Inicio Salud Alimentación Conozca las manías más raras de la gente

Conozca las manías más raras de la gente

839
0

Si se retorcés el pelo mientras leés o contás siempre las rayas de las baldosas de una vereda, es mejor que leas este artículo.

 

Publicidad

Queridos lectores, gracias por sus colaboraciones. Después de nuestro primer “¿Estoy loco?”, publicado en julio de 2006, nos llovieron cartas en que nos cuentan sus pequeñas rarezas, y hemos constatado que de loco todos tenemos un poco. Algunos albergan temores irracionales; otros, sentimientos de culpa; otros más, un complejo de superioridad. Sufren de ansiedad, insensibilidad, euforia, depresión, ira y amor. Pero, claro, lo mismo nos pasa a todos porque somos humanos, imperfectos y pintorescos a nuestro peculiar estilo, y porque, bien mirado, la “normalidad” no existe.

 

Aun así, hay que distinguir entre las conductas raras aceptables y aquellas que causan problemas y deben corregirse. Es muy tenue la línea entre lo excéntrico y lo patológico. Consultamos sus casos con eminentes psiquiatras y psicólogos, y he aquí el dictamen de sus distintos grados de locura.

 

P. ¿Por qué me retuerzo el cabello con un dedo siempre que leo, y sólo cuando leo?

 

Alégrese de no tener tricotilomanía, el hábito malsano de arrancarse mechones de pelo de la cabeza, las cejas y otras partes velludas del cuerpo. Su conducta es una rareza inofensiva y tal vez muy útil: quizá la haya adoptado como un mensaje no verbal, dirigido a quienes te rodean, para decir “¡Déjenme en paz! Estoy leyendo”. Según la psicóloga Marianne LaFrance, de la Universidad Yale, “los hábitos de automanipulación como retorcerse el cabello son mensajes sutiles que enviamos a los demás para que no se acerquen. Si una persona se mira sin cesar las uñas o tamborilea con la punta del pie, nos expresa que no quiere hablar con nosotros”.

 

P. Tengo 47 años y me encanta el tacto del raso. De chico acariciaba el ribete de raso de la colcha mientras me chupaba el dedo. Ahora llevo siempre un pañuelo de ese material y lo acaricio en el bolsillo. Me calma. ¿Estoy loco?

 

En absoluto, dice Lori Perman, doctora en psicología y psicoterapeuta de Santa Mónica, California. “La mayoría de la gente nunca supera la necesidad de consuelo, sólo que la satisface con comportamientos más adultos que el de llevar siempre a rastras una mantita de bebé”. Antes bien, si no halláramos la manera de relajarnos y aliviar el estrés cotidiano, enloqueceríamos. Demasiados adultos recurren a consuelos nocivos, como fumar o comer en exceso. Un poco de acariciar raso en privado no afecta a nadie.

 

P. Cuento todo: los escalones del lugar donde trabajo (23), los paneles del techo (96), las ondas de la cortina (14). En el consultorio del dentista cuento ¡hasta las repeticiones de las flores de papel de la pared! Debo estar tocado.

 

El hábito de contar puede ser una simple rareza, incluso benéfica, señala Doris Wild Helmering, psicoterapeuta y escritora de Saint Louis, Missouri. “¿Qué mejor manera de distraerse de las maniobras del dentista que contar las flores del consultorio?”, dice. Pero para algunas personas contar se vuelve una actividad obsesiva (aritmomanía) incontrolable e incapacitante. Estos contadores sin cuento podrían ser víctimas del trastorno obsesivocompulsivo (TOC), explica el doctor Eugene Beresin, profesor de psiquiatría de la Universidad Harvard.
La verdadera cuestión es si usted controla el conteo o él lo controla a usted. Beresin propone: “Pregúntese qué pasaría si usted dejara de contar. ¿Algo malo? ¿Se pondría ansioso?” Para algunos casos de TOC, el tratamiento más eficaz es una combinación de antidepresivos y psicoterapia con un psiquiatra competente.

