Ante la reaparición de enfermedades contagiosas, resulta vital ponerle un freno a las personas que están en contra de la vacunación.
Era
un viernes de febrero, la noche estaba húmeda y terminaba una larga semana de
trabajo. Nicole Gommers acostó a Micha, su feliz y balbuceante bebé de ocho
meses en su cuna, y después llevó al hermano mayor a su cama. En ese momento
sonó su celular.
“Nicole,
te tengo malas noticias”, dijo una voz conocida. Era el administrador de la
guardería a la que iban los dos niños, que quedaba a la vuelta del departamento
de la familia, en La Haya.
Una
niña más grande, que iba a la guardería en horario vespertino, no estaba
vacunada contra el sarampión y contrajo la enfermedad. Así que estaban llamando
a los padres de los niños que podrían haber estado expuestos.
“No
es Ben”; dijo el administrador. “A quien debes observar es a Micha.”
¿A
Micha?, pero si él estaba en la sección de bebés de la guardería, y no tenía
contacto con los niños mayores, pues los infantes todavía estaban muy pequeños
para ser vacunados. Parecía ser que la niña infectada les había llevado un
juguete a los bebés. El virus de sarampión puede sobrevivir en el aire o en las
superficies, hasta dos horas.
Los
Países Bajos estaban viviendo un brote prolongado de sarampión; había comenzado
el mayo anterior, en el ‘Cinturón de la Biblia’ del país, donde habitan
comunidades protestantes calvinistas ultraconservadoras, que se localizan desde
Zelanda, al sur, hasta la provincia de Overijssel en el noreste central. Con el
tiempo, el brote se propagaría hasta Colombia Británica en Canadá, a 7.500
kilómetros de distancia, cuando un turista, que estuvo expuesto al virus
regresó a su país. Pero con toda seguridad, pensó Nicole, Micha no se
enfermaría.
Primero,
empezó la fiebre. Después se puso letárgico y empezó a vomitar y, finalmente
brotó el sarpullido revelador. De un momento a otro, Micha se volvió una estadística,
una de las 2.700 personas que contrajeron la enfermedad. Para Nicole y su
esposo Jörgen, arquitecto, los números no podían siquiera empezar a contar su
historia de miedo y noches inciertas. Cuatro años y medio después, las imágenes
y sonidos todavía son recurrentes en la mente de Nicole. Micha, acostado en una
cama de hospital lánguido y sin responder, su pequeño cuerpo cubierto de sondas
intravenosas que administraban fluidos, suplementos y antibióticos para
combatir la neumonía doble que había desarrollado; médicos y enfermeras con
máscaras entraban y salían de la habitación; el lento bip, bip, bip del monitor
que daba seguimiento a sus signos vitales.
Aun
cuando el cuerpo de Micha respondía a los antibióticos, los médicos explicaban
sin miramientos que todavía estaba presente el riesgo de desarrollar otros
padecimientos vinculados al sarampión. Una infección de oídos que podría
dejarlo sordo, una encefalitis secundaria en la que su cerebro confundido
podría, de manera errónea, atacar a sus propias células sanas, o, lo que eran
más atemorizante, meningitis, que causaría la inflamación de las membranas
alrededor de su médula espinal y su cerebro.
¿Esta
situación se estaba dando porque unos padres decidieron que no era necesario
vacunar a su hija?
Cólera,
peste bubónica. Tifoidea. Influenza. Polio. Viruela. Tuberculosis. Pueden
parecer lejanas en la actualidad, sin embargo, solo son algunas pocas de las
enfermedades que han causado terror a lo largo de la historia, que atacan de
manera silenciosa y dejan millones de cuerpos tras de sí. Aunque las primeras
vacunas occidentales en contra de las enfermedades se desarrollaron en el siglo
XVIII, cuando Edward Jenner, el médico y científico británico, introdujo por
primera vez una contra la viruela, fue a mediados del siglo XX cuando las
condiciones dieron un verdadero giro hacia la mejoría con la llegada de los
antibióticos y el incremento del programa de vacunación contra enfermedades
como la tuberculosis y la poliomielitis, así como para el sarampión, las paperas
y la rubéola, entre otras. Las personas ya no tenían que preocuparse por lo
peor desde el inicio: que la tos de sus hijos fuera tuberculosis o que la
fiebre y la irritación de garganta fueran polio.
