Conocé la desesperada historia de una joven familia de Amsterdam que encontró amigos para siempre en Filadelfia.
Era una mañana fría de principios de 2011. Dave, agente de Recursos Humanos de 44 años, se quedó asombrado con solo empezar a leer el correo. Leyó que Bo Jansen, una valiente niña holandesa, padecía un trastorno en las articulaciones de las rodillas de casi 90 grados, lo que hacía que tuviera las piernas flexionadas y rígidas. Junto con sus padres y sus dos hermanos más pequeños iba a emprender un largo viaje hasta Filadelfia con la esperanza de poder caminar por primera vez en su corta vida gracias a una intervención quirúrgica.
Leyó que Bo, de seis años, había nacido con artrogriposis, una enfermedad congénita que afecta a uno de cada 3.000 niños recién nacidos. El tipo de artrogriposis que padecía Bo era aun menos común: uno de cada 10.000 niños. Pero Bo estaba tan decidida a ser independiente, que era capaz de impulsarse por una habitación de rodillas, como quien aguarda un milagro.
El email, escrito por un amigo de origen estadounidense de la familia de Bo, recalcaba que sus padres, Nancy y Remco Jansen, no querían donaciones, sino más bien consejos. Remco ya había encontrado trabajo y los dos hablaban bien inglés, pero desarraigar a una familia entera para instalarse en un país extraño durante un año era, cuanto menos, abrumador.
“Me pongo en contacto con ustedes para ver si entre todos avivamos el maravilloso espíritu americano de buenos vecinos para ayudarles a encontrar su camino en Filly”, leyó Dave. “¿Hay alguien que quiera ayudar a formar el ‘dream team’ de Bo?”.
Inmediatamente, Dave supo que tenía que formar parte del equipo. Quería remover cielo y tierra para que toda la comunidad ayudase a Bo y a su familia a adaptarse de la forma menos traumática posible a su nueva vida, y no solamente porque fuera lo que se supone que debería hacer un buen vecino.
Rita, su mujer, se burlaba a menudo de él. “Si alguien te llama a medianoche y te pide que vayas inmediatamente, eres capaz de saltar de la cama para ir corriendo a ver qué le pasa”, decía.
Como había competido como ciclista en Europa en la década de los 90, sabía lo que era sentirse extraño en un país extranjero. Muchas personas le abrieron entonces las puertas de sus casas y le ayudaron a conocer las costumbres, los idiomas y los malditos circunloquios tan comunes en el continente. Él correspondió una y otra vez, invitando sin dudarlo a su casa a los ciclistas europeos.
Pero en este caso no se trataba solo de ayudar. La historia de Bo le caló hondo y le removió por dentro porque Dave también tenía una hija de 6 años, Hannah, que se había enfrentado a graves problemas de salud al nacer (a Dave todavía le resulta difícil hablar del tema).
Dave se puso en contacto con Bárbara, la persona que le había reenviado el email pidiendo ayuda.
“Estoy dispuesto a ayudar,” dijo.
Ese mismo día, en Broek in Waterland, un pueblo a ocho kilómetros de Amsterdam en dirección al norte, Nancy Jansen se sentó delante de su computadora y abrió un email. Escueto y conciso, decía: “Hola, soy Dave. Podemos ayudar. Dime qué necesitas”.
Llamó a Remco aliviada. Había recibido una respuesta a su petición de ayuda cibernética, ahora que estaban enfrascados en la organización de los pormenores del viaje. Estarían al menos seis meses en una gran ciudad de los Estados Unidos.
Broek es como dar un salto atrás en el tiempo, con sus estrechas calles y sus casas bajas pintadas de los colores del arcoíris. Allí todos se conocen unos a otros. Bo, de pelo largo y rubio, cara ancha y sonrisa radiante, se crió allí, segura y cómoda en su silla de ruedas.
