Un antiguo manual describe el tratamiento de varias afecciones quirúrgicas.
¿Cómo se diagnosticaba y trataba la enfermedad en el antiguo Egipto?
«Instrucciones para curar una herida abierta en la cabeza que ha atravesado el hueso golpeando el cráneo y dejando el cerebro al descubierto». Así comienza el ejemplo número seis del Libro de las heridas. Este antiguo manual egipcio, escrito hacia el 1600 a. C., describe el tratamiento de las fracturas, dislocaciones, tumores y otras afecciones quirúrgicas. El historiador griego Herodoto, que vivió en el siglo V a. C., se maravilló de la gran cantidad de médicos que había en Egipto, así como de su grado de especialización. «Cada médico se ocupa de una enfermedad y no de varias», escribió, «y el país entero está lleno de médicos; pues hay médicos de los ojos, de la cabeza, de los dientes, del estómago y de las enfermedades raras».
El respeto hacia la medicina comenzaba en la propia corte. Uno de los personajes más influyentes del reino era el médico superior, y había incluso un especialista muy importante que se encargaba de regular los intestinos del faraón.
Los médicos acudían a unas academias especiales, donde aprendían la anatomía y el uso de las hierbas. También aprendían a leer y escribir, gracias a lo cual redactaron diversos manuales que han llegado hasta nuestros días.
Mens sana in corpore sano
El Libro de las heridas, por ejemplo, enseña a los médicos a aprovechar al máximo el sentido del tacto, a palpar las heridas con las manos y a diagnosticar tumores comparándolos con la textura de la fruta. Los manuales también exponían algunos principios modernos de diagnóstico, contemplando la relación existente entre los estados de ánimo y el bienestar físico. Un médico, por ejemplo, señala que su paciente está «demasiado deprimido para comer», en tanto que otro, al observar el abatimiento de su paciente, anota que «tiene cara de haber llorado».
Los médicos egipcios comparaban el funcionamiento interno del cuerpo con el sistema de canales de riego que sostenía la agricultura. Consideraban que la estructura corporal dependía de un sistema de vasos, o metu, que, partiendo del corazón, distribuían por todo el cuerpo los líquidos necesarios para la buena salud. Del mismo modo que el bloqueo de los canales de riego producía malas cosechas, la obstrucción del metu originaba un deterioro de la salud. Los antiguos egipcios no aprendieron los rudimentos de la anatomía y la fisiología por medio de la disección -que estaba prohibida-, sino observando atentamente la extracción de órganos durante el proceso previo al embalsamamiento y la momificación.
Sangre de murciélago
Los médicos egipcios acudían a atender a sus pacientes provistos de toda una serie de pociones y remedios, con ingredientes tan extraños como pezuña de asno calcinada o grasa de serpiente. Muchos medicamentos eran de origen animal -para elaborarlos se empleaban con frecuencia sesos de cerdo, bazo o hígado de buey, y grasa de hipopótamo-, en tanto que otros eran de procedencia más exótica. La sangre de murciélago, la vejiga de tortuga y el hígado de golondrina eran algunos de los ingredientes indicados para el tratamiento de las enfermedades oculares, bastante frecuentes en el antiguo Egipto.
Las drogas se clasificaban por sus efectos y no por sus ingredientes. Los tarros se etiquetaban, por ejemplo, «Para oír mejor» o «Para curar el dolor de tripa». Las instrucciones de uso -siempre presentes- eran muy estrictas. Algunas drogas se mezclaban con vino, otras se usaban para hacer bizcochos, y todas las dosis se calculaban con la mayor precisión. La medicación combinada era frecuente en el antiguo Egipto: en muchos tratamientos se prescribían ungüentos y supositorios además de medicamentos por vía oral.