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Desactivar la parálisis

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Un audaz tratamiento contra los derrames cerebrales salva vidas. Su secreto: ganar un tiempo valiosísimo durante las intervenciones quirúrgicas de emergencia.

Macy Mills está tirada en una camilla en urgencias del Hospital Toronto Western, paralizada mientras médicos y enfermeras van a su alrededor. Esta triatleta, de 38 años, madre de tres hijos, y que ha dado a luz al último hace solo cinco meses, sabe que ha sufrido un derrame cerebral. Recuerda un ligero dolor de cabeza que se convirtió en un martilleo, agudo, intenso y persistente. Iba al colegio de sus hijos mayores para hacer de voluntaria en el día del deporte. A pesar de estar vencida por el dolor y con todo el lado izquierdo del cuerpo entumecido, el instinto la ayudó a llegar en auto a los tumbos hasta un estacionamiento, donde sacó el celular y al caérsele al suelo se precipitó sobre la bocina para pedir ayuda.

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Ahora, una hora después, el TAC cerebral ha revelado que, como la mayoría de los derrames, el suyo ha sido “isquémico”: un coágulo está bloqueando el flujo arterial de la sangre al cerebro. En su caso, es un coágulo grande en el lado derecho, motivo por el cual se ha visto afectado el lado izquierdo de su cuerpo.

El doctor Richard Farb, neurólogo y radiólogo, pide al marido de Macy que firme los formularios de consentimiento para un procedimiento que no se ha llevado a cabo nunca en Canadá. Llamado oficialmente trombectomía endovascular con un “stent retriever”—un diminuto tubo de malla metálica con una abertura en un extremo—, sus primeras pruebas en Alemania y Suiza han resultado prometedoras. Su apodo, “Mr. Clean” (Don Limpio) alude a su capacidad de limpiar una arteria en 40 minutos o menos.

“¿Qué elección tengo?”, piensa Macy. Intenta asentir y dice: “Hacé lo que tengas que hacer.” Las palabras salen amortiguadas, como si estuviera hablando bajo el agua.

Durante los minutos que tarda en hacer efecto la anestesia local, nota como Farb perfora un pequeño agujero en la arteria femoral cerca de la ingle. Después utiliza la imagen radiográfica de una pantalla cercana para colocar con cuidado un catéter con el stent, a través de su sistema vascular, en la arteria que alimenta el cerebro. Cuando se abre la arteria, el catéter se retrae y Macy siente algo de presión, como si alguien le estuviera apretando el cerebro. Es el stent, que se ha abierto para envolver y atrapar al coágulo dentro de la malla. 

“¿Cuándo va a terminar esto?”, pregunta. Pero ya está. El doctor Farb saca delicadamente el stent con el coágulo de la misma forma que lo introdujo. De principio a fin, la operación ha durado menos de dos horas. “Intente moverse”, dice el doctor. Flexiona ligeramente los dedos de la mano izquierda con los que tres horas antes no podía ni sujetar el celular. Poco después se está sacando leche del pecho en la unidad de cuidados intensivos sintiéndose muy, muy afortunada. 

Es 15 de junio de 2011. Tres años y cinco meses después, la prueba experimental canadiense “Mr. Clean”, que incluye a 316 pacientes, termina antes de tiempo porque claramente es un éxito. El procedimiento ha sido aprobado en 2011 en Europa y Norteamérica como procedimiento de último recurso para las víctimas de derrames cerebrales cuando otras soluciones no funcionan y como primer procedimiento desde finales de 2014 tanto en hospitales de América del Norte como en los de Europa que tienen unidades específicas para el tratamiento de derrames cerebrales. Ha duplicado la tasa de supervivencia, con solo una muerte por cada diez pacientes. Y los supervivientes retoman sus vidas donde las dejaron.

El doctor Timo Krings, tímido y con gafas, jefe de neuroradiología del Hospital Toronto Wester, de Canadá, afirma: “Antes, los tratamientos quirúrgicos para los derrames cerebrales eran un riesgo. Cualquier cosa que intentáramos duraba al menos dos horas. En la actualidad podemos ver pacientes que empiezan a hablar y a mover las extremidades incluso ya en la mesa de operaciones. Y es rápido. Hemos hecho una operación en 14 minutos. “No lo digo a la ligera—continúa—. Es revolucionario”.

Las estadísticas muestran que cada dos segundos, alguien en alguna parte está sufriendo un derrame cerebral. Puede que muchas personas ni siquiera se den cuenta. Pueden sentirse mareadas durante unos segundos o perder el hilo de lo que están diciendo, pero luego de repente se sienten mejor. Pero tengamos en cuenta el número de víctimas de infartos cerebrales que se quedan paralizados o son incapaces de hablar. De los 15 millones de personas en el mundo que sufren un derrame cerebral al año, unos cinco millones mueren y seis millones sufren una discapacidad permanente. El número de muertes por Sida, tuberculosis y malaria asciende a 3,5 millones en total, una tasa muy inferior a la de muertes por derrame. Por lo tanto, no es sorprendente que el mantra dentro del universo de los derrames cerebrales sea “tiempo es cerebro” —para recordar a los especialistas que cada minuto que transcurre después de un derrame cerebral, el cerebro pierde 1,9 millones de neuronas, 14.000 millones de sinapsis y el equivalente a 12 kilómetros de fibras axonales si estuvieran conectadas por una línea.

Desde que se introdujo el TPA, o activador tisular plasminógeno, a mediados de los 90 del siglo pasado como trombolítico, ha sido el tratamiento preferido contra los derrames cerebrales, pero tan solo en un número limitado de casos, porque hay que administrarlo en un máximo de cuatro horas y media después de producirse el derrame y puede tardar horas en hacer efecto.

