Un periodista se sumerge de incógnito en Las Vegas para aclarar los secretos de los casinos de los hoteles.
Yo no juego en el casino
No soy excesivamente aficionado a las multitudes. No soy un gran fan de Celine Dion. Mi idea de las vacaciones perfectas es tirarme en una playa casi desierta con palmeras y alejado del mundo. Y a pesar de todo eso, he venido a Las Vegas durante una semana.
Mi misión es sencilla. Como visitante novato, quiero levantar el envoltorio y ver qué se esconde bajo las luces de Las Vegas. Quiero descubrir el “intríngulis” de algunos de los casinos más famosos de aquí para conocer mejor la ciudad, de la que Frank Sinatra dijo una vez en una película “es el único lugar donde el dinero habla realmente. Dice adiós”.
Empiezo literalmente por lo más alto. Tras ser acompañado a un ascensor, a través de una serie de puertas cerradas y camufladas, me dan la bienvenida al exclusivo Paiza Club del Hotel Palazzo, en el piso 50. Este club ricamente revestido en madera que domina el legendario Bulevar de Las Vegas, está fuera de los límites de cualquiera menos de los jugadores más ricos del mundo; los llamados “ballenas” o “cachalotes” que se juegan habitualmente decenas de miles de dólares a los dados o a las cartas. El Baccarat es el juego de las posibilidades. Sin embargo, para el jugador habitual aficionado a las máquinas tragamonedas, el casino cuenta también con su bandido mejor armado: 500 dólares (unos 380 euros) por cada tirón de palanca.
Aunque los invitados de elite que se alojan en este club (el 80% son asiáticos), no pagan nada, el precio de admisión es abusivo. “Nuestros invitados tienen por lo menos un millón de dólares en nuestra cuenta”, explica Ken Wong, director ejecutivo del club. Hay menos de 1.000 de estos jugadores megarricos y la competencia para hacerse con sus favores entre los casinos más importantes es enorme. “Sabemos quienes son esas ballenas”, afirma Wong. “Y todos los buscamos. La admisión es exclusivamente por invitación”.
El Palazzo, como algunos otros casinos, tiene su propia flota de aviones privados para transportar a las ballenas desde sus países de origen a Las Vegas. Para conseguir que las ballenas se sientan como en casa, el club cuenta con un servicio de cocina las 24 horas con alimentos frescos que llegan en avión privado desde Asia, una plantilla de mayordomos políglotas y televisiones sintonizadas con cadenas de Hong Kong, Japón y China.
“Complacemos ‘cualquier capricho’ de nuestros invitados”, afirma Wong. Él buscará personalmente la mejor sopa de nido de pájaro de toda Asia para sus ballenas. Recientemente, en vísperas de Navidad, un invitado del Paiza Club le preguntó a Wong si podía organizarle un show de Navidad, con piano y un Papá Noel que cantara para el día siguiente. El único problema es que en las Vegas, los espectáculos están cerrados el día de Navidad y los artistas tienen ese día libre. “Pero no conocemos el significado de la palabra no”, afirma Wong. Al día siguiente, la ballena tuvo su representación privada de Navidad, incluyendo el Papá Noel cantante.
¿Cómo se juega?
Para ver cómo juega la otra mitad o el otro 99 por ciento de Las Vegas y para saber cómo los casinos les sacan hasta el último centavo, me reúno con el experto en juego David G. Schwartz, doctor en Letras, en el casino Caesars Palace. Schwartz ha escrito mucho sobre la historia y la psicología de los jugadores y es director del Centro de Investigación del Juego de Azar de la Universidad de Nevada, Las Vegas. Se ha comprometido a acompañarme a visitar los interiores del casino.
Los casinos están ideados para hacer que los jugadores pierdan su dinero. Mientras entramos en el espectacular casino Caesars Palace, Schwartz admite: “El diseño del casino es más un arte que una ciencia”. El dueño del casino emplea un alucinante despliegue de expertos, desde diseñadores de interiores hasta psicólogos y matemáticos del juego para perfeccionar el proceso. Nada se escapa de su atención. Los techos son habitualmente bajos para crear un espacio más íntimo para los jugadores. Los arquitectos generalmente optan por las líneas curvas en vez de rectas; eso anima a los invitados a explorar.
