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Novak Djokovic, mucho más que un deportista

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Conocé los comienzos del ex número uno del tenis y su objetivo: cambiar la imagen que el mundo tiene de su país.

Puede que haya pasado media vida para él, pero Novak Djokovic —hasta hace poco número 1 del tenis— se acuerda perfectamente de su cumpleaños número 12. Fue el 22 de mayo de 1999. Lo celebró en el Club de Tenis Partizan de su ciudad natal, Belgrado, capital de Serbia. “Al mediodía, mis padres estaban cantando ‘Cumpleaños feliz’ recuerda Djokovic. De repente, empezaron a sonar las sirenas. Comenzaron los bombardeos por encima de nuestras cabezas. Se oían explosiones a lo lejos. Nos quedamos sin suministro eléctrico”. El día 60 de Operation Allied Force, la campaña de la OTAN contra Serbia, los aviones de los aliados bombardearon la central eléctrica 8 de Belgrado y la planta de carbón de Veliki Crljeni, al sur de Belgrado. “Fue terrible”, afirma Djokovic, de 25 años, hombre delgado y tranquilo que habla despacio pero piensa rápido.

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Djokovic está pálido, con las mejillas hundidas y los hombros caídos. Hace sólo 38 horas que llegó de Nueva York, tras haber ganado el Open de los Estados Unidos, su tercera victoria de Grand Slam del año. A finales de 2011, con 10 títulos logrados en total, los comentaristas se preguntaban si la temporada de Djokovic es la mejor conseguida por ningún otro jugador en la historia.

Se sienta en la silla y eleva la voz  “La guerra me hizo mejor persona porque aprendí a apreciar las cosas y a no dar nada por sentado”, afirma. “La guerra también me hizo mejor jugador de tenis porque me juré a mí mismo que demostraría al mundo que también hay serbios buenos”.

Para mucha gente cualquier mención de Serbia conjura imágenes de masacres, fosas comunes, culpa histórica y declive moral. Es un país al que le vendría bien una victoria, un país que necesita un héroe. Belgrado está forrado de carteles de la joven estrella del tenis en pose victoriosa. Hay estampillas con su cara y se puede encontrar su nombre en los encendedores, paquetes de caramelos y llaveros. Mire por donde se mire, la gente joven está jugando al tenis. Los chicos llevan su mismo corte de pelo y las nenas llevan su nombre grabado en el corazón. Hay documentales en la televisión sobre sus grandes logros con un tono orgulloso con reminiscencias de noticiero propagandístico.

Cuando Djokovic ganó Wimbledon, en 2011, lo que lo catapultó al número uno del ranking mundial, toda Serbia entró en éxtasis. El eufórico presidente de Serbia ofreció bromeando su puesto a Djokovic mientras que 100.000 fanáticos exultantes daban la bienvenida a su hijo nativo de vuelta a Belgrado con canciones populares, fuegos artificiales y banderas rojas, azules y blancas. Y por supuesto, Djokovic dedicó su triunfo a su país. Después de todo, él es la cara de la nueva Serbia, el símbolo del renacer de las cenizas, como el ave Fénix.

Todo empezó cuando fue descubierto de chico por la leyenda del tenis Jelena Gencic. “Dios Todopoderoso envió a ese niño”, afirma Gencic, una educada señora de pelo blanco y corto. A sus 75 años, esta vieja tenista profesional sigue entrenando a los jugadores en la cancha de tenis todos los días. Descubrió a Monica Seles y, después, a principios de los noventa, conoció a Novak Djokovic. En ese momento, Djokovic y su familia pasaban las vacaciones de verano e invierno en Kopaonik, un popular destino turístico en la montaña, a 250 kilómetros al sur de Belgrado, donde sus padres estaban al frente de un negocio de deportes y de una pizzería. En 1993, Novak Djokovic, con seis años, veía el tenis en la televisión por primera vez. El partido era la final de Wimbledon en la que Pete Sampras le ganó a Jim Courier. Hacía poco que habían abierto tres canchas de tenis del otro lado de la ruta del restaurante de sus padres. Mientras Gencic golpeaba pelotas con unos pocos niños, Djokovic se pasaba el día embelesado viendo cómo jugaban desde la tribuna. “Por fin le pregunté, ‘Eh, hombrecito, ¿sabes lo que estamos haciendo? Ven y únete a nosotros’”, dice Gencic. “A la mañana siguiente, ahí estaba él”. Djokovic iba equipado con una heladerita, una raqueta de tenis, una toalla, agua y una banana, una camiseta extra y una muñequera. “Le dije: ‘Tu madre te ha equipado bien’. Me contestó enojado: ‘Fui yo. ¡Soy yo quien quiere jugar al tenis, no ella! Era extraordinario”, recuerda Gencic. Le enseñó cómo agarrar la raqueta, cómo correr y cómo enfrentarse a la pelota. Tres días después, lo mandó a buscar a sus padres. “Les dije que tenían un hijo que valía su peso en oro”, dice Gencic. “Estaba convencida de que estaría entre los cinco mejores jugadores del mundo a los 17 años. Se quedaron sin habla.”

Desde ese día, los dos entrenaron juntos en el Tenis Club Partizan de Belgrado. Gencic le dijo que tenía que hacerse más fuerte para poder golpear más fuerte y que se debía mover más hacia la pelota. En los ratos de descanso, leían poesía y escuchaban a Beethoven o Chopin. “Prácticamente todo lo que sé del tenis me lo enseñó ella”, dice Djokovic, a quien le sigue gustando escuchar música clásica para relajarse. Pero entonces el conflicto de Kosovo llegó a su peor momento, y el 24 de marzo de 1999, la OTAN lanzó su primer ataque aéreo contra Belgrado. Durante dos días y dos noches, Novak, sus padres y sus dos hermanos se refugiaron en el sótano de su edificio antes de atreverse a volver al departamento del segundo piso, donde vivían: “Éramos gente sencilla a merced del bombardeo— dice Djokovic en el vestuario—. Decidimos seguir haciendo nuestra vida normal. Si algo ocurría, simplemente ocurriría”. 

