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Cuando la suerte está de nuestro lado

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Buena suerte

No se pierda estas historias de buena suerte que le robarán una sonrisa.

Por Caroline Fanning y Andy Simmons

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Sincronización perfecta

Tuan Pham estaba contento a medida que se aproximaba a la marca de 20 kilómetros del Medio Maratón de Long Beach, en el sur de California. Esta carrera del 15 de octubre de 2023 era la séptima de este tipo en la que participaba Pham, de 47 años, y no veía la hora de celebrar junto a su hijo adolescente que también corría más adelante en el grupo. Pham dio un paso o dos más, y eso es lo último que recuerda.

No tiene ningún registro de haber tambaleado ni caído de cara al piso, donde quedó inmóvil. No tenía pulso, ni tampoco respiraba. Tres arterias bloqueadas habían conspirado para dejarlo allí sin vida. Estaba clínicamente muerto. Si no recibía ayuda pronto, su muerte se volvería oficial.

Según la Asociación Americana del Corazón las probabilidades de sobrevivir a un ataque cardíaco fuera de un hospital son menores al 12 por ciento. La única chance de Pham era que alguien, un cardiólogo, por ejemplo, pasara en ese momento por allí.

Bueno… Justo cuando Pham cayó al piso, Ryan Chiu, cirujano cardiotorácico del centro médico Memorial Care Long Beach Medical Center, estaba saliendo de un restaurante a pocos metros del lugar. Chiu advirtió de inmediato lo que estaba sucediendo. Corrió hacia Pham, se ubicó a un costado y comenzó a aplicar compresiones en su pecho. Pidió ayuda a un transeúnte quien continuó las compresiones mientras Chiu llamaba a su hospital e indicaba que prepararan un quirófano. Tenía una emergencia en sus manos.

Minutos después, una ambulancia llegó al lugar y los médicos trasladaron a Pham al hospital; Chiu los siguió en su propio auto. La cirugía de triple bypass que realizó Chiu resultó un éxito y Pham está vivo y en buenas condiciones, lo suficientemente bien para regresar a la ruta del Medio Maratón de Long Beach y retomar el recorrido en el punto donde había abandonado la competencia.

“Soy ese tipo”, dijo a Long Beach Post. “Regresaré y completaré los últimos tres kilómetros”. Pham probablemente no hubiera tenido dicha oportunidad si la suerte no hubiera entrado en escena.

Luego de almorzar, el amigo de Chiu le propuso caminar unos minutos para apreciar la vista costera. Si Chiu se hubiera ido del restaurante cuando pensaba hacerlo, nunca hubiera presenciado el desplome de Pham. “No puedo creer que el único tipo, el primer tipo, que me vio caer, que se acercó y me ayudó, haya sido un cirujano cardiovascular”, comentó Pham al Post. “¿Qué probabilidades había?”.

Número equivocado, persona correcta

Brenda Rivera de Augusta, Georgia, estaba leyendo la Nueva Versión Internacional de la Biblia cuando el texto de Filipenses 2:3 llamó su atención. El verso era más que una linda frase, era una guía para la vida y se sentía identificada con lo que allí decía. Buscó su teléfono y escribió aquellas palabras para enviárselas a un amigo. Pero antes de que pudiera terminar de tipear, se vio interrumpida por tareas laborales y dejó el teléfono a un costado. Recién volvería a estar disponible para presionar “enviar” tarde esa noche.

En Dayton, Ohio, a unos 1.200 kilómetros, Isaiah Stearns se sentía frustrado. Acababa de comprar un celular con plan nuevo, pero al llegar a su casa advirtió que el número no funcionaba. Regresó de inmediato a la tienda y finalmente consiguió otro número. Treinta minutos después de haber regresado a casa, recibió su primer mensaje de texto. Decía: “No hagan nada por orgullo o vanidad; al contrario, hagan todo con humildad, y vean a los demás como mejores a ustedes mismos”. Stearns sonrió. Respondió: “¡Amén!”. Y agregó: “¿Quién eres?”.

