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Las supersticiones de personalidades famosas

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Mussolini cambió sus planes de viaje caprichosamente porque, según dijo, cierto pasajero tenía un ojo diabólico. 

Eduardo VII, rey de Inglaterra de 1901 a 1910, era extremadamente supersticioso, al grado de que no toleraba que le hicieran la cama o cambiaran las sábanas los días viernes. Según reza un viejo adagio, si se cambian las sábanas ese día, el diablo tendrá control sobre nuestros sueños durante toda la semana.

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Benito Mussolini y Adolf Hitler eran fanáticamente supersticiosos. Se dice que, en una ocasión, Mussolini cambió sus planes de viaje caprichosamente porque, según dijo, cierto pasajero tenía un ojo diabólico. Hitler creía que el número 7 tenía poderes especiales, y con frecuencia pedía consejo a los astrólogos y a los adivinos. Era tan grande la creencia de Hitler en la astrología, que los oficiales de los Aliados consultaban a sus propios expertos, con la esperanza de anticipar de qué manera el horóscopo del dictador podría influir en la guerra.

Pero la superstición durante la Segunda Guerra Mundial no estaba solo en un bando. El primer ministro de Inglaterra, Winston Churchill, portaba su «bastón de la buena suerte» y rara vez fallaba al golpear a un gato negro que le saliera al paso.

Por otro lado, en el Nuevo Mundo, Moctezuma Xocoyotzin, último emperador azteca, pese a dominar un poderoso imperio que llegaba hasta lo que hoy es Honduras y Nicaragua, se rindió ante los conquistadores españoles dirigidos por Hernán Cortés. El Emperador estaba convencido de que habrían de llegar, por donde sale el sol, hombres rubios y barbados que serían dueños de sus tierras. El dios Huitzilopochtli le había predicho todo esto, por eso Moctezuma se entregó sin ofrecer resistencia, con lo que el imperio azteca quedó bajo el mandato de la Corona española.

En el siglo XIX, en México hubo casas inundadas, ataques de indios en el norte del país, el paso de un cometa, una aurora boreal y una epidemia de cólera: todo ello como castigo divino, según los miembros del partido conservador, por haberse atrevido el gobierno a tratar de abolir los privilegios de la Iglesia y de suprimir las órdenes monásticas.

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