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Súper canes verdaderos

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Tanto en la terrible catástrofe de Haití como en el reciente terremoto que asotó a Chile, dos perras se convierten en heroínas del rescate.

 

Una de ellas, Lola,  es veterana de mil batallas y, junto a su entrenador, Cristian Kuperbank, está preparándose para la próxima misión.

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“Un perro es un hijo”, dice Emiliano Pacheco, de 28 años, adiestrador experimentado de Xica. Lo dice con una sonrisa ancha que le cruza la cara y la convicción del que sabe de lo que está hablando: “un hijo”, repite. Y con esas palabras deja explicado el vínculo que se va construyendo entre el animal y su hacedor. Y la verdad es que no hay mucho más que aclarar después de que un adiestrador con un perro jadeante sentado a su lado, dice: “Un perro es un hijo”. En todo caso, lo que queda por saber es cómo se educa a ese hijo, cómo se lo transforma de cachorro corre zanahorias en rescatista extremo. Con apenas 22 años, su compañero Cristian Kuperbank, jefe de expediciones y dueño de Lola, invita a conocer la escombrera. Allí, parado sobre una montaña de piedra rota y ruina meticulosamente simulada, explica: “Acá los entrenamos; aquí el animal aprende a buscar un cuerpo”.

Lola estuvo sumergida hasta el cuello en la fango de Tartagal, en Salta, en el norte de la Argentina, en el alud que arrastró con todo lo que vio a su paso, en febrero de 2009; o hundiendo el hocico entre las ruinas de Puerto Príncipe, en Haití, o marcando cuerpos que aún respiraban bajo los escombros causados por el terremoto en Chile. Para esta labrador de dos años, de pelo chocolate y espíritu manso, la tarea siempre ha sido la misma, tanto en el alud de Salta como en los terremotos que sacudieron Haití y Chile: buscar el rastro, señalar la zona, salvar la vida de tantos.

Lola, y su compañera Xica, son dos perras entrenadas para trabajar en grandes catástrofes naturales. Y ahora, a 72 horas de haber regresado de Chile (donde pasaron dos semanas agotadoras) y apenas a dos de haber estado buscando cuerpos en una finca de Ezeiza donde la policía de la provincia de Buenos Aires sospecha que hubo un crimen, Lola corre en busca de su juguete. Son las cuatro de la tarde de un jueves con lluvia, y en el campo de entrenamiento de CDS?(Caution Dog Security), Lola y Xica, una ovejera de cara negra y espíritu inquieto, juegan con Cristian y Emiliano, sus guías argentinos, sus padres, sus mejores amigos, sus compañeros inseparables.

Los dos son exclusivamente adiestradores de perros de trabajo, a los que dedican todo su tiempo. Su especialidad es el entrenamiento para catástrofes naturales y para el hallazgo de cuerpos, pero también suelen entrenar perros de policía, antiexplosivos, antidrogas, aunque ese trabajo lo hacen muy poco.

Un perro necesita dos años de entrenamiento para estar operativo, es decir, listo para viajar a cualquier parte del mundo donde haya ocurrido una catástrofe y ponerse a buscar a personas entre lo que esa misma catástrofe haya dejado allí. Durante esos dos años, el perro aprende. En el punto de partida, está la elección de la raza. “Lo primero que buscamos son animales bien ‘peloteros’, que es como nosotros llamamos a los perros con mucha disposición para el juego. Hay animales que son capaces de saltar de un primer piso con tal de atrapar su juguete. Bueno, ésos son los mejores”, sentencia Cristian.