En un error que cambiaría sus vidas para siempre, Rivera había querido enviar el mensaje a un amigo cuyo número pertenecía ahora a Stearns. Le respondió entonces con una disculpa. Y él contestó: “No nos conocemos, pero por el texto que enviaste, puedo ver que amas a Dios. Eso es fantástico”. Luego le  preguntó si podían hablar por teléfono.

Al poco tiempo, hablaban todos los días y su flamante amistad se transformó en amor. Pero aún no se habían conocido en persona. La madre de Rivera, quien casualmente vivía cerca de Stearns en Ohio, se ofreció a conocerlo primero y presentar su informe. Durante la cena, ambos rieron y conversaron. Él compartió su historia y ella respondió a las preguntas sobre su hija.

“En una escala de uno a diez, ¿qué calificación le darías?”, le preguntó Rivera a su madre cuando conversaron telefónicamente. “¡Un 11!”, gritó la mujer. “Te casarás con este muchacho”. Y así fue. Cuatro meses después de aquel mensaje enviado erróneamente en 2009, Rivera y Stearns se comprometieron y en 2010 se casaron. Hoy tienen seis hijos.

Entonces, si Rivera no hubiera sido interrumpida repentinamente por su trabajo, si la compañía telefónica no hubiera cometido un error, si Stearns no hubiera resuelto el problema rápidamente… nunca hubieran tenido la suerte de saber de la existencia del otro. Y si la madre de Rivera no hubiera vivido suficientemente cerca de Isaiah para poder conocerlo en persona, Brenda tal vez nunca hubiera reunido el coraje necesario para encontrarse con él.

Rivera contó al England’s Mirror que cuando las personas se enteran de cómo se conocieron y de la suma de casualidades que completaron su historia, “siempre se sorprenden muchísimo y nos dicen que deberíamos ser parte de una película de Hallmark”.   

El mejor asiento de la casa

Cuando la suerte está de nuestro lado

Mientras más de 18.000 fanáticos del hóckey ingresaban al estadio Climate Pledge Arena en octubre de 2022 para presenciar el primer juego de la historia de los Seattle Kraken en su propia casa, Brian Hamilton, asistente de utilería del equipo visitante, los Vancouver Canucks, preparaba los palos, las máscaras y las botellas de agua.

Concentrado en su tarea, no advirtió a la mujer, Nadia Popovici, que se sentó detrás de él. Ella tampoco le prestó mucha atención a él. Pero todo aquello cambiaría en tan solo un momento. En medio de la acción, la mirada de Popovici se enfocó en algo peculiar del hombre sentado junto a los jugadores de los Canucks.

A través del vidrio que separaba al público del campo de juego, divisó un lunar en la parte posterior del cuello de Hamilton que no parecía tener buen aspecto: se veía rojizo y elevado con bordes irregulares. Había visto varios de ese estilo como estudiante de medicina en hospitales. Se trataba de un melanoma canceroso. Estaba segura. De lo que no estaba tan segura era de cómo abordar a Hamilton.

“Es tan incómodo que alguien hable de algo que tienes en tu cuerpo”, dijo al Seattle Times. Pero sabía que debía avisarle. Mientras Hamilton caminaba cerca del hielo entre tiempos, Popovici, completamente cubierta de indumentaria de los Kraken, golpeó el vidrio, escribió un mensaje en su teléfono y posó la pantalla contra la barrera: “El lunar que tienes en la parte posterior de tu cuello parece ser canceroso. ¡Consulta a un médico!”. Hamilton observó el mensaje iluminado tan solo por un segundo. Qué extraño, pensó. Y se alejó, mientras frotaba con cierta inquietud la parte posterior de su cuello.

Unos días después, visitó al médico de los Canucks, quien coincidió en que el lunar tenía aspecto alarmante e indicó una biopsia. El resultado fue positivo: melanoma maligno en estado 2 que representaba riesgo de vida sin tratamiento. El lunar canceroso fue extirpado y el pronóstico de Hamilton hoy es excelente.