En
ese entonces confiaban en que el médico sabía lo que era mejor. No obstante, en
las últimas dos décadas al tiempo que estas enfermedades fueron desapareciendo,
gracias al fácil acceso de las vacunas, algunos individuos y varios grupos,
—antivacunas, como se han dado en llamar—, han sido parte de una reacción en
contra de las vacunas, y tratan de persuadir al público general de que tienen
consecuencias graves. Algunos antivacunas están en contra de las vacunas en
general, y consideran que lo natural siempre es mejor o pertenecen a grupos
religiosos que proscriben introducir una sustancia ajena en sus cuerpos. Otros
piensan que la ciencia está simple y llanamente equivocada, y mencionan
anécdotas individuales aterradoras, hábilmente presentadas, que encuentran en
Internet y que apelan a estudios deficientes que han sido desaprobados una y
otra vez, sin lograr desvirtuar el engaño. Tal vez el estudio más escandaloso
fue el que dirigió el ahora desacreditado gastroenterólogo británico Andrew
Wakefield, que causó furor cuando se publicó en 1998 en la respetable revista
médica, The Lancet. El estudio relacionaba la vacuna triple o MMR con el inicio
de enfermedad gastrointestinal y con el autismo. Al retractarse del artículo
doce años después, The Lancet se dio cuenta de que los 12 niños del estudio de
Wakefield habían sido cuidadosamente seleccionados con el fin de apoyar sus
teorías y que parte de su investigación había sido financiada por abogados que
representaban a padres que estaban demandando a empresas farmacéuticas. El
British General Medical Council había descubierto que Wakefield había actuado
sin ética y había mostrado “un desprecio cruel para con los niños de su estudio
a quienes había sometido a pruebas invasivas”. Aun así, el mito de que la
vacuna MMR provoca autismo sigue persistiendo hasta nuestros días, con los
índices de vacunación rezagados en comparación con los de antes de Wakefield,
quien fue eliminado del registro médico británico, por el daño que hizo. Junto
con el miedo a la vacuna MMR, las preguntas de las personas abarcan toda la
gama de mitos y aseveraciones fraudulentas, incluyendo que las vacunas se
elaboran con tejido proveniente de fetos abortados y que Gardasil, la vacuna
que combate el virus de papiloma causante de cáncer, en realidad es un coctel
mortal tóxico.
La
respuesta llana y clara es: no, no y no.
Todos
esos factores han llevado a Europa y al resto del mundo donde se encuentra en
este momento, a luchar contra brotes peligrosos de enfermedades que se pensaba
ya habían sido erradicadas desde hace mucho, sobre todo el sarampión, que puede
ser mortal.
En
un pueblo de 1.000 personas, todo lo que se necesita son pocos niños sin
vacunas para causar una epidemia capaz de afectar a cientos, y luego a miles si
se dispersa más allá de los confines del pueblo. Esta es la razón por la que los
directores de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostienen que, con el
fin de proteger a toda la población, el 95 por ciento de los habitantes de una
zona determinada debe estar vacunado, para adquirir lo que se conoce como
‘inmunidad colectiva’, y proteger a los más vulnerables: infantes, personas de
la tercera edad y a quienes tienen un sistema inmune comprometido. En algunos
países de occidente, tras dos décadas de un bajísimo nivel de confianza en las
vacunas, la cobertura de vacunación está por debajo de la marca de 95 por
ciento.
La
doctora en antropología, Heidi Larson, quien trabaja en la London School of
Hygiene & Tropical Medicine, comenta que existe una preocupación genuina
acerca de la seguridad de las vacunas, pero sus efectos secundarios, que por lo
general se limitan a un brazo adolorido o un dolor estomacal, que dura una
noche, no pueden tener más peso que el riesgo de no vacunarse. Larson dirige el
Vaccine Confidence Project, un proyecto masivo que da seguimiento y mide la
confianza que las personas de todo el mundo tienen hacia los programas de
inmunización. También provee análisis y orientación a las autoridades de salud
dentro del país acerca de cómo intervenir en el público antes de que sus
actitudes se salgan de las manos. En 2016, la encuesta del proyecto realizada a
65.819 personas en 67 países reportó que la mayoría considera que las vacunas
son importantes, pero su confianza hacia estas es baja, sobre todo en Europa,
donde un alarmante 41 por ciento de encuestados de Francia y 36 por ciento de
Bosnia Herzegovina objetaron su seguridad, en comparación con un promedio
global de 12 por ciento.
Otros
países con niveles bajos de confianza son Grecia, con 26 por ciento de la
población, Italia con 22 por ciento y Rumania con casi 20 por ciento. En el
otro extremo de la balanza está Portugal que, con 4,2 por ciento, tiene uno de
los índices de confianza más altos en el mundo.
Los
antivacunas sospechan que la ciencia detrás de las vacunas es mala y creen que
las empresas farmacéuticas solo las imponen por los beneficios económicos. Y
que hacen daño.
Más de 41.000 niños y
adultos en
la región europea de la OMS han sido infectados de sarampión durante los
primeros seis meses de este año, un 70 por ciento más que durante todo 2017.
Reportes mensuales de los países también indican que por lo menos han muerto
más de 40 personas debido al sarampión en lo que va de este año.
