Una pared en blanco a veces es más que eso. Para los habitantes de Madariaga significa el arte que cambió para siempre sus calles.
Como aquellos primeros hombres que daban un sentido mágico a sus coloridas pinturas, hoy en General Madariaga —una pequeña localidad de 20 mil habitantes en el sudeste de la provincia de Buenos Aires— grandes y chicos, dirigidos por la artista plástica Silvia Goltzman, ganan la calle y pintan paredes manteniendo vivo aquel espíritu ancestral. “Los murales tienen algo primigenio. Dejar un signo propio, una huella a la vista de todos. Cada vecino que decide pintar, busca fijar su rastro”, reflexiona Silvia, quien, desde 1997, encabeza el proyecto Pintemos Murales.
Agobiados por el vertiginoso ritmo de la ciudad de Buenos Aires, Silvia y su esposo, Alejandro Viladrich, llegaron a Madariaga junto con su pequeña hija hace 27 años. Con el título de profesores de dibujo, buscaban un lugar tranquilo donde crecer en aquello que siempre los apasionó: la pintura. El primer paso fue construir “El Taller del Sol”, que fue su refugio y el de muchos artistas que como ellos compartían el placer por el arte y la tarea docente. Con el tiempo, su ambición creció y quisieron llevar la actividad plástica a la comunidad.
“Un día, mientras manejaba, pensé en los tantos paredones grises que había en Madariaga, y se me ocurrió transformarlos, llenarlos de color y de vida”.
La artista sabía que su propuesta era novedosa, y hasta atrevida para esta ciudad de tradición gaucha, sin embargo estaba decidida a recuperar y revalorizar los espacios públicos, y a darle a los vecinos un sentido de pertenencia a través del arte.
Mover a una ciudad entera para pintar murales era un gran desafío para una sola persona, pero la rápida aprobación de las autoridades locales y el respaldo de la Escuela Municipal de Bellas Artes, animaron a Silvia a salir en busca de los primeros audaces. El proyecto así daba sus pasos iniciales. Con la difusión de los medios de comunicación locales, la artista atrajo la atención de jóvenes y adultos que concurrieron puntuales a la cita, y de los curiosos que se acercaban ocasionalmente. “El primer mural lo pintamos en la salita de primeros auxilios del barrio Belgrano. La convocatoria que logramos fue tan masiva que incluso algunos quedaron afuera porque no había suficiente espacio”.
La aceptación de la gente hizo que pronto los coloridos diseños se multiplicaran en la fachada del edificio del Sindicato de Luz y Fuerza, en el Hogar de ancianos y hasta en el hospital Municipal. En este último trabaja Norma desde hace 30 años y asegura que “aquí el ambiente era sórdido y triste, pero ahora las pinturas que decoran los pasillos te inyectan una energía positiva”.
En cada jornada, los vecinos alternan los pinceles y el mate mientras que los músicos agregan ritmo al momento. Ese día, se sabe, será una fiesta, un carnaval en el que las diferencias se acortan y donde el encuentro con el otro es solo integración y enriquecimiento.
Hasta hoy, Pintemos Murales lleva realizadas más de treinta intervenciones en espacios públicos.
Manos a la obra.
En sus recorridas por las calles de Madariaga, la artista encuentra en cada paredón abandonado un lienzo en potencia. “Les pedimos autorización al vecino o a la institución, y de esa manera es como elegimos la pared. Aunque son ellos mismos los que nos solicitan que pintemos”, afirma Silvia. Así ocurrió con Susana Álvarez y Nino Frontini. Tan entusiasmado quedó el matrimonio con el mural que hicieron en la esquina de su cuadra, que le pidieron a Silvia que lo repitieran en el frente de su casa.
Hacer un mural no es un trabajo improvisado, sino que requiere de una técnica y una motivación muy fuerte. Las personas “no van y entregan una sensación del momento, sino que se necesita de un entrenamiento previo”, aclara Graciela Garmendia, ex directora de la Escuela de Bellas Artes.
