Los bosques templados cambian notablemente de una estación a otra.
A diferencia de los bosques de coníferas que permanecen verdes y tupidos durante todo el año, los bosques templados cambian notablemente de una estación a otra. La primera gran transformación se produce a comienzos de la primavera, cuando la luz inunda el suelo del bosque y las plantas herbáceas, estimuladas por las reservas de alimento almacenadas en sus raíces y bulbos, florecen, dan fruto y en muchos casos incluso mueren antes de que hayan terminado de brotar las hojas de los árboles.
En el verano, las frondas de los árboles apenas dejan llegar la luz solar hasta el suelo y en esa penumbra solo prospera un número relativamente reducido de plantas pequeñas y arbustos. La vida bulle en cambio en los niveles más altos, donde las hojas de los árboles fabrican alimento para crecer: los insectos acuden para alimentarse con las hojas verdes frescas y los pájaros se dan un banquete con tal abundancia de insectos.
El otoño proporciona gran cantidad de bellotas, nueces y otros frutos maduros que sustentan a una multitud de animales del bosque, desde las ardillas hasta los pavos silvestres. Pero el acortamiento de los días y el frío de las noches anuncian el siguiente gran cambio. Las hojas ya no producen clorofila y su verde veraniego se desvanece dejando al descubierto pigmentos ocultos amarillos, rojos y de otros matices tan brillantes que en algunos lugares parece que los bosques estuvieran en llamas. Finalmente, caen las hojas. Llega el invierno, estación de descanso, y durante los meses fríos los árboles permanecen con las ramas desnudas y entran en letargo hasta que vuelve el tiempo cálido.