La Luna es una colección de antiguos cráteres, algunos de los cuales miden más de 150 km de ancho.
La Luna es un museo, una colección de antiguos cráteres, algunos de los cuales miden más de 150 km. de ancho. Durante siglos, los científicos se preguntaban su origen. En tiempos de Galileo y hasta la década de 1890, se aceptaba que eran respiraderos de enormes volcanes extintos. Ésta era una teoría razonable, porque son muy similares a los volcanes de la Tierra: casi circulares y siempre rodeados por escarpadas cordilleras montañosas.
El geólogo estadounidense Grove Karl Gilbert fue el primero en refutar tal teoría al preguntarse por qué los cráteres de la Luna se encontraban al ras de suelo y no en los picos de las montañas. En 1929 otro astrónomo estadounidense, Forest Moulton, afirmó con fundamento que los meteoritos que chocaban con la Luna a una velocidad de 108.000 km/h originaban cráteres circulares y formaban un anillo montañoso a su alrededor.
La mayoría de esos cráteres se remontan a casi 4.000 millones de años. Antes de esa época, la Luna se hallaba en constante crecimiento debido a que su gravedad atraía los residuos que flotaban a su alrededor: rocas, polvo y asteroides. Algunos de esos cuerpos tenían cientos de kilómetros de diámetro y dejaron cráteres tan grandes que podemos observarlos desde la Tierra a simple vista.
Cuando el bombardeo aminoró, los elementos radiactivos de los residuos atraídos por la Luna causaron grandes flujos de lava. Las rocas de la superficie se derritieron y durante unos 500 millones de años la lava fluyó sobre la superficie de la Luna, borrando algunos cráteres y formando enormes sombras oscuras conocidas como mares, que son visibles hoy día.
Hace casi 3.000 millones de años cesó el flujo de lava. El choque de meteoros, en fechas más recientes, creó una gran cantidad de cráteres nuevos, pero si los astronautas hubieran llegado a la Luna en tiempos remotos, habrían encontrado un panorama muy similar al actual.
La Luna no es la única que tiene marcas de esos impactos; las sondas espaciales enviadas a otros planetas del Sistema Solar muestran huellas similares.
La Luna no tiene luz propia: lo que vemos como claro de luna es la luz que refleja del Sol. Aunque algunas veces la luz de la Luna casi convierte una noche en día, el poder de reflexión de las ondas luminosas es muy pobre. En comparación con un campo nevado, que refleja casi el 100% de la luz que incide sobre su superficie, la Luna refleja sólo un 7%, casi la misma cantidad que la roca volcánica oscura.
Sin embargo, el 7% de la luz solar es impresionantemente brillante. En ocasiones, cuando la Luna es visible durante el día, brilla lo suficiente para iluminar una pequeña parte del cielo circundante. Cada vez que esto sucede, la Luna es visible, aun cuando sea en fase creciente.