Volar un barrilete en el fragor de la tormenta llevaron a Benjamin Franklin a descubrir la naturaleza de las descargas eléctricas.
Un día de junio de 1752, mientras una tormenta se fraguaba sobre el cielo de Filadelfia, capital de la colonia británica de Pensilvania, Benjamín Franklin, periodista, estadista y científico, se dispuso a volar su barrilete desde una cochera. No era un barrilete normal, se había diseñado para realizar un experimento y descubrir la naturaleza de las descargas eléctricas. Un alambre de unos 30 cm sobresalía por encima del barrilete, y la cuerda que lo sostenía estaba enganchada a una llave metálica, atada a su vez a una cinta de seda, que serviría de aislante.
Cuando tuvo la tormenta encima, Franklin voló el barrilete tan alto como pudo, hacia las nubes tormentosas, cuya electricidad pretendía capturar. La cuerda húmeda sería un conductor perfecto de la electricidad, la cual atravesaría la llave y llegaría hasta una botella de Leyden, el único instrumento utilizado en aquella época para acumular electricidad.
La botella de Leyden era un recipiente de vidrio lleno de agua y revestido con finas capas de metal por dentro y por fuera; se cerraba con un corcho atravesado por un alambre que conducía la electricidad hacia el agua. Por lo general, la electricidad se generaba frotando un cristal con un trapo y aproximándolo al alambre.
Resguardado bajo la cochera para no electrocutarse, Franklin no tuvo que esperar mucho para sentir una descarga eléctrica indicativa de que su invento había logrado captar la electricidad de las nubes, lo que demostraba que el rayo era un fenómeno eléctrico.
La noticia se propagó por Europa y hubo quienes repitieron el experimento con menor fortuna que Franklin y murieron electrocutados. Basándose en sus experimentos sobre las tormentas, Franklin propuso que se colocaran barras metálicas en los tejados para atraer los rayos y descargarlos a tierra con seguridad.