Con frecuencia, hay pocos bancos o ninguno, ni sofás en las zonas públicas; si uno se sienta, no genera ingresos. El rojo, considerado durante mucho tiempo el color de la suerte, y el dorado, símbolo de riqueza, son los colores favoritos de los diseñadores. El azul queda descartado. (Hace que todo el mundo parezca pálido o enfermo, lo que puede afectar a sus ganas de jugar y a su humor).
Habitualmente, los invitados tienen que atravesar el casino, lleno de máquinas tragamonedas coloridas, ruidosas y que atraen su atención para llegar a sus habitaciones. Eso está hecho así a propósito. Una vez en sus habitaciones, los visitantes se dan cuenta de que no hay cafeteras. Es para hacer que bajen al restaurante. Y para llegar hasta allí, tendrán que pasar otra vez por el casino.
Pura psicología
Me doy cuenta de que no hay ni relojes ni ventanas. Los casinos no quieren distraer a los jugadores del trabajo que se traen entre manos. Tal como advierten algunas personas, dentro de un casino, no sabemos si es de día o de noche, simplemente es “hora de jugar”. Otros dicen también que es el mismo motivo por el que no hay espejos en los casinos; la dirección quiere que los jugadores piensen que son James Bond, no un tipo gordito que pierde dinero en las máquinas tragamonedas.
Schwartz y yo nos paramos delante de una máquina tragamonedas que hace mucho ruido y observamos a una mujer golpeando febrilmente los botones de la máquina. Luego de unos cuantos “tirones de la palanca”, Schwartz me pregunta: “¿Se ha dado cuenta de cuántas veces ha estado a punto de conseguir jackpot? También está hecho a propósito”. Las máquinas están diseñadas para hacer ver a un jugador lo cerca que está de ganar. Es psicología ciento por ciento.
Incluso el ruido está regulado. “El casino incrementa el ruido de las máquinas tragamonedas para mantener el nivel de excitación”, afirma Schwartz. Me muestra una máquina que paga con un ticket canjeable en vez de con monedas. Pero mientras la máquina escupe el ticket impreso, emite también el sonido de las monedas cayendo. Más psicología.
Los casinos también han experimentado con los aromas; tras impregnar unas cuantas máquinas tragamonedas con una esencia floral, los investigadores descubrieron que la cantidad jugada aumentaba en un 45 por ciento.
Como las máquinas tragamonedas de “El Bulevar” de las Vegas producen, como promedio, más de la mitad de los ingresos de los casinos, se controlan con mucho cuidado. Cada máquina está controlada por un chip informatizado de operaciones aleatorias que hace que la máquina pague a intervalos predeterminados. Los cilindros que dan vueltas son simplemente parte del espectáculo.
El desembolso medio en todo el estado es del 93,9 por ciento; es decir, por cada dólar apostado, el casino se queda con unos 6 céntimos. “El promedio de retención por máquina en el Bulevar es de más del 7 por ciento”, afirma Schwartz. Eso significa que los casinos se quedan con un poco más de siete céntimos por cada dólar apostado. Por cada tirón de la palanca, 24 horas por día.
Schwartz divisa el “Big Six” (Gran Seis), la rueda que gira, conocida también como la “Rueda de la Fortuna”. Señala que está en un área de mucho tráfico y que los jugadores entendidos la evitan. “Es porque la casa se lleva más ventaja que en ningún otro juego del casino. Es sobre todo para novatos”.
El ojo que lo vigila todo
Algunas máquinas tragamonedas pagan pequeñas sumas frecuentemente para crear la sensación de estar ganando cuando en realidad lo que se hace es perder. Más psicología.
Mientras continuamos con la gira por el casino Caesars Palace, vemos a un ‘stick man’ que reparte los dados al terminar su turno, mira hacia arriba y toca las palmas, estirando los brazos y girando sus manos hacia arriba. “Da palmadas para mostrarle al equipo de vigilancia —que lo está viendo a través de la cámara digital— que no lleva nada en las manos”, afirma Schwartz. Señala el envoltorio tipo mandil que llevan los crupiers para evitar que se metan nada en los bolsillos.
