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La Santa María

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Logramos construir una réplica de la carabela con la que Cristóbal Colón zarpó rumbo a América

Justo al principio de su construcción ocurrió una catástrofe: se levantó un fuerte viento y dos de los tres costales se rompieron como si fueran fósforos. La tormenta arreció durante toda la noche. Llovía a cántaros, el viento rugía y tronaba.

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Por la mañana me dirigí a nuestro “solar de obras” y me quedé aterrado: dos de los tres costales se habían partido en dos y la magnífica estructura había quedado resquebrajada casi por completo.
—¡Maldita sea! —exclamé enojado. ¿Era este el final de un gran sueño?

Todo comenzó en 1979, cuando yo tenía 34 años y me encontraba navegando rumbo a Sudamérica con mi padre, Arkady Fiedler, un conocido escritor y viajero. Visitamos ciudades costeras. En la capital de Venezuela, Caracas, fuimos a un gran parque con un pequeño lago en el centro en cuya orilla se encontraba atracada la réplica de una carabela del s. XV. La impresión que me produjo me dejó estupefacto. Entonces se me ocurrió que sería fantástico construir un navío similar y ubicarlo junto a nuestra casa de Puszczykow, donde varios años atrás se había establecido el Museo-Estudio Literario de Arkady Fiedler. Además de trabajar allí, era el lugar donde mi padre exhibía objetos de sus expediciones.

La Santa María —el buque insignia del viaje que Cristóbal Colón emprendió desde la costa española en el verano de 1492 navegando en dirección oeste en busca de una ruta marítima más larga hasta la India, que culminaría en el descubrimiento de un nuevo continente, América— se convirtió en mi obsesión.

Colón me había fascinado desde la infancia. Me impresionaba la imaginación, el coraje y la obstinación con las que persiguió su sueño, una gran travesía que cambiaría la historia del mundo. Después de todo, aquel fue el comienzo de la globalización.

Sin embargo, yo era consciente de que construir un barco como aquel era una tarea para especialistas que requeriría una cantidad de materiales y dinero que estaba por encima de las posibilidades económicas de nuestra familia en aquel momento. Pero a pesar de todo, la idea de construir un barco de vela volvía a rondarme de vez en cuando, sobre todo durante nuestros sucesivos viajes a Latinoamérica. Cada vez que visitaba una ciudad de Sudamérica y contemplaba su arquitectura colonial, la imagen de Colón y su gran expedición se aparecía ante mis ojos.

Mi padre nos decía una y otra vez a mi hermano menor y a mí: “Es difícil conseguir algo sin tener sueños.” Él creía en el poder de los sueños y desde muy chico, soñaba con viajar a lugares lejanos. Para conseguir el dinero que necesitaba para sus primeros viajes a Brasil y a la Amazonia, trabajó mucho en la planta de zinc de su padre, ahorrando hasta el último centavo ganado. Los gastos de los siguientes viajes los pagó con el dinero que ganó escribiendo artículos sobre sus expediciones anteriores, con los que tuvo un gran éxito. Dio la vuelta al mundo varias decenas de veces y describió sus impresiones y aventuras en numerosos libros.

Él murió en 1985, pero aún recuerdo lo que nos enseñó. Y eso fue lo que me animó a trazar un plan imaginario para construir la nave de Colón.

Finalmente, en 2000, me dije que tenía que intentarlo porque el año siguiente se celebraba el 450º aniversario del nacimiento de Colón, cuya biografía me sabía de memoria. Entonces decidí dejar de jugar con mis ideas y pasar a la acción. Al principio mis amigos trataron de convencerme de que descartara mi absurdo proyecto.

—No lo lograrás —me  decían.
—Si Colón hubiera renunciado a cumplir su deseo de navegar rumbo a lo desconocido, jamás habría llegado a América —argumentaba yo en mi defensa.

Por suerte, mi hermano Marek apoyó mi idea de construir la Santa María. En la casa de un amigo conocimos a Rajmund Korcz, un antiguo marino que había construido maquetas de barcos de vela históricos, la Santa María entre ellos. Él también soñaba con construir una maqueta a escala real del navío de Colón.

—¡Intentémoslo! —le dijimos para persuadirlo, presintiendo que habíamos encontrado un alma gemela. Era evidente que la idea le atraía mucho y pronto empezamos a hablar de nuestro proyecto en común.
Ya éramos tres y al poco tiempo se nos uniría Janek Bromski. Este apasionado constructor, que se encontraba inmerso en la construcción de una réplica a escala reducida de la pirámide de Keops, resultó ser también maquetista de barcos, así que lo embarcamos en nuestra audaz idea.

Rajmund realizó un dibujo detallado de la embarcación y empezamos a calcular la cantidad de material y dinero que necesitaríamos. De lo que menos disponíamos era de lo segundo, puesto que tendríamos que contar principalmente con nuestros propios ahorros. Pero, según los cálculos, encontrando proveedores baratos y haciendo todo lo que pudiéramos nosotros mismos, podríamos concluir el proyecto. Sobre todo porque el constructor del barco y sus dos peones, movidos por una pasión casi tan fuerte como la nuestra, trabajaron casi gratis.