Nancy y Remco buscaron en vano un médico holandés que pudiera dar a su hija la oportunidad de olvidarse de la silla de ruedas. Al final, Nancy oyó hablar del doctor Harold Van Bosse, cirujano ortopédico de Filadelfia, especializado en niños con artrogriposis. Le envió el historial médico de Bo. A mediados de 2010, el doctor Van Bosse dijo a los padres de Bo que iba a asistir a una conferencia en Amsterdam y que le gustaría conocer a la niña.
Se encontraron una tarde, a última hora. El cirujano se quedó impresionado porque, aunque Bo tenía hambre y estaba cansada, anduvo de rodillas. “Si puede hacer eso, puede andar de pie”, dijo el doctor Van Bosse a Nancy y Remco. Se miraron el uno al otro, incapaces de creer lo que habían oído. Pero sí, habían oído bien.
No querían separar a la familia y que uno de los dos estuviera con Bo durante las distintas operaciones a las que debía someterse para estirarle las articulaciones, mientras que el otro se quedaba con Zef, el hermano pelirrojo, y con la pequeña Fay, que aún no había cumplido los dos años. Fue una suerte que Remco encontrara trabajo en una multinacional en Filadelfia como asesor de salud y se pudiera llevar a toda su familia con él gracias al visado de trabajo temporal.
Su primera necesidad era encontrar un sitio para vivir y por eso le mandaron a Dave una foto de la casa en la que estaban pensando quedarse, situada al norte de la ciudad.
“¡No es una zona buena!”, contestó inmediatamente. “No vayan allí”.
Aceptaron agradecidos su ofrecimiento de acompañar a un agente inmobiliario a otras viviendas y sacar fotos que luego les mandaría con notas descriptivas de cada casa. Así comenzó la relación de los Jansen con este hombre de pocas palabras y gran corazón.
“Prácticamente una caja de cartón”, escribió despectivamente de una de las casas. “Demasiadas escaleras”, escribió en otro email.
Por fin, encontró un lugar en Jenkintown, un pueblo al norte de su localidad de Elkins Park, con tiendas y restaurantes pequeños, una plaza y una cafetería popularmente conocida por preparar los mejores cafés con leche de la zona. La casa contaba con tres plantas y una suite en el piso de arriba para que pudieran alojarse también los abuelos.
Una vez que encontraron la vivienda, Dave, Bárbara y sus amigos pusieron manos a la obra. Su primer paso fue hacer una lista de sugerencias que incluía tres camas para los niños, un sofá de dos plazas y “todo lo que necesitas en una cocina”. Hicieron campaña entre sus familiares y amigos para que rebuscaran en sus casas cualquier cosa que pudiera servir. A mediados de mayo estaban tan abrumados que Dave empezó a registrar todo en hojas de cálculo. Una de las entradas, un sofá y dos butacas, fueron un regalo del “Parque Infantil de Jenkitown”.
A Remco y a Nancy les conmovió recibir la hoja de cálculo de Dave y, además, se quedaron sorprendidos. Dave y su grupo de amigos americanos parecían tener un gran corazón.
Remco llegó a mediados de mayo de 2011, varias semanas antes que el resto de la familia. Dave fue a buscarlo al aeropuerto, delgado, serio y solícito.
Se disculpó por no haber encontrado una casa con un baño en la planta baja para Bo. También le preocupaba que el jardín, una enorme extensión de césped que lindaba con un callejón, fuera demasiado pequeño.
“No te preocupes”, dijo Remco un poco abrumado mientras recorrían las habitaciones. “Deberías ver el tamaño de nuestro jardín en Broek. Es como un sello de correos”.
Dave lo acompañó a comprar todos los pequeños extras que harían de esa casa su hogar familiar. Hablaron mientras iban de compras, sobre todo de ciclismo. En los emails, ya habían hablado de su pasión por el deporte. Cuando Dave mandó a Remco una foto suya para que lo reconociera en el aeropuerto, el holandés le respondió diciéndole que se parecía al ciclista español Perico Delgado.