Se arma un boceto en papel con un tamaño proporcionado a la pared, se corta y se pinta. En el muro se trabaja sin terceras dimensiones para no invadir el paisaje. “Es muy fácil destruir con la imagen. Muchas veces las formas con volumen no se integran armónicamente”, explica la artista. Y de eso se trata, de integrar: unas personas con otras, un plano a otro y éste al entorno, “suma de integraciones” como la describe Alejandro. Las temáticas que predominan son secuencias de árboles, pájaros y seres humanos, aunque también hay espacio para la imaginación. Por ejemplo, uno de los murales que rodea la escuela Nº1 Domingo Faustino Sarmiento, lo integran las sonrisas de coloridos seres extraterrestres. “Ese día, cerca de donde estábamos, unos chicos estaban jugando a la pelota. Apenas nos vieron con los pinceles y las cartulinas se acercaron y nos dijeron: ‘Ah, ¿están pintando? Nosotros queremos participar’”, recuerda Helvia Catena, coordinadora de la Asociación Civil Amigos de la Escuela Municipal de Bellas Artes, que apoya la iniciativa desde 2008.
Asimismo, la Dirección de Turismo local creó el “Circuito Turístico de los murales”. Las piezas que se exponen en los diferentes puntos de la ciudad emulan a una verdadera galería de arte, con la diferencia que estas obras no tienen dueño ni se venden sino que están allí para el deleite de todos los viajeros que llegan a Madariaga, sobre todo durante las vacaciones.
Todavía no están dadas las pinceladas finales. Esta es una actividad que nunca se detiene. Mientras que algunos murales desaparecen, otros se restauran, y otros nuevos van surgiendo. Hoy, el proyecto está dedicado al proceso de restauración ya que luego de un tiempo, las paredes se deterioran y los dibujos se deslucen. Uno de los últimos en ser reparado fue “Pájaros del Tuyú”, ubicado en las calles San Martín y Alberti, que en 1998 ganó el primer premio en la categoría de murales de los Torneos juveniles bonaerenses.
Para los miembros del proyecto, que trabajan sin ninguna retribución económica a cambio, el apoyo de las empresas es fundamental. “Es un ida y vuelta: nos aportan los materiales y nosotros hacemos una mención en el mural”, dice Javier García, docente en teatro y esposo de Helvia. Pinturería Todo Color y Pinturería Romera son dos de las que los acompañaron desde el inicio. “Los murales incentivan a la gente a interactuar. Es una jornada en la que 50 o 60 personas se reúnen para mejorar el espacio”, comenta Miguel, dueño de Romera.
A pesar de saberse ciudad, General Madariaga aún conserva su realidad de pueblo. Bicicletas sin candado reposan en las esquinas, a la hora de la siesta los perros se pasean solos por las plazas, los vecinos se saludan al pasar y a su antigua estación llega, una vez por semana, el tren que recorre los 310 km desde Buenos Aires. Sin embargo, la quietud de su atmósfera es arrebatada cada vez que se celebra una nueva jornada de murales. “Es muy difícil ser indiferente a la actividad, es casi irresistible.
Hay un grado de energía que se mueve masivamente, y que no está presente en el trabajo solitario de la pintura individual”, afirma Silvia y recuerda una anécdota: “Una vez, estábamos en plena jornada, cuando un policía se acercó y me preguntó: ‘¿Es usted la que está a cargo de estas pintadas?’, desconcertada y algo distante, asentí, esperando que me pidiera una autorización. Pero no fue así. Nunca imaginé que el policía nos pediría que pintemos la fachada de la comisaría”.
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Con la colaboración de Juan Dall’Ochio
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Para comunicarse con Pintemos Murales, escribirle a Helvia Catena (helviacatena@hotmail.com) o por teléfono al: (542267) 552638