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El código renacentista

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Los mensajes privados eran fácilmente interceptables, por lo que los documentos más confidenciales se transmitían en código cifrado. 

Hacia finales del siglo XV las grandes ciudades de Europa se habían convertido en prósperos centros cosmopolitas. Las principales naciones enviaban a sus embajadores a otros países; los grandes bancos y las grandes compañías comerciales tenían delegaciones en el extranjero. Los viajes de exploración inauguraban nuevas y lucrativas rutas comerciales. Los países de Europa libraban una tensa lucha para hacerse con el control económico y territorial del continente. El espionaje, la conspiración y la intriga abundaban por doquier.

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Los comerciantes y los políticos se comunicaban mediante una red de mensajeros privados y emisarios públicos. Sin embargo, estos servicios eran fácilmente interceptables, por lo que los documentos más importantes o confidenciales se transmitían en código cifrado. Hacia mediados del siglo XVI las principales cortes europeas tenían secretarios contratados expresamente para crear, descifrar y enviar mensajes en clave.

Así cifraba el César

Los códigos más elementales, consistentes en sustituir una serie de letras por otras, reciben el nombre de códigos cifrados. Los más sencillos se limitan a reemplazar el alfabeto normal por otro alfabeto. Durante el siglo I dC, Julio César usó este código para enviar mensajes secretos, sustituyendo cada letra del texto por la tercera letra siguiente en el alfabeto. Pero este tipo de códigos son relativamente fáciles de descifrar. Como la sustitución de las letras siempre es la misma, es posible identificar esquemas familiares.

Alrededor del siglo XV comenzaron a usarse conjuntos de signos y símbolos más complejos para representar las letras del alfabeto. Pero incluso estos códigos acababan por ser descifrados. Entonces se convocó a algunas de las mentes más brillantes de la época para idear un código inquebrantable. El primero de estos cerebros fue el artista, músico y arquitecto florentino Leon Battista Alberti, quien decidió que la solución era un código «polialfabético», basado en la sustitución de las letras del alfabeto por otras pertenecientes a distintos alfabetos, que cambiaban a lo largo del mensaje.

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