El bombardeo de Belgrado duró 78 días. En ese tiempo, se lanzaron 28.000 explosivos sobre la ciudad. Pero Djokovic siguió entrenando. Si los aviones de la OTAN bombardeaban el puente sobre el Danubio, Djokovic y Gencic entrenaban en el Club 25 de Mayo, a orillas del río, al día siguiente. Si las bombas caían sobre Banjica, un barrio al sur de Belgrado, Djokovic y Gencic entrenaban en el Club local de Vozdovac, al día siguiente. “Imaginábamos que no bombardearían la misma zona dos días seguidos”, afirma Gencic, cuya hermana murió cuando la onda expansiva de una bomba la tiró contra una pared. Seis meses después de que terminaran los ataques, Gencic dijo a Djokovic que era tan bueno que ella ya no tenía nada más que enseñarle. Así que llamó a Niki Pilic, jugador croata que había sido en su momento el mejor tenista de  Yugoslavia. Gencic preguntó a Pilic, quien dirigía una escuela de tenis en Oberschleissheim, cerca de Munich, si podía tomar a Djokovic bajo su tutela. Pero los honorarios eran demasiado caros, mucho más de lo que podía pagar la familia de Djokovic. En respuesta, su padre, Srdjan, fue a buscar patrocinadores e incluso inversores, pero nadie estaba dispuesto a firmar un contrato. Entonces, pidió prestado dinero a un interés del 10 y 15 por ciento anual.

Niki Pilic, sentado en la casa del club de tenis Iphitos de Munich, cuenta que al principio no sabía si aceptar a Novak o no. “El conflicto de los Balcanes acababa de terminar —afirma Pilic—. Yo soy croata y él serbio. Quizás, una sola palabra equivocada podría tener terribles consecuencias. Pero pensé: ‘Mi mujer también es serbia y Novak es un chico agradable. Intentémoslo’”. Pilic hacía sacar pelotas contra una pared a su joven protegido durante horas para mejorar su técnica, y lo tuvo trabajando con una banda elástica de fortalecimiento durante un año para mejorar la flexibilidad de su muñeca. “Novak tenía muchísimas ganas de aprender —dice Pilic—. Trabajaba de una forma casi obsesiva”. Djokovic pasó cuatro años en Baviera. Pilic consiguió anotar a Djokovic en cuatro torneos y, en 2003, ganó sus primeros partidos como profesional. Dos años después, era el jugador más joven entre los 100 primeros. 

Se le concedió la orden de St Sava, el máximo honor otorgado por la Iglesia Ortodoxa Serbia, porque donó 100.000 dólares para la conservación de los monasterios históricos de Kosovo. Dice que es el título más importante que ha conseguido jamás. En lo que se refiere a Kosovo, Djokovic es nacionalista. Su padre nació en Kosovo, al igual que su tío y su tía. “Es el lugar de nacimiento de mi familia y, de hecho, de la propia cultura serbia”, afirma. Sus palabras son convincentes y pueden calmar o excitar a las masas. Después de ganar el Open de Australia en 2008, envió un mensaje en video a Belgrado, donde 150.000 compatriotas estaban manifestándose contra la declaración de independencia de Kosovo. “Estamos preparados para defender lo que es nuestro por derecho propio —dijo—. Kosovo es Serbia.” Esa noche, manifestantes armados tiraron piedras contra las embajadas de Croacia, Bosnia y Alemania. Atacaron la embajada estadounidense también, y le prendieron fuego. ¿Es eso lo que pretendía? “No lamento lo que hice —afirma Djokovic—. Queremos justicia, pero no podemos conseguirla”.

Djokovic dice que cuando el primer equipo nacional ganó el evento por equipos en diciembre de 2010, fue como un nuevo despertar para él, porque comprobó lo que podía conseguir su país. Hasta entonces Djokovic había sido muy buen jugador, se encontraba entre los cinco mejores, pero solía perder la mayoría de sus partidos clave. Así que empezó a trabajar aún más y, desde entonces, ha sido un fuera de serie. Además de tener un nuevo preparador físico, Djokovic recibe asesoramiento de un nutricionista que también ha estudiado medicina tradicional china. Desde que el serbio redujo todo lo que contenía trigo, centeno y avena de su dieta, es más liviano, más ágil y está en mejor forma. Actualmente juega de forma sobresaliente porque combina lo que teóricamente son dos fuerzas opuestas: la concentración y el frenesí, la calma y la obsesión. En la cancha de tenis, es mitad luchador callejero, mitad artista. Usa su éxito para actuar como embajador e incluso ha llegado a bailar una danza popular serbia en la televisión estadounidense. Djokovic también se ve a sí mismo como colaborador del desarrollo. Ayudó a organizar el Open de Serbia, el primer torneo ATP del país, y ha creado una escuela de tenis que pronto abrirá sus puertas. Su empresa, Family Sport, ha invertido ya cinco millones de euros en la escuela y se espera que invierta otros cinco millones más. Actualmente, emplea a 100 personas aproximadamente y su tío coordina sus compromisos. Las expectativas de todo un país se apoyan claramente en las espaldas de Djokovic. Janko Tipsarevic, el segundo mejor jugador de Serbia, de 27 años, nos cuenta, mientras está sentado tomando café.

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