Dave contestó: “Pero más bajo”.
Dave tardó dos semanas en contarle a Remco lo de Hannah. Aunque la niña ya estaba bien, seguían teniendo la sensación de impotencia, el miedo y la necesidad de protegerla. Dave entendió por qué Bo iba a Filadelfia con toda su familia y por qué estaban aprovechando esa oportunidad. Él habría hecho lo mismo por Hannah sin dudarlo. Entonces, Remco pudo comprender también: los dos tenían otro punto en común.
Cuando llegó el resto de la familia, agotados y cargados de valijas, Dave fue al aeropuerto con Remco para llevarlos a casa. Cuando Bo vio su habitación —por primera vez no tenía que compartirla con nadie— se le iluminó la cara. Era digna de una princesa, pintada de blanco y espaciosa, con muchos pósters de caballos —su animal favorito— corriendo.
“Me encanta”, dijo. “La casa es estupenda”.
Poco después, la casa se convirtió en un hogar. Dave siempre estaba disponible si necesitaban algo. Los llamaba para invitarlos a un asado o para decirles si querían ir con ellos a pasar el día al zoo.
Dos semanas después de que aterrizaran, Bo pasó por primera vez por el quirófano para que le corrigieran un pie torcido. Un mes después, el doctor Van Bosse le instaló un “fijador” externo: un aro de metal con barras finas y bisagras, alrededor de la rodilla derecha, que estaba sujeto mediante clavos atornillados a la espinilla y al fémur. Nancy tenía que apretar el tornillo del “fijador” tres veces al día para conseguir que la pierna se fuera enderezando poco a poco.
A veces, Bo gritaba de dolor. Pero perseveró y, en octubre, el doctor Van Bosse le hizo la misma operación en la pierna izquierda. El 18 de enero de 2012, un día antes de su séptimo cumpleaños, le sacaron el segundo “fijador”. Una semana más tarde tenía cita con el fisioterapeuta en el hospital. Estaba asustada.
“Mamá, ¡sujetame los pies!”, gritó al principio.
Nancy estiró los brazos para abrazarla con un gesto protector cuando el fisioterapeuta la hizo moverse entre las barras paralelas. Rechinando los dientes, Bo se agarró a las dos barras y susurró: “Mamá, alejate”.
Nancy se retiró un poco.
“¡Más lejos, mami. Más lejos!”.
Y, entonces, Bo anduvo. Solo dio unos cuantos pasos torpes pero para Nancy fue un gran salto hacia delante. Empezó a llorar y llamó a Remco al móvil. “Bo ha andado”, dijo una otra y vez.
El progreso fue lento. La pequeña empezó a poder mantenerse en pie por sí misma gracias a unas abrazaderas de colores brillantes que le rodeaban las piernas.
Comenzó a cepillarse los dientes de pie y a dar pasitos hasta la cama, todavía con las piernas arqueadas, pero capaz ya de doblar y estirar las rodillas.
“Siempre ha sido muy decidida y ha tenido espíritu luchador”, dijo Remco a Dave en una de las salidas en bici que hacían todos los sábados sin excepción. “Es maravilloso ver cómo se está recuperando”.
Después llegó el día en que Bo pudo ir andando al colegio de Zef para buscarlo con su madre, recorriendo con cuidado y con indiferencia el largo hall. Su hermano pequeño fue corriendo hacia ella.
“Bo, ya estás tan alta como yo”, dijo bailando a su alrededor. “¡Estás muy alta!”.
Hoy en día, casi dos años después, los Jansen están de vuelta en Holanda pero las dos familias continúan igual de unidas.
Siguen en contacto por Facebook y por email y, este enero pasado, Dave los visitó cuando acudió al Campeonato del Mundo de Ciclocross, celebrado al sur de Holanda, cerca de la frontera con Bélgica.
“Es como si fuéramos una familia”, dice. “Seremos amigos para siempre”.