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Gripe porcina: cómo nos afecta

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Conocé la historia de un hombre que sufrió los síntomas y que vivió para contarlo

Desde su detección en abril, la influenza AH1N1 se ha propagado con rapidez por el planeta. Para mediados de mayo, cuando se terminó de preparar este artículo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había registrado 6.497 casos en 33 países y 65 muertes, 60 de ellas en México.

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El sobreviviente

Julio César Ruiz Ocampo se enfrentaba a la pelea más difícil de su vida. Era un domingo de fines de abril y el hombre, de 30 años e instructor de boxeo, apenas era capaz de salir de la cama. Respirar le resultaba casi imposible, estaba muy congestionado, le dolía el pecho y tenía una tos terrible. “Era como si acabara de terminar una pelea de 12 asaltos. Pero al menos después de una pelea te recuperás. En este caso no estaba mejorando”.

Al día siguiente fue a ver a un médico que le recetó un medicamento para bajar la fiebre, y un jarabe para la tos. Pero seguía enfermo, por lo que visitó a otro médico que sentenció:

— ¡Tiene que internarse!

Su padre, Enrique Ruiz Pacheco, trasladó a su hijo al Hospital General “Dr. Manuel Gea González”. Allí, Julio César fue testigo de una escena de pesadilla. A su alrededor, víctimas desesperadas de este virus estaban recibiendo tratamiento. Muchos de los pacientes estaban muy graves y eran atendidos con medidas de urgencia, como la inserción de tubos en la nariz o la garganta para facilitar la respiración.

De inmediato le colocaron una sonda intravenosa y lo conectaron a un tanque de oxígeno. Le sacaron muestras de sangre y radiografías. Poco después, le informaron que padecía neumonía y que sus resultados habían dado positivo para la prueba de la influenza AH1N1. La noticia lo llenó de terror.

Tuvo que pasar dos días en el hospital, y todo ese tiempo mostró un progreso gradual y constante. Lo más difícil para él fue estar lejos de su esposa y de sus tres hijos. Antes de ser dado de alta, le indicaron las medidas que debía tomar: mantenerse alejado de su familia los tres días siguientes, usar barbijo en todo momento y reservar un juego de platos y cubiertos para su uso exclusivo.

Cuando Julio César atravesó la puerta de su casa, toda su familia prorrumpió en aplausos y gritos de alegría. Su hijo corrió hasta él y lo abrazó con fuerza, sollozando. Después abrazó a su esposa, y puso a su hija sobre su regazo. Todos lloraron emocionados por tenerlo de nuevo en casa. Había sobrevivido al combate más duro de su vida.


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