Los cirujanos han intentado otros dispositivos alternativos: algo que pudiera abrir un vaso sanguíneo más rápido y deshacer el bloqueo. Algunos tienen un aspecto familiar, como un cepillo de barrer chimeneas en miniatura y un cazamariposas enano. “Viene al caso que en una conferencia internacional hace seis años, se presentó un nuevo dispositivo de captura en todas las conferencias de las sesiones sobre derrames cerebrales,” recuerda Krings. “Yo era el moderador y al final dije ‘si todos tuvieran razón, tendríamos un solo dispositivo.’” 

Más o menos al mismo tiempo, el neurólogo y radiólogo alemán Hans Henkes estaba trabajando con una paciente que había sufrido un derrame que le había dejado un coágulo en la arteria cerebral media. Henkes decidió utilizar un dispositivo que había desarrollado conjuntamente para el tratamiento de un aneurisma con bobina stent-asistida. Cuando sacó el stent que mantenía la arteria abierta mientras operaba, el coágulo salió con él, intacto. En una conferencia que se celebró poco después, Henkes lo mencionó a algunos colegas que coincidieron en que era prometedor. Así comenzaron las pruebas en Europa, con Vitor Mendes Pereira, entonces jefe del departamento de radiología de intervención en la Universidad de Ginebra, como uno de los investigadores principales. Aprendieron que necesitaban un recipiente que tuviera al menos dos milímetros de ancho dentro del que se pudiera trabajar y que no fuera efectivo en los derrames hemorrágicos, o ‘hemofílicos’. Y aunque inicialmente pensaron que tenían poco tiempo para limpiar el vaso sanguíneo, han aprendido desde entonces que cada caso depende de la calidad y duración de los “daños colaterales” cuando el cerebro compensa temporalmente a un vaso obstruido encontrando un desvío para el flujo sanguíneo. Puede tardar minutos u horas, o posiblemente incluso un día.

El primer paciente de Pereira llegó en avión desde un hospital francés de los Alpes: una joven que acababa de dar a luz que había sufrido un derrame unas horas antes, ya que durante el parto tuvo que reducir la medicación que tomaba para regular una válvula mecánica de su corazón. Tardó 40 minutos en eliminar el coágulo y empezó a hablar en la misma mesa de operaciones. Al día siguiente, estaba dando el pecho a su bebé.

“Fuimos pioneros y muchas personas—neurólogos y neurocirujanos más conservadores— eran escépticos”, recuerda Pereira. Ocupa su puesto en su oficina del Toronto Western después de trasladarse aquí en agosto de 2014, ante la perspectiva de trabajar con Krings y tener una mayor financiación para la investigación. “Y los resultados hablan por sí solos”.

Wolfgang Kahnke, fabricante de herramientas retirado, recuerda que un día del pasado octubre se sentía muy irritado, mientras manejaba hasta el Hospital Toronto Western, a unos 100 kilómetros, para una cita con el cirujano que le había operado la rodilla dos años antes. Para Wolfgang, de 72 años y abuelo de dos nietos, era un simple chequeo y llegó con antelación, con la esperanza de que le pudieran adelantar la cita ya que esa misma noche había quedado con su mujer para celebrar la Oktoberfest.

Mientras esperaba al cirujano en la sala de reconocimientos, sintió una especie de zumbido en la cabeza, no doloroso, pero incómodo. “Andate”, se dijo para sí. Pero no podía moverse. Cuando el TAC que le realizaron de urgencia reveló un gran coágulo que obstruía la arteria carótida derecha en la parte posterior del cuello, se lo llevaron al quirófano en apenas una hora. Al día siguiente, se duchó sin ayuda. Mientras el agua se deslizaba por su cuerpo pensó: Nunca me he sentido tan vivo. Se estremeció al pensar lo cerca que había estado de morir.

Sus médicos dijeron que Mr. Clean, había marcado la diferencia en su caso entre la vida y la muerte o haber terminado paralizado de cuello para abajo el resto de su vida. Kahnke pudo interpretar a Papá Noel la Navidad pasada ante los hijos de los empleados de su antigua empresa. “Lo hago bastante bien —dice, señalando su mata de pelo blanco y su barba—. ¡Aunque no soy tan grande!”

Para Macy Mills, que tiene 43 años en la actualidad y trabaja en el departamento de banca privada de una multinacional de servicios financieros, los únicos signos visibles de su derrame cerebral son las tres pastillas que se toma todos los días: un beta bloqueante, un inhibidor de IECA y un anticoagulante, que le recetaron cuando los tests revelaron que el vértice de su corazón está compuesto por queloides en los que se puede almacenar la sangre, aumentando así el riesgo de que se formen coágulos. Mills lleva también incorporado un desfibrilador interno porque ha sufrido un infarto en mayo. A esta ex atleta decidida, delgada y en forma, le fastidia no poder volver a correr más. Pero se siente agradecida porque gracias a Mr. Clean sigue aquí para su familia.

Síntomas de un derrame

    • Debilidad repentina y/o entumecimiento de cara, brazo o pierna, sobre todo en un lado del cuerpo
    • ­Dificultad repentina para hablar y confusión.
    • ­Problemas de visión repentinos.
    • Dolor de cabeza fuerte o inusual.
    • ­Pérdida repentina del equilibrio.
    • Descolgamiento de la cara.

    Si tenés cualquiera de esos síntomas, llamá inmediatamente a emergencias.

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