Todo un desafío.
Las cuadrillas de obreros trabajaban a gran altura, sobre las calles de Manhattan, de acuerdo con una rutina establecida. Cada vez que una enorme grúa elevaba las vigas de acero que formaban la estructura del Empire State Building, un obrero calentaba los remaches en un horno portátil, hasta ponerlos al rojo vivo; luego los sacaba con unas tenazas y se los pasaba a su compañero, precariamente instalado en el borde de la nada. El compañero lograba alcanzarlos unas veces sí y otras no. El segundo hombre introducía el remache en su correspondiente agujero. Otro lo sujetaba firmemente con una pesada barra de acero y un cuarto hombre lo introducía con un martillo de aire comprimido.
Para construir el Empire State se emplearon 60.000 toneladas de acero. Las vigas de acero se fundían en Pittsburgh, donde se numeraban todas las piezas antes de ser trasladadas hasta Manhattan. Como apenas había espacio para almacenar el material en el lugar de las obras, se estableció un riguroso plan de trabajo, con horarios muy ajustados, a fin de supervisar el ritmo de las obras y garantizar la máxima puntualidad en las entregas.