 

P. Si camino en el shopping o manejo mi auto, no soporto ir al ritmo de quienes van a mi lado. Tengo que acelerar para adelantarme o frenar para que me pasen. ¿Es esto irracional?

 

De ninguna manera. Según el doctor Michael Gitlin, profesor de psiquiatría de la Universidad de California en Los Ángeles, “desconozco si ese hábito constituye una conducta psicopatológica. Yo siempre lo he tenido”. LaFrance explica: “Estar al lado de otra persona puede sentirse como un contacto íntimo; cuando se trata de un desconocido, esa intimidad resulta muy incómoda”.

 

P. Soy una adolescente, ¡y me saca de quicio que los alimentos se toquen entre sí! Pido que me sirvan la carne, las papas y otras verduras en platos separados, y uso distinto tenedor para cada cosa. A mi mamá le molesta esta manía, pero estoy en mi derecho, ¿o no?

 

En este caso le damos la razón a tu mamá. En opinión casi unánime de los especialistas, harías bien en buscar ayuda. Tu conducta no es normal ni inofensiva porque incomoda a otra persona. Los expertos consultados dieron varias explicaciones posibles de tu comportamiento:

 

Quizá padezcas anorexia, dice Beresin, especialista en trastornos alimentarios, pues un síntoma común de este mal es la aversión al contacto entre los alimentos. Otra posibilidad es el TOC, y otra más, según el doctor Michael Wymes, psiquiatra del Hospital Kaiser en Vallejo, California, el trastorno de espectro autista (TEA), consistente en tendencias al autismo. Mientras que los enfermos de TOC pueden temer el riesgo de contaminarse por dicho contacto, quienes padecen TEA y tienen la misma fobia no pueden explicarla en términos lógicos. Tales personas pretenden dictar reglas peculiares sobre el mundo que las rodea —como “los alimentos deben estar separados”— y se ponen mal si no lo están.

 

Sea cual sea la causa de tu conducta, es probable que empeore con la edad y que no se corrija sin tratamiento. ¿Qué vas a hacer cuando un chico te invite a comer afuera: pedir cinco platos y cinco tenedores? Dudamos de que vuelva a invitarte.

 

P. ¿Por qué gasto energías, sobre todo al despertarme a media noche, preocupándome por cosas absurdas que no pueden pasar? Me imagino que me secuestran y me torturan; discurrí un plan para sobrevivir al viajar en avión si caen las alas, y sé exactamente lo que diré si me despiden del trabajo. Comprendo lo absurdo de mis temores sobre los rebeldes y los aviones, y mi jefe acaba de darme un aumento. ¿Por qué, pues, siempre espero y me preparo para lo peor?

 

A raíz de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, médicos y psicólogos observaron un marcado aumento de la ansiedad en torno al terrorismo. Hay una amenaza real contra los ciudadanos de ese país, en quienes resulta natural y comprensible cierto grado de angustia. Según Joseph Himmelsbach, psicólogo de la Universidad Médica Estatal de Nueva York, “es imposible vivir sin ansiedad, y parte de la psicoterapia consiste en controlar el estrés propio de la vida diaria”. Sin embargo, parece que su angustia es mayor de lo normal, sobre todo porque le quita el sueño. Himmelsbach agrega: “Usted crea fantasías en las que deposita sus temores, y se ha convencido de que si le encuentra solución, podrá lidiar con cualquier desgracia que le ocurra”.

 

Es bueno que se dé cuenta de lo poco realista de sus temores. Gitlin le aconseja comprender también que sus planes “serían, en todo caso, inútiles”. El especialista se pregunta si no le ocurre lo que les pasa a algunos hipocondríacos, “quienes, si tienen tos, piensan que se debe a un cáncer de pulmón. Las personas ansiosas, tal vez por alguna conexión cerebral aún desconocida, tienden a interpretar la realidad de manera catastrófica”.

