Los métodos de los manicomios estaban lejos de la sanación.
Atado a una silla, el paciente se estremecía cuando el chorro agua helada caía sobre su cabeza. La conmoción resultante tenía por objeto apartar las ideas fijas o ilusiones que pudiera albergar el enfermo, y la dureza del remedio debía compensarse con palabras amables y bromas. Pero éstas no se producían. En cambio, los enfermeros se burlaban cruelmente del tembloroso infeliz.
La tortura disfrazada de curación
La hidroterapia «curación por medio del agua» era el tratamiento más utilizado en Charenton, un manicomio parisino del siglo XIX. Además de librar al paciente de sus falsas ideas, el poder purificador del agua limpiaba supuestamente el cuerpo de cualquier exceso malsano. Los internados eran sometidos también al «baño sorpresa». Dos enfermeros sujetaban al paciente, lo desnudaban y le vendaban los ojos, y finalmente lo empujaban marcha atrás por un pasillo en dirección a un estanque donde lo sumergían en el agua fría durante varios minutos.
En Charenton había unos 350 pacientes, vigilados por cerca de 50 enfermeros. No se separaba a los internados atendiendo a los trastornos que padecían; como consecuencia de ello, los «melancólicos» o depresivos, que querían estar solos, eran acosados constantemente por los «maníacos» agresivos e hiperactivos. A los pacientes violentos se los golpeaba y encerraba, y todo aquel que molestase a los enfermeros era recluido en solitario en un húmedo sótano.
Sin embargo, las condiciones mejoraron cuando el gobierno francés se hizo cargo de la administración del manicomio en 1795. Hasta entonces, la ventilación y los servicios sanitarios eran prácticamente inexistentes. Casi ningún enfermero se molestaba en limpiar las paredes, barrer el suelo o lavar los orinales, los vasos y las vajillas. El agua potable escaseaba. No había suficientes sábanas para todos, y las mantas estaban sucias y raídas.
De los 27 años de reclusión a que fue condenado el marqués de Sade por delitos sexuales, doce los pasó en Charenton. Sade dio prestigio al manicomio, sin embargo, y su tratamiento, pagado por su familia, fue muy distinto del de los otros pacientes. El marqués había sido trasladado a Charenton desde Bicêtre, un psiquiátrico de peor reputación si cabe. Hacia 1792, sin embargo, cuando Philippe Pinel se hizo cargo de la dirección de Bicêtre, la actitud hacia los dementes ya había comenzado a mejorar.
Locura sin freno
La turbadora descripción que hizo Goya de los pacientes de un manicomio zaragozano es un documento verídico de cómo se trataba a los enfermos mentales en la Europa de los siglos XVIII y XIX. Los redactores del informe confidencial sobre el manicomio de Charenton encargado por el ministro del Interior francés en 1812 se lamentaban de que «en un manicomio donde se debiera sofocar las pasiones que causan la enfermedad, no se tiene el menor escrúpulo en inflamarlas manteniendo juntos a los dos sexos». La depravación iba unida a la degradación: a los locos se los consideraba como personajes graciosos. El director de Charenton anhelaba pertenecer a la élite parisina, y para ello organizaba funciones de teatro en el manicomio, afirmando que eran parte de un «programa moral» para los pacientes. El director contrató al marqués de Sade como escritor, director y actor principal, con lo que las representaciones celebradas en el manicomio atraían a la crema de la sociedad parisina.