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Alcoholismo: nuevas esperanzas

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Aunque no existe una píldora mágica para tratar esta enfermedad devastadora, los fármacos de desarrollo reciente prometen resultados más eficaces.

En la Argentina se calcula que hay casi dos millones de personas dependientes del alcohol, según datos de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR). Sin embargo, es probable que ese cálculo sea modesto. Se cree que hasta el 92 por ciento de las personas dependientes del alcohol no buscan ayuda especializada para vencer el hábito, y muchas de las que tratan de poner fin a su adicción no lo consiguen la primera vez que lo intentan, ni la segunda, tercera o cuarta.

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Los estudios muestran una amplia variedad de índices de éxito en los tratamientos para el alcoholismo. Entre un 20 y un 50 por ciento de ellos se mantienen sobrios por un tiempo después del tratamiento, pero la mayoría recae al menos una vez.

Los tratamientos más utilizados siguen siendo los más antiguos: Alcohólicos Anónimos, que se fundó en 1938; los principios del “Modelo Minnesota”, los cuales se establecieron en el Centro Hazelden de Minnesota en 1949 y se usan ampliamente en programas de rehabilitación, y el disulfiram (medicamento comercializado desde hace más de 60 años), que provoca dolor de cabeza, náuseas y otras reacciones adversas al beber alcohol.

Sin embargo, ninguno de ellos ha demostrado ser lo bastante eficaz como para vencer de una vez por todas las ansias de beber y las sensaciones de recompensa que forman parte de la adicción.  

El alcohol y otras sustancias adictivas provocan que la persona alcance un estado de euforia, o que sienta alivio ante un trastorno psicológico como la ansiedad. Con el uso frecuente el cerebro se acostumbra a la sustancia, y el adicto ya no puede funcionar ni sentirse bien sin ella. Esta conclusión ha llevado al reconocimiento de la dependencia del alcohol como una enfermedad, y ha acelerado la búsqueda de una cura eficaz.

En los últimos 20 años muchos de los tratamientos para el alcoholismo han tenido algo en común: una receta médica. Entre los más usados se cuentan los medicamentos que limitan el efecto del alcohol en el cerebro.
Sin embargo, la cura es evasiva. La adicción reside en el cerebro, y como cada persona tiene un cerebro distinto, el alcoholismo afecta a cada una de forma diferente. “Lo cierto es que no a todo el mundo le hace efecto el mismo tratamiento”, señala Raye Z. Litten, subdirector de la División de Estudios sobre Tratamiento y Recuperación del Instituto Nacional contra el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo de Estados Unidos.

Quienes no han tenido suerte con los medicamentos disponibles están cifrando sus esperanzas en los nuevos fármacos, o en algunos antiguos con un potencial redescubierto. El baclofeno, que aún no se aprueba ni receta ampliamente para tratar la dependencia del alcohol, se volvió muy popular entre las personas no pertenecientes al círculo de investigadores de las adicciones, particularmente en Francia. En junio de 2012, la dependencia encargada de la regulación de medicinas en Francia (ANSM, por sus siglas en francés) aprobó el baclofeno para el tratamiento del alcoholismo en casos específicos.

En Alemania y los Estados Unidos están realizándose actualmente pruebas clínicas del baclofeno, y en Francia el doctor Philippe Jaury, de la Universidad Descartes de París, está llevando a cabo un estudio sobre su eficacia, cuyos resultados preliminares se espera que estén listos en 2014. “Cuando el fármaco funciona, las personas dejan de pensar en el alcohol. Pueden beber una copa y no terminársela”, comenta Jaury. “Se muestran indiferentes ante el alcohol. Como no están pensando siempre en beber, tienen tiempo para reflexionar en su vida, y eso es un gran avance”.

Un creciente número de expertos afirma que la abstinencia no es la mejor solución para todo el mundo. “Aunque abstenerse de beber es lo indicado en teoría, no funciona en todas las personas”, dice Andreas Eggert, vicepresidente de Lundbeck, compañía farmacéutica danesa fabricante del fármaco nalmefeno; este fue aprobado por la Agencia Europea de Medicamentos a finales de 2012, y empezó a venderse en Europa en abril pasado. Para el verano ya estaba disponible en Noruega, Polonia, Suecia, Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania, Bulgaria, República Checa, Portugal, Islandia y el Reino Unido.
El nalmefeno es un fármaco que se comercializó originalmente en los años 70 para tratar la dependencia de los narcóticos, pero la nueva versión, que se vende con el nombre de marca Selincro, puede ayudar a reducir el consumo de alcohol en vez de eliminarlo por completo.  
Quienes tomaron nalmefeno en las pruebas clínicas pasaron de beber alcohol en grandes cantidades, con peligrosas consecuencias para su salud, a ingerir cantidades mucho más moderadas.

El siguiente paso es un uso extendido del nalmefeno en el mundo real. “Mis primeras experiencias en la práctica clínica con pacientes reales han sido igual de positivas que en los ensayos clínicos, lo que convierte a este fármaco en una opción muy alentadora para el tratamiento de personas con problemas de alcoholismo”, dice el psiquiatra finlandés Antti Mikkonen, especialista en medicina de adicciones.

Como los nuevos tratamientos parecen ser tan prometedores, no es difícil caer en la tentación de creer que son la panacea. Algunos expertos advierten que adoptar esa actitud es peligroso. “Existe la idea de que los alcohólicos no pueden distinguir entre desear dejar de beber y hacer lo necesario para alcanzar la sobriedad”, señala el doctor Jeffrey Berger, director médico del Centro Brighton de Recuperación, en Michigan, Estados Unidos. Asegura que terminar con la adicción al alcohol es una tarea difícil, pero los fármacos pueden ser útiles en la recuperación de mucha gente. “Las personas se desaniman porque intentan cosas y no les dan resultado”, añade Berger. “Poder añadir algo nuevo a sus esfuerzos podría ayudarlas a lograrlo. Eso es algo muy esperanzador”.

“Cada medicamento tiene limitaciones, y ninguno es infalible”, dice el doctor Joseph Lee, director médico de los servicios juveniles del Centro Hazelden de Minnesota, Estados Unidos. “Creo que nos obsesionamos en dar con la solución perfecta, pero dejar de beber es un largo viaje para la mayoría de las personas. Para alcanzar la recuperación hay que emprender una travesía. Al final del recorrido es posible que los pacientes crean ciegamente en aquello que los ayudó, pero vencer la adicción no es tan fácil como ellos piensan”.

Incluso quienes no se recuperan durante el primer intento logran aprender lecciones que les resultan muy útiles cuando vuelven a intentarlo después.
Los expertos creen que esa es la manera en que muchas personas están logrando resultados duraderos en la actualidad, y adonde se dirigen las investigaciones. “En este momento estamos intentando desarrollar diversos tratamientos”, dice Raye Z. Litten. “Si uno no funciona, se puede intentar con otro, o quizá con una combinación de varios”. También es útil buscar el apoyo de otras personas y no intentar afrontarlo solos. “Es una enfermedad familiar. Afecta a todo el mundo”, señala Joseph Lee.

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