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El grafiti en Europa: un arte consagrado

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Lejos de ser un signo de deterioro urbano, el arte callejero
está adquiriendo un gran valor.

Cuando Aileen Makin se fue a dormir el 9 de diciembre de 2020, su casa de Bristol, Reino Unido, estaba valorada en cerca de 300.000 libras. Cuando se despertó, el edificio alcanzaba un precio de cinco millones de libras.

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Por la noche, el célebre artista callejero Bansky pintó en un lado de su casa una anciana que estornudaba tan fuerte que su dentadura postiza salía volando. A medida que se iba reuniendo gente alrededor, un amigo tapó la obra de arte con un protector de plexiglás para protegerlo de los vándalos. El éxito alcanzado durante las últimas tres décadas por este escurridizo artista de la “guerrilla” cambió la visión vandálica del grafiti. Riikka Kuittinen, autor de Street Art: Contemporary Prints, afirma, “El arte callejero ha evolucionado en un nuevo fenómeno artístico a nivel mundial. Antes se trataba únicamente de un hecho individual o de marcar territorio, ahora ofrece una perspectiva externa, que con frecuencia opina sobre la comunidad en la que vivimos”. Los mejores artistas atraen a ingentes cantidades de seguidores en las redes sociales: el arte que es limpiado de las paredes aparece al día siguiente en Instagram. ¿Qué se necesita para sobresalir en este nuevo movimiento? Cinco de los artistas callejeros europeos más destacados nos lo explican.

Millo, de 42 años, de Mesagne, empezó como suele ocurrir: pintando un sencillo paisaje urbano en blanco y negro. A continuación añadió figuras del tamaño de Godzilla. Los que, en lugar de aterrorizar a la ciudad, realizaban actividades como bañarse o cortarse el pelo. Después de estudiar arquitectura, Millo (Francesco Camillo Giorgino) sufrió una gran desilusión por el hecho de su burocracia y limitaciones. Aunque adoptó una nueva orientación, hace once años le pidieron que pintara un muro de la ciudad de Montone para un festival de arte. “En la superficie de ladrillo crecían alcaparras, así que tuve que dibujar un personaje desnudo que se comía las plantas. Las viejas señoras locales se reían del tamaño de su pene”. Pronto una familia de personajes pobló las junglas urbanas que había pensado construir. “Las paredes altas sin ventanas se convirtieron en los mejores lienzos para mis paisajes urbanos, pero todavía sigo adaptando mi trabajo a la superficie”. Millo ha sido invitado a pintar en todo el mundo. Vende algunas de sus obras en galerías: las láminas cuestan cerca de £ 500. Sus obras se venden a menudo en cuestión de minutos… y después aparecen en eBay con el triple de su precio.

El grafiti en Europa: un arte consagrado

Fin DAC, nacido como Finbarr Notte en Cork, pinta murales a gran escala de mujeres modernas vestidas con atuendos tradicionales y étnicos en todo el mundo. Sus láminas de edición limitada se venden en cuestión de minutos debido a la competencia existente entre miles de compradores online. El artista autodidacta empezó su carrera de artista callejero en 2008, pero en realidad despegó cuando experimentó con las “máscaras” de colores que salpicaban los ojos de sus figuras. Estas se convirtieron rápidamente en su tema central. “Necesitaba algo que diferenciara mi trabajo del de los demás”, comenta el artista de 54 años. “Una identidad visual”. Se inspiró en la pintura facial de tribus de todo el mundo, en el personaje de Pris de Blade Runner e incluso en la estrella del pop, Annie Lennox. Su máscara característica “proporciona a quienes la llevan una fuerza silenciosa e interior”. Todo el arte de Fin DAC está vinculado a esta apariencia. Sus imágenes son reconocibles hasta mirándolas de reojo.

Con solo 24 años, Lidia Cao de La Coruña está considerada como una de las artistas callejeras más importantes. Potencia colores desaturados (inusuales en el arte callejero) y las mujeres son el tema de su obra intensamente narrativa. Para el festival de murales Parees de 2020 celebrado en Oviedo, pintó a la escritora española del siglo XX Dolores Medio, censurada por el régimen franquista. Lidia se retrata a sí misma delante de la máquina de escribir de Dolores, pero por encima de los hombros revolotean buitres, listos para desmigajar sus palabras.

En Inconsciencia, pintada para el festival de arte público de Rexenera, en Galicia, una melancólica chica sujeta una pajarera. Encima de ella, un ave de presa sujeta una cerilla humeante en su pico. Lidia nos permite atar cabos, pero la imagen trata del abuso y de la resiliencia. “Utilizo la figura de la mujer para representar la vida”, explica Silvia, “para contar una historia personal que vaya más allá de la simple estética”

Xavier Prou empezó su carrera hace cuarenta años. Su fuente de inspiración fueron unos adolescentes que vio un día de 1981 en un pequeño parque situado detrás de un supermercado. Habían encontrado latas de pintura desechadas y a medio usar, y estaban salpicando sus nombres, figuras abstractas y caras sonrientes en la pared de un cobertizo. Esto le recordó a Xavier las pintadas de las pandillas que invadieron los vagones de metro de Nueva York. Pero en esta ocasión tenía una energía más alegre y positiva. “Las dos cosas iban de la mano”. Posteriormente hizo una sencilla plantilla de una rata, salpicada por pintura en aerosol negra y recorrió las calles firmando su obra con el nombre de Blek le Rat. “Quería decir ‘Sí, nuestra ciudad es hermosa, pero bajo nuestros pies hay otra ciudad de animales salvajes”, afirma Xavier de 70 años y que sigue pintando. Se especializó en figuras de tamaño natural. Napoleón fue una de sus favoritas, pero distorsionada… acompañada por una oveja o llevando un casco de moto. “No me gusta Napoleón”, explica Xavier. “Mató a millones de personas en Francia. De ahí su aspecto ridículo”. Para él, “el arte está experimentando un punto de inflexión”, afirma. “El arte de los grafitis lo cambiará todo”.

MadC, Alemania: A los 16 años, Claudia Walde, de Bautzen, tomó una lata de spray y escribió su nombre en una pared.

“¡Descubrí lo difícil que es saber utilizarlo! Pero conocí a gente con ideas afines a las mías y entré en un mundo cosmopolita”. El alocado entusiasmo de Claudia por la pintura hizo que se ganara el apodo The Mad One, abreviado como MadC. Asistió a la escuela de arte de Halle y Londres. Su momento llegó en 2010 cuando consiguió permiso para pintar un muro de casi 700 m2 que bordeaba la línea ferroviaria entre Halle y Berlín. “Fue duro, durante cuatro meses estuve rodeada solamente por escaleras. Pero puede experimentar diversas técnicas y encontrar mi propio estilo”. Hoy pinta letras y palabras, sumergidas en colores brillantes y capas traslúcidas.

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