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La belleza hipnótica del pavo real

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Cada una de las plumas recubiertas del pavo real tiene un ojo en la punta. Si se pone a contraluz una pluma de pavo real, parecerá negra. Su color no proviene de pigmentos.

Con un penacho erguido con orgullo en la cabeza y seguido por una suntuosa cola, un gran pájaro aterriza en el claro de un bosque, donde camina majestuosamente. El sol de Sri Lanka se filtra entre los ramajes, da en su pecho azul e ilumina su cola, de pronto alzada y desplegada, formando un deslumbrante abanico verde salpicado de «ojos» que proyectan discos negros y violetas, azules y dorados. Leves temblores recorren las largas plumas.

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De improviso la elegante ilusión se deshace en cuanto el pavo real cierra su cola en abanico y emite un penetrante graznido. Ahuyenta así a otro pavo real que llegó al claro: el intruso se aleja. Es febrero, la época de celo, y el pavo real macho defiende su territorio en el claro. No todos los intrusos se van tan rápido; a veces se recurre a garras y espolones, y las peleas se prolongan durante horas.

El territorio tiene algunos puntos aislados donde el pavo real trata de atraer a la hembra. Es necesaria una deslumbrante demostración para que la insípida y parduzca hembra se interese en el apareamiento. Se aleja y el macho la busca con sus alas castaño brillante y la cola desplegada. Luego la rodea, como para hipnotizarla con los ojos de su abanico.

Finalmente, el macho reúne un harén de unas cuatro hembras. Cada una pone de cuatro a seis huevos en surcos del suelo. Los incuban durante un mes y los polluelos salen con su plumaje completo. Abandonan el desprotegido nido en cuestión de horas. La hembra les enseña a buscar semillas comestibles: rasca el suelo y las señala con la cabeza gacha y la cola erguida. Es posible que el cortejo provenga de esta enseñanza, ya que si el macho hace este gesto, la hembra se le acerca y busca comida. La cola desplegada enfatiza esta demostración.

No es el penacho el que forma el abanico sino la tectriz, que es la capa de plumas que recubre la base de la cola del ave. Cada una de las plumas recubiertas del pavo real tiene un ojo en la punta. Si se pone a contraluz una pluma de pavo real, parecerá negra. Su color no proviene de pigmentos. Los pequeños filamentos, o bárbulas, que orlan las frondas paralelas de la pluma tienen una superficie que divide la luz en sus irisados colores. El color reflejado depende del ángulo en que incide la luz.

El colorido del macho no solo atrae a la hembra. Los jardines de principescos palacios de la India, así como los de Grecia y Roma, se engalanaron con estas aves. Aún se pasean en los prados de casas de campo en Europa y Norteamérica. Pero han perdido popularidad en otro terreno: ya no es común que se les sirva como manjar de banquetes como sucedía en la Inglaterra medieval. En tales ocasiones, el penacho daba un toque de «glamour»: se abanicaba sobre el ave cocinada, antes de servirla a los comensales.

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