Es algo inexplicable lo que sucede entre gemelos, conocé esta increíble y emocionante historia.
Brenton Gurney se encontraba sentado fuera del quirófano del Hospital Westmead, en Sydney. Eran las 11:00 de la noche, y su hermano gemelo, Craig, llevaba cinco horas de cirugía. El mayor de los gemelos idénticos, de 38 años, se sometía a una neurocirugía delicada y Brenton no lograba sacudirse el miedo de lo que podría esperarle a su hermano y mejor amigo. Los médicos le habían advertido que Craig tal vez no sobreviviera. Y aunque lo lograra, había 50 por ciento de probabilidades de que se quedara con discapacidad cerebral para siempre.
Mientras el equipo quirúrgico opera a Craig, Nicole, y los padres de los gemelos, Cherly y Dennis, esperaban y sufrían por tener noticias. A las 1:00 de la madrugada, la familia estaba prácticamente agotada. Nicole, Cherly y Dennis miraban constantemente a Brenton, con la esperanza de que supiera algo que ellos ignoraban. Sin embargo, él se sentía igual de desesperado. Por una parte deseaba poder estar en la mesa quirúrgica en lugar de su hermano, para protegerlo de lo que le estuviera sucediendo. Esa era una respuesta fraterna normal; algo que la mayoría de nosotros sentiría cuando un ser querido se encontrara en estado crítico. No obstante, para Brenton era mucho más.
Algo raro e inexplicable había estado sucediendo durante toda su vida. Y eran terribles los dolores de cabeza recientes que Brenton había estado soportando. Craig y Brenton Gurney comparten el vínculo singular que, a menudo, se menciona tratándose de gemelos idénticos. Se parecen, durante 38 años jamás han discutido, a ambos les encanta el fútbol, los dos le sacan la cebolla a su comida y siempre optan por una barra de chocolate en lugar de una manzana. Ambos se casaron con mujeres que se llaman Nicole. “Sí hay diferencias —comenta Craig—. Él es más ahorrador. Yo soy más despilfarrador”.
Craig es mayor por diez minutos y ha sido el primero toda la vida: en besar a una chica; en probar alcohol; en casarse. Le gusta tomar el control. Desde que tienen uso de la memoria, Craig ha experimentado síntomas físicos cuando Brenton —el más propenso a accidentes— se lastimaba. Sucedió por primera vez cuando eran bebés: cierto día, Brenton se cayó de su silla, pero fue Craig quien se llevó las manos a la cabeza y lloró. Cuando estaban en la escuela, Brenton quedó inconsciente durante un partido de fútbol y Craig —que estaba a espaldas del incidente— de pronto se sintió paralizado temporalmente.
“Siempre pensamos que era algo bastante normal, que era un fenómeno de los gemelos —dice Craig—. Aunque siempre ha sido motivo de conversación y de bromas”.
En los más de 20 años que lleva trabajando con gemelos el profesor John Hopper, director del Registro Australiano de Gemelos (ATR, por sus siglas en inglés), ha escuchado muchas historias similares. “Oye uno anécdotas, pero nadie lo ha estudiado adecuadamente”, afirma. Dicho lo anterior, las similitudes —y diferencias— entre gemelos ofrecen una mina de oro de información a la ciencia médica. Debido a que los gemelos idénticos se separaron del mismo óvulo fertilizado y comparten el mismo material genético, comprender por qué algunos enferman y otros no les da a los investigadores un atisbo del poder de los genes en comparación con el ambiente.
Cuando tenían veintitantos años, los gemelos Gurney se registraron con el ATR, la base de datos más grande y activa del mundo de gemelos dispuestos a participar en estudios científicos cuidadosamente diseñados. Su madre siempre los había inscrito en clubes de gemelos, pero fue Craig quien decidió involucrarlos en investigaciones. “Le pareció una buen idea ayudar”. Con el paso de los años han colaborado en varios proyectos. Luego, en 2011, los invitaron a formar parte del estudio TWIN-E, administrado por el Centro de Dinámica Cerebral del Instituto del Milenio Westmead. En el transcurso de cuatro años, los investigadores se propusieron estudiar el cerebro de 1.500 gemelos para averiguar qué hace a algunas personas fuertes y a otras propensas a enfermedades mentales.
