Seguí a estas flores perfectas en un viaje que terminará a miles de kilómetros.
Simon van der Burg, consumado productor de flores, recorre rápidamente un invernadero enorme en las laderas del Monte Kenia. Un océano de rosas rojas lo rodea. Sigue a un carrito cargado de rosas de Clase Superior hasta el almacén de embalaje. “La rosa tiene que estar en su fase óptima para ser cortada, para que se abra cuando se le entregue al destinatario final”, afirma.
Sus rosas de Clase Superior obtienen continuamente la clasificación A1, la mayor que puede conseguir una rosa. Está inspeccionando la actual cosecha de rosas en su vivero, Timaflor, que puso en marcha en 2006.
Su empresa actualmente ocupa 39 invernaderos y 70 hectáreas de rosas. Emplea a 1.050 trabajadores, cultiva 20 variedades distintas de rosas y envía 2 millones de ellas todas las semanas a la subasta internacional de flores de Aalsmeer (Holanda).
“Vine por primera vez a Kenia en 1971, como voluntario de una organización holandesa”, afirma. El país lo sedujo y se quedó para convertirse en director de una plantación de rosas. Van der Burg, de 62 años, ha construido un imperio floreciente de este frágil pero duradero símbolo del amor.
Se detiene para tocar un capullo de Clase Superior y lo examina con un ojo experto. El tallo es flexible, aunque firme, desbordando energía. Los pétalos rojo rubí están a punto de abrirse en rosca. Van der Burg ama lo que cultiva. “La rosa roja es única”, dice. “Es un símbolo de amor”.
El transporte en avión y el control de la temperatura son las claves del éxito de la industria floral keniata de Van der Burg. Las rosas cortadas se guardan en cajas y se clasifican por calidad. En un plazo de 24 horas desde que son recogidas, son transportadas delicadamente en camiones refrigerados al aeropuerto de Nairobi, donde todas las noches, un Boeing de carga lleno de flores de Timaflor y de otros productores sale hacia Holanda.
Las delicadas flores viajan en primera clase en compartimentos a 2°C. Cualquier mañana gris en Holanda, tras nueve horas de vuelo desde Nairobi, el avión descarga su preciosa y perecedera carga de rosas keniatas en el aeropuerto de Schiphol, en Ámsterdam. Gerjan Telleman, el representante de Timaflor en Holanda, está esperando para buscarlas. Las rosas de Clase Superior, como todas las flores importadas, deben analizarse rigurosamente para ver si tienen insectos o portan enfermedades, lo que supondría un gasto enorme. Los inspectores gubernamentales descubrieron en una ocasión una sola oruga entre las miles de cajas de rosas en un avión. Hubo que destruir toda la carga completa.
Telleman, como mucha gente del sector, creció entre flores. En 2005, fundó su propia empresa de procesamiento, Fresco Flowers. Actualmente lleva las flores de Timaflor y otros sietes productores a la subasta. Maneja unos 250 millones de tallos por año.
Las rosas de Clase superior viajan en camión hasta FloraHolland, un complejo inmenso cerca de Aalsmeer, donde el equipo de Telleman las prepara para la subasta. FloraHolland, cooperativa formada por 6.000 productores como Van der Burg, ocupa el mayor edificio comercial del mundo: un complejo desperdigado en un área cercana al tamaño de Mónaco. Incluso tiene su propio sistema de ferrocarril elevado, con un tren robot llamado “Aalsmeer Shuttle” que transporta flores más de 19 kilómetros, por una vía cubierta, a una velocidad de 13 km/h. El personal de Telleman (50 trabajadores) se mueve a toda velocidad, seleccionando las mejores flores de las cajas de importación y supervisando el trayecto hasta la cinta transportadora donde se reúnen en ramos de diez, se arreglan y se envuelven en papel celofán.