Durante
2017 han ocurrido brotes importantes en 15 de los 53 países de la región
europea. Los peores fueron en Rumania con 5.562 casos, Italia con 5.006, y
Ucrania con 4.767. Treinta personas murieron. En Francia, durante este año un
brote de sarampión en la región de Nueva Aquitania tuvo más de 500 casos solo
en febrero. Mientras que en América, a septiembre de 2018 se han confirmado
6.629 casos en 11 países, con 72 muertes, según la Organización Panamericana de
la Salud. “La única manera de detener una epidemia es con vacunación”
advirtieron las autoridades. Las historias individuales de pérdida y
sufrimiento son desgarradoras. En Rumania, Ion Pravatat, el alcalde de Valea
Seaca, en el centro oriente del país, reveló que una bebé de 10 meses murió de
sarampión en febrero, después de que sus padres se negaron, por escrito, a
vacunar a sus hijos luego de ver en reportes televisivos que las vacunas matan.
“Después de esta tragedia la comunidad estaba en shock y el promedio de
vacunación de niños se incrementó 85 por ciento”, comenta.
Frente
a estas embestidas de muertes innecesarias, algunos gobiernos han decidido que
la situación y el potencial de una epidemia es tan terrible, que ni siquiera
vale la pena persuadir a las personas de vacunar a sus hijos de manera
voluntaria. En vez, han hecho obligatorias diez vacunas infantiles y punto.
En
noviembre pasado, Italia fue la primera en seguir esta ruta, al hacer que las
vacunas fueran un prerrequisito para los niños que entran a la escuela; no
obstante, el nuevo gobierno se movió con rapidez para debilitar la medida, y
eliminó el requisito de que los padres entreguen una constancia médica como
prueba de que sus hijos han sido vacunados. Los expertos consideran que este es
un peligroso paso atrás. “Como médico me sorprende que si para inscribir a un
niño a clase de natación es necesario presentar una constancia de buena salud
firmada por un médio, sí sea posible que un niño sin vacunas ingrese al
preescolar con una simple declaración por parte de los padres”, comenta el
doctor Roberto Burlioni, profesor de microbiología y virología en la Università
Vita-Salute San Raffaele en Milán, y autor del libro titulado Vaccines are not
an Option. “El peor escenario posible en una clase de natación es que el
nadador muera —ice el doctor Burlioni—, pero un niño no vacunado puede infectar
a otros, como estamos viendo con la epidemia actual de sarampión, en que la
incidencia más alta se está dando en niños menores de 12 meses. Son demasiado
pequeños para ser vacunados, y solo pueden estar protegidos mediante la
inmunidad colectiva”. Rumania está considerando medidas obligatorias similares
a las del gobierno italiano anterior. Francia ha seguido la línea más dura de
todas. El primer ministro Edouard Philippe anunció la decisión frente a la
Asamblea Nacional francesa y dijo: “Actualmente en Francia los niños están
muriendo por sarampión, y en la tierra natal del pionero de las vacunas, Louis
Pasteur, esto es inaceptable”.
La
respuesta a la moción ha sido variada. Algunos grupos de padres le dan la
bienvenida por la salud y seguridad de sus hijos. Otros, incluyendo los
defensores médicos, están preocupados de que resulte contraproducente porque a
las personas no les gusta que les digan qué hacer. “No soy fanático de los
mandatos”, comenta Larson del Vaccine Confidence Project. “Considero que las
personas deben hacer las cosas porque quieren y creen que son beneficiosas para
ellas.” Hay que saber encontrar las formas más positivas de involucrar al
público. Esto incluye contar con profesionales de la salud que dediquen más
tiempo a escuchar los temores de los pacientes y les respondan con un lenguaje
comprensible, y campañas de vacunación que se expandan y se dirijan directamente
a los niños. Sobre todo, se necesita contar historias acerca de las epidemias
que aniquilaron a millones, incluso a civilizaciones completas.
De regreso en la haya,
después de más de un mes de altas y bajas, Nicole estaba quedándose dormida
junto a la cuna de Micha cuando escuchó una risita. Al abrir sus ojos vio una
mano pequeñita tratando de alcanzar su pelo rizado y supo que su hijo estaría
bien.
Además,
sabía que quería impedir que alguien más viviera una pesadilla igual. Después de contar su historia a un diario, se
dio cuenta de que era como un pararrayos para las personas que estaban en ambos
lados de un debate amargo y emocional. Algunos eran solidarios, pero la mayoría
estaba llena de hostilidad. “Dijeron que vacunar o no hacerlo es decisión
personal”, recuerda. “Pero el derecho a vivir de mi hijo es más importante que
eso.” Actualmente Micha tiene cinco años; es un niño al que le encanta abrazar,
un fan de los jugadores de fútbol quien cree que un día Lionel Messi, la
estrella del Barcelona, tocará a la puerta de su casa para pedirle que salga a
jugar. Hace poco, cuando Nicole le compró un helado, lo lamió y pensativo dijo:
“Mamá, tengo una vida hermosa”. “Sí la
tienes”, contestó Nicole, pensando en que él casi estuvo a punto de perderla.