 

Si sus preocupaciones son ocasionales, intente alejarlas con argumentos racionales, pero si siente que tienen más poder sobre usted que usted sobre ellas, hable con un amigo de confianza o un psicoterapeuta. Si su ansiedad le produce ataques de pánico, consulte a su médico: hay medicamentos para eso.

 

P. A veces, no importa si estoy sentado, acostado o parado, siento como que me caigo. En realidad no me caigo, pero siento como si me cayera. ¿Es normal?

 

Todos los especialistas le aconsejan que acuda al médico esta semana. Su trastorno tiene una decena de causas posibles, desde un leve efecto secundario de un medicamento que esté tomando hasta un tumor cerebral grave, y no hay manera de saberlo hasta que consulte al médico, quien quizá le mande hacer tomografías del cerebro y lo remita a un neurólogo. Busque atención sin tardanza.

 

P. Odio elegir cosas. Cuando quiero sacar una cuchara del cajón, me cuesta decidirme, aunque todas son iguales. Y cuando finalmente elijo una, siento pena por las demás y hasta me disculpo con ellas: “Perdón, la próxima vez será”. ¿Es anormal?

 

Los especialistas metieron la cuchara en su caso, y cada uno eligió una distinta. Mientras que Perman ve en usted un alma herida y “una hipersensibilidad exacerbada por el maltrato, el abandono o el descuido”, Wymes la encuentra demasiado egocéntrica: “Es narcisista pensar que las cucharas quieren que usted las use”.

 

Por su parte, el doctor Joshua Coleman, psicólogo y escritor de San Francisco, duda de que usted se esfuerce en ámbitos más importantes que el cajón de los cubiertos. “Para triunfar en la vida personal y profesional hay que saber lo que se quiere y la importancia de las propias necesidades”, explica.

 

Y Beresin pregunta: “¿Habla en serio? ¿También se disculpa con las toallas del baño, los lápices del escritorio o los productos que no compra en un negocio? El pensamiento mágico —suponer que los objetos inanimados tienen sentimientos— es normal en un niño de cuatro años, pero no en un adulto”. Ya que usted le resulta tan fascinante a los psicólogos, considere la conveniencia de acudir a uno. No tendrá que disculparse con él.

 

P. ¿Por qué no puedo tirar las cosas? Conservo todo mi guardarropa de los años 70: serviría para el vestuario de una película, si no estuviera apolillado. Y nunca desecho una computadora: tengo cuatro en la baulera. Mi familia me hace tirar los diarios, pero lo detesto. Siempre pienso que podríamos llegar a necesitar los objetos que guardo. ¿Estoy loca?

 

Un freudiano más bien diría que usted tiene una personalidad retentiva anal. Es posible que padezca el síndrome de la urraca: un afán patológico de guardar cosas. Las personas afectadas no se sienten bien si no están rodeadas de sus pertenencias; es decir, de todo lo que alguna vez fue suyo. El síndrome de la urraca tiene relación con el TOC, y en ambos el afán de atesorar es un vano intento de controlar algo en un mundo inestable.

 

En casos extremos, dice Gitlin, “los guardadores patológicos no pueden moverse en su casa por el estorbo de los objetos acumulados, no encuentran lo que buscan y hacen su morada muy vulnerable a los incendios”. Su trastorno parece menos grave que eso, pero todo es cuestión de grado. Su familia quizá tenga una mejor opinión, y si le aconsejan que busque ayuda, escúchelos.

 

“No hay criterios absolutos” para calificar esta conducta, ni la mayoría de las expuestas antes, dice el doctor Nando Pelusi, psicólogo clínico de la Ciudad de Nueva York. En los trastornos psíquicos no hay que perder de vista el contexto: “Algo que en un caso es una simple rareza emocional, en otro podría ser una conducta francamente dañina”. Como no existen reglas estrictas, su familia y usted tienen que decidir por sí solos. “Cuando la persona se da cuenta de que la conducta es peligrosa o perturbadora”, agrega Pelusi, “es cuando acuden a psicoterapeutas como yo”.

Artículo anterior32 avances médicos que cambiarán su vida
Artículo siguienteEl poder mágico del sueño