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Trabajar con dinamita

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Una mujer que comanda uno de los trabajos más peligrosos del mundo en Mozambique.

En el recinto de Halo Trust en Zimpeto, un distrito del norte de Maputo, la capital de Mozambique, es “día de despliegue” o, como lo llaman aquí, “día de confusión”. Halo (siglas de Hazardous Area Life-Support Organisation, “Organización de apoyo a la vida en zonas peligrosas”) es la organización no gubernamental de remoción de minas antipersonales más antigua y grande del mundo, y hoy, 15 de los 26 equipos especializados que trabajan en Maputo acaban de volver de un receso de ocho días y se disponen a pasar tres semanas trabajando en uno de los 139 campos minados que quedan en Mozambique. El ambiente está tenso porque estos hombres y mujeres realizan uno de los trabajos más peligrosos del mundo: remover y destruir minas mortíferas.

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Aún es temporada de lluvias, pero hay un sol radiante y un calor que agobia. Helen Gray, vigorosa mujer que se crió en una granja en Escocia, es gerenta de programa de Halo en Mozambique, y entra al recinto en su camioneta para supervisar el despliegue. Hay una gran actividad: los equipos llenan camiones y vehículos todoterreno con combustible, carpas, bolsas de dormir, víveres y las herramientas de trabajo que necesitarán durante su estancia de tres semanas en el campo.

Varias horas después, están listos para desplegarse por la provincia de Maputo, y abandonan la seguridad relativa del recinto de Halo. Helen acaba de volver de un corto viaje: llevó a Susan Eckey, subdirectora general del Ministerio del Exterior de Noruega, y a su comitiva a una misión de estudio en los campos minados. Uno de los dos equipos de mujeres de Halo ha prolongado su estancia en el campo para recibir a los visitantes, y volverá a desplegarse cuando termine.

Halo tiene su sede en Dumfries, Escocia, y desplegó su primer equipo de trabajo en Mozambique el 20 de febrero de 1994. Hoy, tras haber hecho estallar más de 100.000 minas, ha declarado libres de estos explosivos a las seis provincias del norte del país, y solo queda por limpiar el sur.

Después de recibirse como bióloga y antropóloga en la Universidad de Durham, Helen trabajó para el Centro Escocés de Aves Marinas, y luego como guía de expediciones en los amenazados bosques lluviosos de Perú. Al volver al Reino Unido, envió su currículum a Halo. Un vecino suyo le había hablado acerca de esta organización, y ella había decidido orientarse hacia el campo humanitario.

Comenzó a trabajar para Halo en 2004, cuando tenía 24 años, y recibió un adiestramiento inicial de seis meses en los campos minados de Cabo Delgado, en la frontera norte de Mozambique (los portugueses sembraron las minas a principios de los años 70, cuando el país luchaba por independizarse de Portugal). Después trabajó en Angola, pero regresó a Mozambique en enero de 2008. En febrero de 2009 le pidieron que dirigiera las operaciones en este país, que se hiciera cargo de 370 empleados y administrara un presupuesto de 1,8 millón de libras esterlinas: poco más de la mitad de lo que se requiere para cumplir la meta de dejar completamente libre de minas a Mozambique, en 2014.

“Mi trabajo me da una gran satisfacción —dice Helen—. Es emocionante enviar removedores de minas a limpiar zonas inseguras. La comunidad recupera esas tierras, y al cabo de unos meses, cuando uno vuelve allí, ve cultivos de maíz o las casas y escuelas que se han construido. El peligro se ha ido para siempre. Pocos trabajos dan ese tipo de recompensa”.

Aprender a retirar minas es una tarea muy ardua. Helen recuerda su primer día: “Tenía muchas ganas de encontrar una mina. Por seguridad, la técnica que aprendemos es sistemática y repetitiva, pero yo no quería captar una señal de metal con el detector y luego escarbar con extremo cuidado durante 20 minutos para toparme con una lata de gaseosa. Quería encontrar una mina”.