Después de identificar esa naturaleza eminentemente lúdica, que en alguna razas se da más que en otras (los labradores, los ovejeros o pastores, los labradores, por ejemplo), el guía comienza con el entrenamiento. “Acá es cuando necesitamos un buen figurante”, explica Emiliano. El “figurante” es la persona que el perro busca sobre la escombrera para que, una vez hallado, le entregue su premio que siempre es el mismo: una pelota, un juguete. A medida que pasan los meses, la búsqueda se vuelve más compleja, hasta que, en cierto momento, el figurante desaparece. Primero se coloca detrás de un árbol, después gana distancia, finalmente se esconde bajo la piedra. Entonces Lola, Xica, el perro que esté entrenándose, ya no lo ve y, para obtener su premio, tiene que dejar de buscar con la vista y comenzar a buscar con la nariz. Más distancia, más nariz: más nariz, más rápido llega el juguete. En veinte meses, un perro bien entrenado es capaz de oler a su figurante a varios metros de profundidad. Y no va a descansar, hasta que consiga lo que quiere, hasta que su premio quede allí delante y pueda llevárselo a la boca. En los entrenamientos lo que aparece es el figurante. En las catástrofes, personas con vida.

Primeras armas y Haití

Lola y Xica debutaron como perras rescatistas en el barro de Tartagal, durante el alud que sepultó parte de esa ciudad salteña en febrero de 2009. Estaban entrenadas en la escombrera, y tuvieron que arreglárselas en un desbocado río de lodo. Dice Cristian que, a pesar de todo, fue un buen debut: “Las perras estaban muy bien entrenadas en estructuras colapsadas y bosques. Pero cuando llegamos a Tartagal, aquello era un alud de fango, nada que ver con su entrenamiento”.

El barro era una superficie en la que nunca habían trabajado, a lo que además había que sumarle cuarenta y cinco grados de calor, mosquitos, víboras. “Hubo que hacer cinco kilómetros con barro hasta las rodillas. No es lo mismo que caminar sobre el piso despejado. De todas maneras, las perras respondieron muy bien. Hubo días de doce, catorce horas de trabajo continuo”.

Después de Tartagal, llegó el primer gran reto global: Haití. K9-Creixell Argentina, como delegación de K9-Creixell España, vive en alerta constante: un derrumbe, tsunami o terremoto en cualquier rincón del planeta, y desde la madre patria harán sonar el teléfono en el predio de Ezeiza: Lola y Xica, ya sabemos, siempre listas.

Xica no pudo viajar, por problemas presupuestarios: K9-Creixell se autofinancia, lo que significa que compra sus propias herramientas de trabajo, equipo de montaña, linternas, bolsas de dormir, etc. Y también sus pasajes. Con Xica en Buenos Aires, Lola y Cristian tuvieron que hacerse camino solos en Puerto Príncipe. Y allá fue Lola. A puro olfato y determinación. Volvió convertida en una heroína: nueve personas hoy le deben su vida.

La perra marcó a tres niños de un orfanato en Puerto Príncipe que se había desmoronado. “Recuerdo la cara de uno de esos niñitos cuando lo liberaron. Estaba inexpresiva, en completo estado de shock. Después ese chico conoció a Lola, fue uno de los pocos casos en los que pudimos saber qué fue de un rescate, porque cuando Lola marca un cuerpo, nuestro trabajo inmediatamente concluye. Después vienen las máquinas y lo retiran, pero nosotros no nos quedamos a ver qué pasa, sino que ya estamos trabajando en el siguiente marcaje, y nunca se sabe cuál es la suerte de la persona rescatada. Pero en esta ocasión, ese niñito y la perra que le salvó la vida pudieron conocerse”.

Kuperbank asegura que Lola maduró en Haití, que su trabajo fue intenso y eficaz. Que haber entrado, con una orden del Vaticano, a las ruinas del edificio de la Arquidiócesis y haber encontrado el cuerpo de Monseñor Joseph Serge Miot, arzobispo de Puerto Príncipe; que haber hallado, en plena zona residencial, el cuerpo sin vida de la madre de Debrosse Delatour de Préval, Primera Dama de aquel país; que haber rescatado en total a nueve personas con vida y ocho cadáveres, eso la hizo crecer de golpe.

Finalmente, cuando regresó a Buenos Aires, ya estaba lista para cualquier reto, y en cualquier lugar del planeta.

