Las cualidades de protección, sacrificio y dedicación están presentes en toda madre. El amoroso instinto maternal no se limita únicamente a los seres humanos. Mirá algunos ejemplos del mundo animal y descubrí la maravillosa e innata tarea de cuidar a los cachorros.
La primera impresión del mundo que tiene una jirafa recién nacida es una caída de dos metros. No nos sorprende, por supuesto, porque la jirafa es el mamífero terrestre más alto del planeta: ¡las hembras llegan a medir hasta cuatro metros y medio! La madre se prepara entonces para afrontar cualquier trauma de la primera infancia inclinándose cariñosamente hacia su cría recién nacida. Con su lengua de 45 centímetros, puede recoger hasta 60 kilos de hojas al día y también es capaz de peinar a su cría como solo una madre sabe hacerlo.
El rinoceronte negro no es un peso pesado al nacer. Solo pesa unos cuatro kilos, lo que apenas supone una trigésima quinta parte del peso de su madre a escala. Durante las primeras semanas, sin embargo, el peso se duplica gracias a una ración considerable de leche materna, que asciende a unos 20 litros diarios.
Para mantener el calor, el cisne se arranca las plumas del vientre para que la piel de la llamada bolsa incubadora esté en contacto directo con los huevos. En cuanto los polluelos salen del cascarón, pueden explorar el nuevo mundo, pero siempre bajo la estricta supervisión paterna. La espalda de mamá sirve de acogedor reposo después del estrés que este descubrimiento supone, además de un buen lugar para una siesta.
Los leones son animales muy sociables, a diferencia de la mayoría de los felinos, y viven juntos en grandes grupos conocidos como “manadas”. No solo es bueno para la caza, sino que también beneficia a las crías, ya que las leonas hacen turnos para cuidar a los cachorros, asegurándose así que los más pequeños siempre están bajo la supervisión de un adulto y, sobre todo, tienen un compañero con quien compartir lo mejor de la vida, como una buena pelea jugando o una buena lamida a la hora del aseo.
Los orangutanes generalmente son solitarios, a diferencia de otros muchos simios, pero cuando se ocupan de sus crías, siguen fácilmente el ritmo de sus parientes más cercanos. Los más pequeños permanecen con sus madres, con las que mantienen una relación muy estrecha hasta que cumplen siete años. Hasta entonces, entre los deberes de la madre se incluye servir de columpio a sus hijos.
La tarea de los padres del pingüino emperador no es nada fácil, con temperaturas de hasta 60º C bajo cero y vientos de hasta 180 km/h. Pero estas elegantes aves son inteligentes y mantienen a sus crías bajo sus patas, en una especie de bolsa incubadora especial, no solo para que no toquen el suelo helado sino también para calentarlos. Respecto al cuidado de sus crías, hay igualdad entre padre y madre, ya que se intercambian las tareas.