Fue inventado a principios del siglo XVII por Peter Chamberlen.
¿Cómo el fórceps y la higiene facilitaron los alumbramientos?
A medida que avanzaba la noche, se hacía evidente que el alumbramiento estaba saliendo mal; el bebé ya no estaba vivo. La comadrona decidió romper con la tradición de que sólo las mujeres podían asistir al parto, y mandó llamar a un médico. Lo importante ya era salvar la vida de la madre; lo único que pudo hacer el médico fue extraer el niño muerto.
Un instrumento para facilitar el parto
Hasta el siglo XVII se prohibía habitualmente la presencia de hombres en el parto, excepto en casos de emergencia. Sin embargo, esta situación comenzó a cambiar en Gran Bretaña con el ascenso a la fama de la familia Chamberlen.
A comienzos de ese siglo, Peter Chamberlen, el primer partero de la familia, inventó un nuevo instrumento para extraer a las criaturas durante los partos difíciles: el fórceps. Este instrumento tenía dos hojas de metal cóncavas que podían introducirse en la pelvis de la mujer para sujetar la cabeza del niño, lo que permitía tirar de él hacia fuera con mucho menos peligro de causarle daño de lo que hasta entonces había sido posible. Pero el fórceps siguió siendo un secreto de familia hasta que Hugh Chamberlen, nieto de Peter, se lo mostró a un tal Rogier van Roonhuysen en 1727.
El parto siguió siendo un trance arriesgado, especialmente para aquellas mujeres que optaban por acudir a un hospital. La fiebre puerperal causaba la muerte de hasta el 35 por ciento de las mujeres que alumbraban en hospitales. Después del parto, muchas mujeres sufrían fuertes dolores abdominales y fiebres muy altas que desembocaban rápidamente en la muerte. La afección, causada por una bacteria, podía extenderse por toda la maternidad, y matar a una madre tras otra. La ciencia médica no comenzó a resolver el problema sino hasta la década de 1860.
Por favor, lávese las manos
El gran paso adelante lo dio el tocólogo húngaro Ignaz Semmelweis, que trabajaba en la maternidad de Viena. Semmelweis observó que la fiebre puerperal causaba el triple de muertes en una sala visitada por médicos y estudiantes que en otra atendida solo por comadronas. También llamó mucho su atención el hecho de que un colega, que había diseccionado un cadáver, muriera de una afección con síntomas idénticos a los de la fiebre puerperal. Semmelweis dedujo que el problema se debía al hecho de abandonar las salas de disección sin lavarse las manos. Quienes tenían esa mala costumbre transferían algo desconocido y peligroso de los cadáveres a las madres. Consiguientemente, Semmelweis impuso a sus subalternos la obligación de lavarse las manos con agua clorada antes de atender a los pacientes. Los resultados fueron espectaculares: el índice de mortalidad en las maternidades descendió de un 16 a un 2 por ciento. No obstante, hasta 1890, con la moderna teoría de los gérmenes, no se reivindicó la figura de Semmelweis.