Este sentido de compromiso es lo que permite a Helen y a su equipo realizar la remoción de minas que Mozambique necesita con tanta urgencia. Luego de 20 años de lucha con Portugal, este país padeció una guerra civil entre el FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique), que gobierna en la actualidad, y la Renamo (Resistencia Nacional Mozambiqueña), que fue apoyada en secreto por Rodesia y luego por Sudáfrica. El cese del fuego se decretó el 15 de octubre de 1992, y sigue vigente. Sin embargo, la guerra dejó 900.000 muertos, 5 millones de desplazados y alrededor de 200.000 minas sembradas por todos los participantes en el conflicto.

Helen sale del recinto, toma la ruta oeste de Maputo y maneja durante una hora hacia la frontera con Sudáfrica. Pronto llegamos a una de las “secciones para chicas”. Diez mujeres están trabajando en un campo minado. Han estado de pie desde las 4:30 de la madrugada. La jornada de trabajo, que empieza a las 6 y termina a la una de la tarde, está regida por la necesidad de evitar las horas de más calor; sin embargo, la temperatura suele rondar los 40 °C, lo que genera un infierno en el que es difícil conservar la fuerza física y la concentración, tan crucialespara las removedoras de minas como la estricta observancia de todas las reglas que han aprendido para mantenerse con vida.

Las mujeres usan caretas y chalecos antibalas mientras revisan cada centímetro de tierra con detectores de metales. Como las distracciones pueden ser letales, toman un descanso de 10 minutos cada hora.

El primer equipo femenino de Halo se formó en 2007. “La percepción en Mozambique era que la remoción de minas es un trabajo para hombres”, dice Helen. “Cuando empezamos a reclutar, dejamos en claro que aceptaríamos solicitudes tanto de hombres como de mujeres, y recibimos muchas de mujeres. Han hecho una gran labor, y algunas han obtenido ascensos en nuestro sistema”.

El teléfono celular de Helen suena de repente; le avisan que todo está listo para destruir una mina en el campo de Mubobo, a unos 1.500 metros de distancia. Mubobo es la zona con más minas que aún falta despejar en la provincia de Maputo. El FRELIMO minó esa zona durante la guerra civil para evitar el sabotaje de las vitales torres que abastecen de electricidad a Maputo, la capital.

Onorio Manuel, supervisor de sección de 22 años, saluda a Helen cuando llegamos. Dentro del puesto de control que ocupa, le informa sobre la situación en el campo minado. Tras colocarse el equipo de seguridad, Onorio prepara la carga explosiva de pentolita que necesita para destruir una mina rusa que han detectado cerca de una de las torres. Las minas de este tipo están diseñadas para arrancar no solo pies, sino piernas enteras.

“La política de Halo es destruir cada mina terrestre y cada pieza de artillería que descubrimos”, explica Helen mientras supervisa la maniobra de Onorio. “Solo así sabemos que ha quedado destruida para siempre”.

Ambos caminan muy despacio hacia el campo minado, que tiene marcadas las zonas seguras con estacas de punta roja clavadas en el suelo. “Si te mantienes dentro de estas marcas, estás a salvo”, dice Helen. Pasan junto a los esqueletos de dos personas que murieron en este campo minado hace mucho tiempo y cuya identidad quedó en el olvido.

“Tal vez trataban de robar metal y pisaron una mina”, señala Helen. “Aunque se alejaron un poco arrastrándose, murieron solas aquí. No eran de esta zona, así que nadie ha reclamado los cuerpos. Estamos decidiendo con la gente local qué hacer con ellos una vez que el campo esté totalmente limpio de minas”.

Suena un silbato: la señal para que todo el equipo se aleje de inmediato mientras Onorio coloca la carga explosiva. “Esta parte se hace siempre sin ayuda”, explica Helen. “Así, solo una persona corre el riesgo”.

Se eligió una mecha que dura cinco minutos, tiempo suficiente para que Onorio se reúna con Helen a unos 100 metros del sitio de la explosión, la distancia que se considera segura para este tipo de mina.

Al acercarse el momento de la detonación, se inicia la cuenta regresiva de los minutos y después de los segundos. El ruido del estallido inunda el aire, y en seguida surge una nube de humo negro en forma de hongo que asciende lentamente hacia el cielo.  Todo ha terminado, y en la provincia de Maputo ahora hay una mina menos por la cual preocuparse.

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