“Esa mujer me salvó de un incendio silencioso”, dice Hamilton. “El médico dijo, literalmente, que, si lo hubiera ignorado durante cuatro o cinco años, hoy no habría tenido la suerte de estar aquí”. Volvieron a encontrarse en el siguiente partido Canucks-Kraken, donde Hamilton pudo agradecerle en persona a su ángel guardián. No era necesario el agradecimiento, comentó Popovici al Athletic. “Fue uno de esos momentos en la vida en que los caminos se cruzan en el momento preciso”.

Encontrar a mamá

Cuando la suerte está de nuestro lado

Sue Cleaver nunca pensó que conocería a su madre biológica. Cleaver, actriz reconocida por sus 20 años de carrera en la popular telenovela británica Coronation Street, había sido adoptada de recién nacida por una familia que la amaba y a la que ella también amaba.

Lo único que sabía sobre su adopción era el nombre de su madre biológica, Lesley Sizer Grieve, y que había nacido en el norte de Londres. No necesitaba saber más, pero aun así a veces luchaba por sentirse en paz con su identidad. “Me resultaba difícil no poder verme parecida a otra persona”, escribió Cleaver en sus memorias A Work in Progress.

Todo eso cambió a sus veinte años. Como actriz, Cleaver obtuvo un papel en una producción de Oedipus Rex. Uno de sus compañeros de elenco, Michael N. Harbour, no podía dejar de mirarla. “Dios mío”, le dijo este hombre a un director de escena, “es el vivo reflejo de mi esposa cuando la conocí”. Los dos actores entablaron una conversación durante una cena con el resto del elenco y generaron un vínculo.

“Yo estaba obsesionada con él y fascinada con su familia; no estaba segura del porqué”, escribe Cleaver. Harbour preguntó a Cleaver de dónde era. Del norte de Londres, le dijo, de un pequeño pueblo llamado Barnet. Entonces, con una ceja levantada en señal de sorpresa, le preguntó cuándo era su cumpleaños. “2 de septiembre de 1963”, respondió.

Harbour respiró hondo. La historia de Cleaver coincidía, estaba seguro, con la de su esposa, Lesley Sizer Grieve. Cuando era adolescente, Grieve había dado en adopción a su hija recién nacida, a quien había llamado Claire. Cinco años más tarde se casó con Harbour y tuvieron dos hijas juntos.

Después de hablar con su esposa, Harbour fue al departamento de Cleaver a contarle las noticias. Al principio, ella se mostró escéptica. Como conocía el inusual segundo nombre de su madre, decidió poner a prueba a Harbour. “Tu nombre es Claire Grieve. Tu madre es Lesley Sizer Grieve”, respondió él correctamente.

Cleaver se sentía abrumada. Y al mismo tiempo entusiasmada. Permitió que Harbour coordinara un encuentro en un hotel entre madre biológica e hija. Cuando Grieve abrió la puerta, ambas dieron un paso adelante y se abrazaron sin decir una sola palabra.

“Ninguna de las dos sabía realmente cómo manejar la situación, era como enamorarse”, dice Cleaver. Las coincidencias con coestrellas no se agotaron con Harbour. Helen Worth, quien también formaba parte del elenco de Coronation Street, era madrina de la media hermana de Cleaver y amiga de Grieve desde hacía mucho tiempo. “Helen solía hacer comentarios del estilo de ‘te vi tan parecida a Lesley en esa última escena’”, recuerda Cleaver con una sonrisa.

Pasar la inundación y hallar el amor

Quedar atrapado en una inundación no parece ser augurio de buena suerte. Salvo para Justin y Jessica Walker. Era agosto de 2004. Jessica, estudiante de la Universidad de Virginia Commonwealth, estaba esperando a la salida del campus para ir a su casa. Justin salió del lugar y le ofreció un aventón, además de refugio del intenso aguacero que se había desatado. Ella reconoció a Justin de la fase de orientación de la que habían participado unos días antes.