La reputación es fundamental en el negocio de las rosas y Telleman está obsesionado con el control de calidad. Las rosas de Calidad Superior, especialmente, deben mantener su calificación de A1. Su ojo le dice que las rosas necesitan descanso para conservar su belleza. “Llévate estas adentro”, le dice a uno de los trabajadores. El hombre empuja el carrito hacia un almacén frío para que las rosas, bañadas y protegidas, puedan refrescarse durante la noche y prepararse para el remate —el “gran espectáculo”— de la mañana siguiente.
La subasta tiene lugar en un auditorio muy empinado, tan grande como una sala de conciertos. Muy temprano por la mañana, cientos de compradores, representantes de exportadores, mayoristas, supermercados y florerías de toda Europa, se reúnen allí. Cada asiento tiene una pequeña mesa de trabajo informatizada con el “Botón de comprar”.
Paul van Delft, comprador veterano, con 15 clientes alemanes, comprueba sus pedidos y enciende su computadora en la que revisará las rosas que salen a la venta. Se acerca el momento de apertura del remate. La Subasta Holandesa es un remate de precio descendente. Los precios no van subiendo hasta que gana el último postor. Por el contrario, se establece un precio de salida alto. Después, los precios van bajando tan rápido como una bola rodante. El primer postor en apretar el botón es el que gana.
Van Delft mira hacia arriba al oír el sonido de un viejo gong, la señal tradicional de que la subasta ha comenzado. Son las 6 en punto y los carritos de flores —tulipanes, lilas, lirios, orquídeas— empiezan a pasar por el escenario mientras se proyectan sus imágenes en las grandes pantallas de la pared.
Antiguamente, las rosas también aparecían en el escenario, pero hoy en día, debido al volumen vendido (más de 14 millones por día), solo aparecen en la pantalla de la computadora del comprador. Una por una, las imágenes de las rosas parpadean en la pantalla, cada una con una información completa. Una esfera compuesta por 100 puntos llamada “El Reloj” aparece también en la computadora. El Reloj, sin embargo, no mide segundos, sino céntimos. Si empezamos por la parte superior de la esfera, 100 céntimos, el precio desciende rápidamente: 99, 98… 60… 55… 45… hasta que alguien pulsa el botón de comprar.
Con una nueva variedad de rosa cada pocos segundos, y con cientos de competidores, el comprador tiene que poner todos los dedos en el botón y ser tan rápido como un pistolero. Es un negocio estresante. “La primera vez que vine a la subasta, tenía un pedido de 800 lilas”, recuerda Van Delft. “Estaba un poco ansioso, y entendí mal el número del lote. En lugar de 800 tallos, compré 800 ramos. ¡Diez veces más de lo que necesitaba!” Ahora ya sabe cómo permanecer tranquilo y comprar para cubrir a todos sus clientes. Compra unas 35.000 rosas por día.
Una vez adquiridas, las rosas son cargadas rápidamente hasta la sala de distribución. Vista desde arriba, está llena como una colmena, repleta de pequeñas carretillas naranjas que transportan carros llenos de flores en todas direcciones. Leon Bonte, de 37 años, es el director de Compras de Fleura Metz, una empresa que exporta rosas a mayoristas y floristas: 56 centros de venta al por mayor y miles de floristas, incluso vendedores ambulantes, en Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos.
En este momento, Bent está centrado en supervisar que un cargamento de flores, incluidas rosas de Clase Superior, esté siendo cargado de forma adecuada. Las flores son traspasadas de forma segura, la puerta se cierra y Bonte observa mientras el camión se aleja, rumbo a Alemania. En otras zonas del almacén, las rosas están siendo preparadas para su transporte a los centros de toda Europa.
Es una cálida tarde de junio en el centro de Mixtas Madrid y alguien está paseando por sus calles, cuando unas rosas en la vidriera de una florería captan su atención. Decide darse un gusto y comprar diez exuberantes flores en su momento óptimo, sin ser consciente de los miles de kilómetros que han recorrido y de la cantidad de personas que se han preocupado por ellas.
Al contrario que los diamantes, las flores no son para siempre. Pero son perfectas para muchos momentos: una licenciatura, una propuesta de matrimonio, un cumpleaños… o para cualquier otro momento en el que uno quiera hablar de amor.