Un ejemplo de vida: Jenny Konigkramer visita las poblaciones pobres del valle de Embo, para cuidar a los animales enfermos y a los hambrientos.
Mientras la camioneta blanca recorre los caminos de tierra que llevan a la presa Inanda, cerca de Durban, Sudáfrica, los lugareños salen de sus casas de adobe agitando la mano. Como los perros que retozan tras ellos, muchos están delgados y muestran los estragos de la enfermedad, pero todos sonríen al saludar a la conductora: Umlungu, la dama de los perros, el ángel del valle.
Jenny Konigkramer, una abuela de cabello canoso de 57 años, devuelve los saludos. Se dirige a todos por su nombre, y al bajar del vehículo se inclina para acariciar a los animales.
—Tus perros ya se ven mucho mejor, ¿eh, John? —le dice a un hombre vestido con overol.
Como casi todos los habitantes del valle, John está desempleado. Su esposa cultiva maíz y calabaza para mantener a la familia, pero no a los cinco perros que tienen en casa y a los que han cobrado cariño.
Jenny y Anna Hlope, una robusta mujer de 38 años que es su ayudante de medio tiempo, bajan de la camioneta una bolsa de alimento para perros. Sonriendo, John se quita la gorra, se acuclilla y saca de la bolsa una porción de comida para sus animales. Luego da las gracias se despide, y las dos mujeres reanudan su camino. “Poder ver esto es lo que me hace regresar”, comenta Jenny.
Lleva seis años dedicada a esta labor, desde el día en que su empleada doméstica, Queenie, le pidió que fuera a ver a su perro enfermo. “Al principio estaba nerviosa”, cuenta Jenny. “Se hablaba mucho de la delincuencia en el valle, pero la gente era amistosa, y el sufrimiento que vi me abrió los ojos”. El perro de Queenie padecía cáncer de transmisión venérea en fase avanzada por lo que el veterinario de Jenny tuvo que sacrificarlo. “Muchos perros tenían ese tipo de cáncer y otros males, así que decidí volver”, dice ella.
Hacía mucho que Jenny, entonces administradora de una fábrica de lentes para sol, sentía pasión por los animales. “Sabía que podía hacer mucho bien”, señala. Al ver que le pedían ayuda, empezó a salir con Queenie en sus días libres y a aventurarse cada vez más lejos en el valle. “Mi esposo se preocupaba, pero mis dos hijas, que son profesionales adultas con hijos propios, sabían que quería hacer esto y me apoyaron”.
Tras ser despedida de su trabajo, Jenny fundó el Proyecto Canino Inanda. Seis días a la semana recorre las comunidades de Botha’s Hill, Riverview e Ingelosi, y alimenta a unos 450 perros y a veintenas de gatos y gallinas cada mes. Recibe la comida de donantes: bolsas dañadas de alimento de un almacén de Durban, latas reunidas por escuelas y por la gente, platos para mascotas, mantas y perreras.
Cheri Cooke, enfermera veterinaria de la asociación protectora de animales Kloof and Highway, dice que Jenny realiza “una labor admirable”: cada mes lleva a esa institución a decenas de animales para que los esterilicen o los curen de lesiones y enfermedades. Hasta 2012, los subía a su viejo auto Mazda 323; luego un donante de Hillcrest le dio la camioneta VW Caddy, y un taller mecánico local, junto con la asociación, contribuye con parte del combustible. Jenny recorre largos trayectos para buscar mascotas enfermas, entregarlas a sus agradecidos dueños y seguir su recuperación.
“Nadie más nos ayuda así”, dice Pasha, un joven taxista, en una modesta casa que domina la presa. Su primer perro murió atropellado frente a su vivienda. El segundo, un travieso cachorro negro llamado Snoopy, estaba famélico y tenía llagado el cuello a causa de las pulgas cuando Jenny lo conoció. Llegó allí con antibióticos y una botella de loción contra pulgas y garrapatas que ella misma prepara, y le enseñó a Pasha a aplicarla. También le explicó la importancia de tener siempre un plato con agua limpia a la sombra, y un canil bien limpio y seco. “La mayoría de las personas adoran a sus perros, pero creen que son como las cabras y que pueden alimentarse solos”, dice.
“Jenny es muy amable y nos instruye”, dice Pasha mientras Snoopy brinca y lame a su benefactora. “Trajo un plato y un canil, y nos regaló una valla para proteger de los autos al perro”. Charles, el esposo de Jenny, es contratista, y un fin de semana llevó postes y malla de alambre para que Pasha los instalara. —Mañana traeré la podadora —le dice Jenny a Pasha antes de irse—. El pasto corto aleja las garrapatas.
Parvovirosis, cáncer de transmisión venérea, traqueobronquitis, moquillo y afecciones biliares transmitidas por garrapatas son solo algunas de las enfermedades que contraen los perros. Cuando Jenny aún era novata, un perro llamado Nelson empezó a actuar de modo extraño y a hacer ruidos horribles. Ella lo llevó a la asociación protectora de animales, donde una enfermera, pensando que tenía obstruida la garganta, le insertó los dedos pero no halló nada. Nelson escapó e intentó morder a otros perros en sus jaulas. La enfermera lo atrapó y lo sacrificó. “Un análisis confirmó que tenía rabia”, cuenta. “Empecé a vacunarme de inmediato, pero sentí más tristeza que miedo”.
Para Jenny, los casos de crueldad son peores. “He visto perros de caza con heridas graves en las patas porque cayeron en las trampas de sus dueños, y otros quemados o acuchillados”, comenta. “Hay personas que beben para evadirse, y si algún perro ladra o persigue a sus gallinas, lo matan sin piedad con un cuchillo o una botella rota, o le echan agua hirviendo”. A veces hay que sacrificar a esos animales, y Jenny los acompaña y acaricia hasta que mueren. Los que logran sobrevivir nunca la olvidan.
—Hola, querido —le dice a un perro negro de ojos mansos que se acerca a ella para que lo acaricie; tiene un costado cubierto de costras por una extensa quemadura que aún no sana—. Creo que la crema y los antibióticos no están ayudando. Mañana te llevaré al veterinario para que te cure.
Perro Quemado, como lo llama, es su consentido, al igual que dos hembras a las que visita al final: “Jenny” y “Anna”, cruzas de terrier que corren a su encuentro seguidas por un gato atigrado y seis gallinas. Jenny abre una bolsa y les da galletas para perros, mientras su ayudante alimenta al minino y a las gallinas. “Casi todos los animales que se crían aquí son fuertes”, dice Jenny, “pero los dueños de estas perras se las dieron a su sirvienta cuando se mudaron. Muchos creen que eso es mejor que sacrificar a los perros, pero no es así”. Un día encontró a las perras temblando de frío y hambre en pleno invierno, con sendas camadas que amamantar. Llevó a todos los perros a la asociación protectora de animales, donde esterilizaron a las hembras, operaron a “Jenny” de cáncer de piel y ofrecieron en adopción a los cachorros.
Jenny aconsejó que también ofrecieran a las hembras, pero como la sirvienta las quería de vuelta le llevó casillas para los animales y mantas, que Anna limpia con esmero siempre que las visitan. Varias veces al año Jenny lleva a las perras a la peluquería, las bañan y les cortan las uñas.
“Es un lujo para ellas y para mí”, confiesa mientras les da unas palmaditas de despedida, “pero este trabajo puede ser tan traumático como satisfactorio. Antes llegaba a casa y me echaba a llorar. Una aprende a alegrarse con lo que puede”.