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Auge y caída del mayor de los dandys

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 Beau Brummell, más que una cara bonita.

Beau Brummell, ícono de la moda

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Era una suave noche de mayo de 1809, al comienzo de la «temporada» de la alta sociedad londinense. En los salones de Almack la conversación era sumamente animada, pero, a eso de las once, se hizo el silencio al aparecer un recién llegado. El apuesto Beau Brummell, de 30 años de edad, se detuvo un instante en el umbral. Su atuendo sobrio y discreto reflejaba impecablemente el estilo que le había hecho famoso.

Ropa elegante e ingenio presto

Los caballeros ingleses del primer tercio del siglo XIX tenían fama de ser los mejor vestidos y más educados de Europa. Esta fama comenzó con los dandys, un grupo de jóvenes alegres, bien vestidos y bien educados, estrechamente relacionados con Brummell. En su opinión, un auténtico caballero no debía llamar la atención por el modo de vestir.

Brummell era el cabecilla del grupo y se codeaba con la aristocracia y la familia real. Su amistad con el Príncipe Regente, el futuro rey Jorge IV, consolidó su posición como árbitro del buen gusto, posición tanto más notable cuanto que George Bryan Brummell había nacido sin rango ni dinero.

Nuevo concepto del buen gusto

Su creencia en que la moderación era la esencia del buen gusto vino a definir de nuevo el concepto de elegancia masculina y a desdeñar la ropa que impedía moverse cómodamente y con gracia. Usaba casi siempre «pantalones» ajustados, y destacaba por su ropa impecablemente planchada y su camisa limpia, con el cuello blanco y ligeramente almidonado sujeto con un pañuelo. Brummell era un perfeccionista y podía pasarse horas colocándose exclusivamente el pañuelo hasta encontrarlo de su agrado.

De la riqueza a la marginación

Alrededor de 1809 Brummell era el líder indiscutible de la alta sociedad: un hombre increíblemente elegante, atractivo e inteligente. Duques, condes y lores se afanaban por parecerse a él, y las mujeres buscaban su compañía. Su agudo y cáustico ingenio le hizo ganarse algunos enemigos, pero fue precisamente uno de los rasgos más atractivos de su personalidad, su lealtad inquebrantable hacia los amigos, lo que hizo que Brummell cayera definitivamente en desgracia.

Brummell ofendió al Príncipe Regente cuando siguió defendiendo a cierta dama llamada Fitzherbert -amante del príncipe durante mucho tiempo y ocasionalmente su esposa- después de que éste la abandonara. Marginado por la alta sociedad y acosado por los acreedores, Brummell se marchó al extranjero y no regresó jamás. Murió en un asilo francés en 1840.

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