Nuestro sueño común estaba cada vez más próximo a hacerse realidad. Empezamos la construcción en 2004. Janek Bromski y mi compañero de colegio  Kazimierz Jagiello, que es muy habilidoso, comenzaron a levantar el esqueleto del barco con costales fabricados con vigas de fresno. Trabajaban en el Jardín de las Culturas y la Tolerancia que rodea nuestro museo. Su nombre proviene del hecho de que incluye símbolos de diferentes culturas y religiones: junto a la pirámide de Keops hay un calendario azteca, una estatua de Buda y una piedra moai de la Isla de Pascua. Son réplicas,  por supuesto. Pensamos que era el mejor lugar para ubicar la reconstrucción de la carabela de Colón.

La rotura de dos de los tres costales del barco a causa del viento nos produjo una gran conmoción. No obstante, decidimos no abandonar y al poco tiempo habíamos erigido nuevos costales, acoplándolos unos con otros más fuertemente para que pudieran resistir futuros cataclismos. Por suerte, no nos acosó ninguna otra tormenta. A pesar de que ninguno de los dos era carpintero de barcos, Janek y Kazimierz construyeron el esqueleto de la carabela y después instalaron el entablado de la misma. El primero era pensionado y el segundo estaba jubilado, así que ambos tenían un medio de subsistencia y podían trabajar todo el día. Tan sólo les pagábamos los gastos de desplazamiento hasta el lugar de trabajo para que no les costara nada el proyecto.

Mientras ellos dos construían, Rajmund les prestaba apoyo con sus valiosos consejos de constructor —les sugirió cómo amalgamar los elementos de madera y cómo atar las cuerdas. Nosotros nos encargamos de los materiales y de encontrar auspiciantes.

Tuvimos suerte de encontrar apoyo en todos los sitios a los que acudimos con nuestro proyecto. ¿Puede ser quizá porque a la gente le gustan los soñadores, incluso aunque ellos mismos prefieran ser más precavidos?

Me dio la impresión de que todo el mundo nos animaba a culminar con éxito nuestra audaz idea. Gracias a esta simpatía conseguimos por ejemplo comprar madera en un aserradero a un precio muy bajo, lo cual nos permitió reducir significativamente los costos de construcción. Además de fresno, necesitábamos madera de abeto, álamo, roble y alerce.

Aún nos aguardaban numerosas dificultades, muchas de las cuales tenían que ver con los costados del barco. Después de todo, un barco de vela no es una nave cualquiera en la que todos los ángulos son rectos. En esta construcción abundaban las curvas, los cambios de ángulo y de pendientes. Con gran trabajo, doblamos tablones para construir el sinuoso contorno del casco. Aprendimos sobre la base de ensayos y errores, remojando primero la madera en agua para hacerla más flexible. ¡Cuántos tablones partimos en dos de esa forma! ¡Y cuántos tacos nos hizo soltar! Pero ¿qué otra cosa puedo decir? Navegar es una pasión para tipos duros.

Cada vez que nos encontrábamos ante una adversidad, me acordaba de Colón y de su larga lucha por obtener permiso para navegar hacia lo desconocido. Entonces pensaba que nuestros obstáculos no eran nada en comparación con los que él tuvo que salvar para convencer a la Corte Española de que financiara su viaje. Eso me daba fuerza.

Tras cuatro años de arduo trabajo, logramos construir el barco de vela más famoso del mundo que, con sus más 20 metros de eslora y recia estructura lucía ahora espléndido. Entonces comprendí por qué Colón eligió a la Santa María de entre las tres carabelas que zarparon desde el Puerto de Palos, el 3 de agosto de 1942. Además de su belleza, era la única que tenía camarote. Esa fue la razón por la cual el gran navegante se embarcó en ella: para poder estudiar sus mapas en silencio. De pie en la proa de mi Santa María, viajé con la imaginación a su época.

Cuando la construcción del navío estaba aún en marcha, empezamos a plantearnos cómo íbamos a organizar su bautismo. Queríamos que fuera un acontecimiento lo más solemne posible. A mí se me ocurrió la idea de invitar a un Cristóbal Colón contemporáneo a la ceremonia. En la guía telefónica española encontré cinco hombres que se apellidaban Colón. Les escribí cartas pero ninguno de ellos respondió. Cuando ya parecía que la idea no tenía visos de prosperar, el embajador de España en Varsovia, Rafael Mendivil, acudió en nuestra ayuda. Yo le había contado que estábamos construyendo una copia de la Santa María y que quería invitar a alguien que llevara el apellido del legendario Cristóbal Colón al bautismo  simbólico del navío.

—Yo tengo un conocido que es descendiente directo de él —contestó el embajador para mi sorpresa— y que incluso lleva su mismo nombre y  apellido.

Esto me produjo una enorme satisfacción y antes de que mi conversación con el embajador hubiera terminado, lo había invitado a Puszczykow.

—Lo ayudaré —me aseguró Mendivil a quien le gustaba la idea de construir la Santa María.
El 12 de mayo de 2008 Cristóbal Colón, príncipe de Veragua, cortó ceremoniosamente la cinta colocada sobre la pasarela y fue el primero en subir a bordo de la Santa María. Era mi gran día. Habían pasado casi 30 años desde que pensé por primera vez en construir la nave de Colón.

Hoy, cuando Marek y yo vemos a los adolescentes subir abordo de la Santa María con una radiante sonrisa en la cara, adivinamos que se están imaginando a sí mismos en la gran travesía de aquellos tiempos, tal como nos sucedió a nosotros. Quizá la experiencia les dé la fuerza para construir los “barcos de sus sueños”.

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