“Es como en las películas”, continúa. “El stick man (empleado que recoge los dados y llama a las apuestas) mira los dados, el crupier mira la mesa, el box man (jefe de juego) observa a los jugadores, el vigilante de sala observa los juegos en general y el pit boss (supervisor del casino) mira a todo el mundo, mientras que el ojo vigilante lo observa todo”.
Cuando le digo a Schwartz, que trabajaba antes en la vigilancia del casino, que espero ir a ver la sala de vigilancia, me sonríe y me dice: “Eso es difícil. Casi nadie puede entrar ahí. Es como Fort Knox”.
Al final, consigo entrar
Me ha costado mucho convencerlos, he tenido que rogar mucho y engatusarlos también, pero al final el Caesars Palace me ha dejado entrar en el sancta sanctorum, la principal sala de vigilancia del mundialmente famoso hotel y casino, a la que no accede el 99,9 de la gente. Valió la pena esperar.
Al final de un largo e indescriptible pasillo, escondida en las entrañas del departamento de ventas y marketing de la empresa, paso por una puerta camuflada que tiene doble cerrojo. “Bienvenido a lo que llamamos ‘El Ojo’ —dice Tom Flynn, vicepresidente de seguridad del hotel—. Desde aquí protegemos a los tipos legales e intentamos agarrar a los chicos malos”. (Para que me dejaran entrar, he prometido no revelar todos los secretos que aprenda allí).
Varios vigilantes están sentados delante de una hilera de más de una docena de pantallas gigantes que muestran en tiempo real las imágenes de los varios miles de cámaras repartidos por todo el hotel. Están especializados en trampas en los casinos; son expertos en escrutarlo todo, desde los contadores de cartas a los ladrones de fichas y los que intentan cambiar las cartas. Cada mesa de juego tiene varias cámaras de seguridad que enfocan a los jugadores, el juego y los crupiers. Si un supervisor del casino ve algo extraño, llamará por teléfono al vigilante y le dirá que enfoque las cámaras en el jugador sospechoso. En general, buscan acciones “recriminables” que parecen no ser honestas.
Digamos que un jugador corrupto gana una apuesta e intenta robar una ficha de 100 dólares bajo la de 25 que ha ganado realmente, un movimiento llamado “cambiazo de apuesta”. “Nuestro personal sabe qué buscar y tenemos las cámaras para ayudarnos”, afirma Flynn, mientras le pide a un agente que use el joystick para demostrar lo potentes y precisas que son las cámaras digitales del casino.
Primero enfocan una mesa de apuestas de dados (de cerca) y un jugador con bigote (más cerca) que tiene un billete de cincuenta dólares en la mano derecha (más cerca aún). La cámara es tan potente que puedo ver el número de serie del billete. Otro ángulo de la cámara permite al operador ver el número y el valor de las fichas que están en una pila.
Todas estas acciones se digitalizan y se guardan en los servidores informáticos. Flynn y su equipo pueden volver a poner una escena que acaba de ocurrir o que pasó días atrás con tan solo apretar unos pocos botones.
Aunque estas cámaras puedan parecer opresivas, están ahí, explica Flynn, “para preservar la integridad del juego y proteger a los clientes”. De hecho, los estudios han demostrado que uno de los “mejores” lugares para que a uno le dé un ataque al corazón es en un casino de “Las Vegas”. Como los guardias de seguridad están continuamente vigilando el casino, si un visitante sufre un colapso, el personal de seguridad lo nota inmediatamente y puede darle primeros auxilios. La tasa de supervivientes de un ataque al corazón en Las Vegas es de más del 50%, muy superior al 30% de Seattle y nos digamos del 2% de Nueva York. Por fin, los jugadores de Las Vegas tienen algo a su favor.
Me dirijo a las máquinas tragamonedas. Media hora más tarde, he perdido 17,70 dólares. “Ojos azules” tenía razón; Las Vegas es el único lugar donde el dinero habla. Dice adiós.