el torrente sanguíneo fluya fácilmente.

Gran parte del 45% restante de la sangre está formado por glóbulos rojos, que superan en proporción de 700 a 1, a los glóbulos blancos, que son el tercer elemento. Los glóbulos rojos o eritrocitos están compuestos principalmente de hemoglobina, proteína rica en hierro presente en todos los animales.

Un glóbulo rojo normal contiene unos 350 millones de moléculas de hemoglobina, formadas en la médula ósea. El trabajo de ese ejército rojo consiste en reunir oxígeno: cada molécula de hemoglobina es capaz de transportar cuatro moléculas de oxígeno, necesario para que las células del cuerpo quemen glucosa y otros combustibles y generen energía.

El bióxido de carbono es un residuo de esta reacción. Tras liberar oxígeno, las moléculas de hemoglobina no regresan vacías. Las moléculas, ahora no tan rojas, transportan bióxido de carbono a los pulmones para su expulsión. Este trabajo tan pesado agota a los glóbulos rojos, que en el lapso de unos cuatro meses de vida completan 300.000 circuitos del sistema de transporte del organismo.

Sus compañeros de trabajo, los glóbulos blancos, integran la fuerza de defensa del cuerpo. Y, como un ejército eficiente, se agrupan en unidades: una destruye a los invasores enemigos, las bacterias nocivas; otro grupo actúa como servicio de limpieza, retirando poco a poco las células muertas, y otras unidades arremeten contra las toxinas, nulificando su veneno. Los glóbulos blancos se producen en muchos sitios: en la médula ósea, los nódulos linfáticos, el timo y el bazo.

En 1952, el hematólogo Jean Dausset descubrió la sustancia de los leucocitos que combate las infecciones. Conocida como antígeno de leucocito humano, sus componentes pueden estar dispuestos en 150 millones de maneras diferentes. Otros elementos de la sangre, los corpúsculos rojos y blancos, las enzimas y las plaquetas, muestran variaciones idénticas. El rango es tan grande que, salvo los gemelos idénticos, ningún ser humano tiene los mismos patrones sanguíneos.

A pesar de estas variaciones, es probable que la sangre entre consanguíneos se parezca. Un especialista puede tomar una gota y contar una historia familiar, las preferencias alimenticias e incluso, quizá, el lugar donde vive. La gente que vive en una atmósfera enrarecida, a grandes altitudes, necesita mayor cantidad de oxígeno. Por esta razón, su sangre puede tener dos veces más glóbulos rojos que la de gente que vive a nivel del mar.

A grandes altitudes, el aire es más limpio, y la gente que lo respira no necesita de organismos sanguíneos que la protejan de enfermedades frecuentes a nivel del mar; por eso cuando algunas personas de las montañas van a la costa, se enferman repentinamente.

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