¿Por que hoy casi todos los hombres usan el cabello corto y la mayoría de las mujeres lo usan largo? Conozca la historia sobre el cabello de los hombres.
En 2004, Saparmurat Niyazov, “presidente de por vida” de Turkmenistán, prohibió que los varones llevaran pelo largo o barba. Ese decreto, una medida contra el individualismo más que un precepto islámico, evocó comparaciones con leyes sancionadas en la década de 1970 en Albania, donde se prohibieron el cabello largo, la barba y el bigote por antihigiénicos y ofensivos. En la década de 1990, en Singapur se declaró ilegal el pelo largo para los hombres.
El antagonismo de posguerra hacia el hecho de que los hombres usaran el pelo largo se hizo escuchar en la década de 1960, cuando el corte de pelo con flequillo de los Beatles se veía como una alternativa revolucionaria al cabello corto, que había sido el estilo masculino aceptable durante la mayor parte del siglo XX.
En Rusia, en la era de Brezhnev de las décadas del 60 y 70, los jóvenes que usaban el pelo al estilo de los Beatles eran arrestados y en la comisaría se les cortaba el cabello. En otros lugares de Europa y de América, ese peinado era condenado por la generación de los mayores, que lo consideraban una “degeneración”. Aún más oprobio recibía el pelo “hippie”, más largo, de moda a fines de la década de 1960, que era sinónimo de sexo, droga y rock’n’roll, y de protesta contra la guerra de Vietnam.
Las costumbres del largo del cabello vienen de la practicidad, el género y la religión. Antes de que se inventaran los instrumentos de corte, ambos sexos usaban el pelo largo. Más tarde, en el antiguo Egipto, los hombres se rapaban para sentirse más frescos y las mujeres se cortaban el cabello muy corto, pero solían usar pelucas para cubrirse la cabeza en público.
Alejandro Magno ordenó a sus soldados que se cortaran el pelo y se afeitaran la barba para que los enemigos no se agarraran de ellos en una batalla; las razones prácticas que determinaron que los militares llevaran el pelo corto garantizaron que esta costumbre perdurara a lo largo de toda la historia.
El cabello, la ley y la civilización
En la sociedad romana, los hombres solían usar el pelo corto, ese estilo se asociaba con la ley, la disciplina y la conducta civilizada. Desde el comienzo de la era cristiana, la exhortación de San Pablo a los corintios tuvo impacto en la moda: “¿No os enseña la misma naturaleza que es una afrenta para el hombre el cabello largo, mientras que es una gloria para la mujer la cabellera?”.
El cabello corto en los hombres se mantuvo, aunque con interrupciones. Los monárquicos, partidarios de Carlos I durante la guerra civil inglesa (1642-1651), llevaban el pelo largo con rizos. Después de la Restauración, era habitual que los hombres con el pelo muy corto se lo cubrieran con pelucas extravagantes. En el siglo XVIII, la moda europea era el pelo largo y se usaba atado o con trenza.
En Oriente, los sikhs jamás se cortan el pelo y lo llevan bajo un turbante, “tal como Dios los creó”. Los hombres chinos del grupo Han, obedientes a la sentencia de Confucio de que “el cuerpo, el pelo y la piel son lo que heredamos de nuestros padres; no te atrevas a dañarlos”, llevaban el pelo largo, anudado como un rodete. Sólo cuando los manchúes derrotaron a los han, en 1644, se usó rasurarse la cabeza y dejarse crecer el pelo de la parte posterior y usarlo atado; era un peinado obligatorio. Siguió en uso hasta el siglo XX, cuando se sancionó una ley que exigía que las trenzas se cortaran.
Cabellos y fuerza sobrehumana
Sansón, el héroe bíblico, pertenecía a la secta hebrea de los nazaritas y había hecho votos que incluían la promesa de no cortarse jamás el pelo ni afeitarse. Famoso por su condición de mujeriego y por su superioridad física en sus encuentros con los filisteos, la relación que mantenía con la filistea Dalila estaba destinada a despojarlo de su fuerza.
Dalila, motivada por el pago que le habían ofrecido los líderes de su pueblo, obligó a Sansón a revelar su secreto. El Libro de los Jueces lo cita así: “Si me rapara la cabeza, entonces, mi fuerza me abandonaría (…)”. Cuando Sansón se durmió, Dalila llamó a un hombre para que le cortara el cabello y se lo dio a los filisteos, que le arrancaron los ojos. Con el tiempo, el cabello de Sansón volvió a crecer. Entonces, Dios le otorgó la inmensa fuerza que necesitaba para empujar las columnas del templo pagano y derribarlo. Sansón murió, así como miles de los filisteos enemigos.
En muchas culturas se asocia el pelo largo con la fuerza. En el Japón medieval, los guerreros samurái se rapaban la parte frontal, pero en el resto de la cabeza llevaban el pelo largo, retorcido para formar una especie de rodete. Cuando llegaban al final de su carrera –o si eran derrotados–, ese pelo se cortaba con cierto ceremonial. Una variante de ese rodete retorcido, que se llama chonmage, es la que usan hoy los luchadores de sumo. Los peluqueros mantienen ese complejo peinado que varía según la categoría del luchador.
Entre los indios de las planicies americanas, el pelo largo, decorado con cuentas y plumas, era signo de virilidad. El ritual de arrancar el cuero cabelludo a los cautivos tenía un propósito de venganza y humillación.
Bigote, barba y patilla
Desde el momento en que el hombre dispuso de herramientas afiladas para afeitarse, se le ha dado forma al vello facial. Los griegos y los romanos preferían el rostro bien afeitado; los bigotes abundantes eran para los celtas y los bárbaros del Norte. Pero en las monedas romanas se ve a los emperadores con patillas recortadas, bigotes prolijos y barbas angostas, una muestra de su preferencia personal ante la moda de la época.
En el siglo XIX, el bigote era símbolo de fortaleza, a tal punto que a los soldados ingleses se les prohibió quitárselo. Este estilo había comenzado en las guerras napoleónicas, ya que los bigotes de los soldados franceses se consideraban “un accesorio terrorífico”. Hacia 1914, cuando Lord Kitchener –que lucía un crecido bigote– señalaba con el dedo a los soldados para el reclutamiento, el bigote era sinónimo de masculinidad.
En el siglo XIX, las barbas grandes unidas a las patillas pobladas eran el último grito de la moda. No por casualidad, al imitar el estilo de figuras importantes como los estadistas Napoleón III, Benjamin Disraeli o Abraham Lincoln, los hombres de todas las clases consideraban que el vello facial era un símbolo de poder y virilidad. Los románticos franceses también impusieron la moda de las patillas, y pensadores radicales como Karl Marx y George Bernard Shaw lucían grandes barbas.