“Yo dije, de acuerdo, quizás está intentando conquistarme”, comentó tiempo después Jessica a WTVR. Pero llovía a cántaros, y decidió aceptar. Los baldazos de agua se convirtieron en barriles y Justin, que era nuevo en Richmond, confundió el camino y dobló en Main Street, lo que los dejó atorados en un embotellamiento impresionante.

Justo cuando ambos pensaban que su suerte no podía empeorar más, una ola cubrió el auto de Justin, inundó el motor y el agua comenzó a brotar de los conductos de ventilación. Repentinamente, estaba a la altura de sus regazos y subiendo. Era momento de moverse. Salieron del auto y en medio del torrente de agua y desechos se abrieron paso hasta los escalones de la entrada de una estación de tren cercana.

Pasaron las siguientes horas ayudando a otros a llegar a un lugar seguro dentro de la estación hasta que Amtrak envió una de sus unidades para trasladar a las personas varadas a áreas más elevadas. Temblando con la ropa empapada mientras compartían un mísero sándwich y una cerveza, la conexión entre Justin y Jessica comenzó a florecer.

“Soy de esas personas que necesitan una señal y pensé, si esto no es una señal de Dios es porque eres una tonta”, dice Jessica. “Y en ese momento lo supe: Este es el hombre con el que me casaré”. Si Justin no hubiera doblado mal probablemente  habrían esquivado la inundación y tal vez nunca hubieran vuelto a hablar.

Sin embargo, cuatro años más tarde, Justin y Jessica se casaron. “Perdí un auto, pero gané una esposa”.

La lotería

Cuando la suerte está de nuestro lado

Los juegos de azar son, por su propia naturaleza, cuestión de suerte. Y, como se puede ver en estas dos historias, a veces se necesita una dosis adicional de buena fortuna.

Unos años atrás, LaQuedra Edwards estaba en un supermercado Vons en Tarzana, California, y depositó 40 dólares en una máquina expendedora de billetes de lotería para comprar cuatro billetes de 10 dólares. Cuando estaba a punto de presionar el botón, un hombre le golpeó bruscamente el hombro al pasar; debido al impacto, su mano se posó sobre otro botón y en lugar de lo que quería compró un billete para raspar de 30 dólares, bastante más de lo que estaba dispuesta a jugar.

Frustrada, se fue de la tienda, subió a su auto y estudió el billete. Había diez números y 35 casilleros para raspar. A cada número que coincidiera con un casillero le correspondía una suma de dinero, de 10 a 10 millones de dólares. Buscó una moneda en su cartera y raspó el primer cuadrado. No había coincidencia. Luego otro. Nada. Siguió raspando; sus esperanzas se apagaban .

Y entonces sucedió: hubo una coincidencia. Dejó de raspar y tomó aire. Apoyó el billete sobre la falda y manejó hasta su casa; cada tanto lo observaba. “Casi me desmayo”, contó tiempo después. “No dejaba de pensar, esto no puede ser verdad”. El golpe accidental en el hombro se había convertido en la colisión más productiva del mundo. El billete que ella no deseaba era un billete ganador. Uno ganador de 10 millones.

En otro giro del destino en el mundo de la lotería, el pasado mes de octubre Jerry Hicks estaba entrando a una tienda Speedway en Banner Elk, Carolina del Norte, cuando encontró 20 dólares en el piso. La mala suerte de otra persona podía convertirse en buena racha para Hicks y decidió usar ese dinero caído del cielo para comprar un billete de lotería. Agregó 5 dólares y compró un billete para raspar Extreme Cash.

En un instante, los 20 que había encontrado se transformaron en un millón de dólares. Hicks, carpintero, dijo que planeaba usar esta ganancia para jubilarse y ayudar a sus hijos. Pero primero, aseguró a los encargados de la agencia de loterías: “Iremos a un tenedor libre y comeremos todo lo que tengan”.

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