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OBJETIVO:

MISIÓN CHILE

El terremoto de febrero pasado que puso a Chile frente a su desesperación y su dolor fue un llamado inmediato para Lola y Xica. Llegaron apenas se produjeron los primeros sismos luego de recibir el llamado de las autoridades chilenas vía Creixell Ezeiza Argentina, y de inmediato se pusieron a trabajar en la ciudad de Concepción y luego en la localidad de Chanco, a 430 kilómetros de Santiago, donde las réplicas se hicieron sentir con crudeza.

Emiliano, muy diplomáticamente,  dice que tuvieron algunos inconvenientes con rescatistas locales. Cristian, menos preocupado por cuidar las formas, asegura directamente que obstruyeron su trabajo. En cualquier caso, Lola y Xica estuvieron allí para hacer su tarea y volvieron a ponerse al servicio de las víctimas, aunque para ellas sólo se trate de buscar un juguete. “Chile fue una experiencia dura, comprometida, y en la que las perras volvieron a demostrar todo su potencial. Trabajamos junto a equipos de Grecia, de España, y más allá de los problemas que genera cualquier situación de catástrofe, todos reconocieron el valor de estas dos perras, su capacidad de trabajo y su eficacia para hallar cuerpos con o sin vida”, dice Cristian.

Xica conoce este juego, y lo ha llevado a la práctica con éxito en Concepción, en la VIII región del Biobío,  en el sur de Chile. Cuenta Emiliano: “Estábamos frente a un edificio derrumbado y Xica mostró interés por una zona en particular. Cuando quise pasar, autoridades chilenas no me lo permitieron. Estaban las cámaras allí adelante, los medios de todo el mundo. Yo les decía que el perro no miente, pero ellos ya habían estado allí y quizá no querían que Xica hallara lo que otros perros no habían encontrado aún, y menos aún con la prensa internacional filmándolo todo. Nos fuimos del edificio y lo dejamos así. Antes de regresar a Buenos Aires, nos enteramos de que en el descanso de la escalera del segundo piso, habían sacado el cuerpo de un muchacho de 26 años”.

Si bien el trabajo lo hace el animal, el guía es quien debe saber leer la conducta canina, las señales que el perro entrega. Y en la eficacia de esa lectura, muchas veces se juega la vida de alguien que ha quedado atrapado bajo una estructura que se ha desplomado.

Cristian y Emiliano aseguran que en todo rescate el primer momento es la marcación: “El perro marca, señala el lugar donde puede haber un cuerpo. Lola, por ejemplo, sabe que debe ladrar si es que descubre un cuerpo vivo, y rascar la piedra si lo que huele es un cadáver. De todas maneras, el que conoce bien a su animal, va a saber interpretar lo que quiere significar.”

Cristian tiene un hijo de cuatro años (Emiliano, una nene de cinco), así que la sensibilidad de un padre la conoce, sin embargo, a la hora de hablar de su trabajo se muestra como un chico duro que ha visto de cerca el dolor extremo. Tal vez justamente por eso, dice que lo mejor es mantener la distancia, que si queda envuelto en la emoción y el dolor de los demás, no podrá hacer bien su trabajo. “Encontrar una vida, salvarla, nos hace sentir muy felices, le da un gran sentido a todo nuestro trabajo. Pero cuando lo que hallamos es a alguien sin vida, incluso en el medio de ese dolor tan intenso, puede notarse cómo un familiar de la víctima se reencuentra con ese ser, que hasta ese momento era un desaparecido. Y puede despedirse de una forma que le permite afrontar mejor su tragedia. Eso nos pasó en Chile, y aprendimos también que una tarea muy importante es terminar con la angustia y la incertidumbre de alguien que no sabe qué ocurrió con las personas que ama”.

Ya son casi las cinco, y el día se apaga para los guías y sus perros. Le pregunto a Cristian quiénes son Lola y Xica cuando no están rescatando gente bajo las piedras, y me responde: “Son dos perras juguetonas como cualquier otra, que van y se revuelcan en los charcos y aparecen sucias, y se suben a la cama, y juegan. Nunca paran de jugar”.

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