Les suministra a los sujetos una serie de pruebas, con seguimiento 12 meses después. A Craig no le entusiasmaba mucho este estudio. Como padre de dos niñas, y con un trabajo muy atareado como gerente regional de una importante empresa comercializadora al menudeo, no estaba seguro de poder disponer de tiempo. Sin embargo, Brenton, por lo general el más reservado de los dos, lo presionó para que aceptara. Brenton hacía dos años y medio que estaba sufriendo de agudos dolores de cabeza. Había consultado con un quiropráctico, le habían realizado pruebas de ojos y de la presión arterial y había eliminado la cafeína de su dieta, pero al parecer nada ayudaba. Todo el mundo estaba preocupado: su esposa, su mejor amiga, y, por supuesto, Craig, sobre todo porque a su padre le había crecido un tumor en la pituitaria unos años antes. El médico de Brenton le había recomendado hacerse una resonancia magnética, pero la había aplazado por el alto costo de este tipo de prueba. El estudio Twin-E ofreció la oportunidad de una exploración gratuita.
Por fin, en marzo, Craig encontró tiempo para acudir a Westmead. Durante una hora estuvo conectado a un juego de electrodos craneales para vigilar su actividad cerebral mientras respondía a varios estímulos. Después de eso le practicaron la imagen por resonancia magnética, una exploración de 20 minutos que ayudaría a elaborar una imagen más detallada de su cerebro. Mientras Craig se relajaba y veía un video, los investigadores registraron el tamaño de distintas secciones de su cerebro. Cuando la prueba terminó, Craig agradeció al personal y salió para seguir con su vida. Unas cuantas semanas después, Craig se encontraba en Raymond Terrace, al norte de Sydney, por motivos de trabajo cuando encendió su teléfono celular y vio una larga lista de llamadas perdidas de Dinámica Cerebral. ¡Seguramente salí muy bien en la prueba! pensó.
Jamás se les ocurrió que podría tratarse de algo grave. Cuando Craig por fin se comunicó con el centro, el doctor fue directamente al grano: “Hemos encontrado una especie de masa”. Unos cuantos días después, Craig estaba sentado en el consultorio del doctor Brian Owler, neurocirujano, observando la exploración, que mostraba un cordoma del clivus de 4,2 centímetros, un tumor óseo muy raro, en la base del cráneo. Owler estaba desconcertado: por lo general un paciente con un tumor de ese tamaño hubiera experimentado síntomas neurológicos graves, como dolores de cabeza o pérdida del oído. “¿Cómo es que está usted aquí sin dificultades respiratorias ni visión borrosa?”, se preguntó el médico. Fue entonces cuando empezaron a tener lógica las largas quejas de Brenton sobre las jaquecas. “Siempre he sentido el dolor de Brenton”, comenta Craig. “Jamás ha sucedido al revés”.
Diagnosticaron a Craig el 29 de abril y la cirugía se programó para el 10 de mayo. El tumor crecía cerca del tallo cerebral y de la arteria basilar, lo que significaba que el bisturí podría provocar una lesión catastrófica o la muerte. Craig y Nicole se prepararon para lo peor; arreglaron la pensión de Craig y este le otorgó una carta poder a Nicole. El Día de las Madres, el 8 de mayo, Craig le pidió a Brenton que filmara un video en el que se despedía de sus niñas, Jasmine, de ocho años de edad, y Ella, de cinco. A Brenton le iba bastante mal. Él era el que sufría los dolores de cabeza y le atormentaba el remordimiento de que fuera Craig, no él, quien se encontrara sobre la mesa de operaciones. “Debí de haber sido yo”, le escribió a Brenton en una carta que le dio a su mejor amigo antes de la operación. Sin embargo, Craig le aseguró que estaba bien e intentó no tomarlo en serio.
Él siempre era el primero: ¿por qué debía de ser distinto con el cáncer? El lunes, Craig dejó de trabajar al mediodía. “No es un adiós. Es un nos veremos pronto”, les escribió a sus colegas en un correo electrónico. Luego, él y Nicole pasaron una tarde tranquila abrazados antes de que Craig ingresara en el Hospital Westmead a la mañana siguiente.
Para acceder al tumor, los cirujanos entraron de manera telescópica, a través de la nariz de Craig, pasando a un lado de los senos paranasales hasta la base del cráneo. Allí, extirparon pedacitos del tumor, célula por célula. Finalmente, a las 3:30 de la madrugada, el doctor Owler llegó para hablar con la familia, que esperaba. “Todo salió bien”, anunció. “Va a estar perfectamente”. Craig salió de la intervención con un incómodo tubo de respiración metido en la garganta y pasó ocho días difíciles en cuidados intensivos. Sin embargo, su recuperación resultó notablemente rápida. Diez días después, estaba lo suficientemente bien para irse a casa… sin rastros del daño neurológico que había temido tanto. Cuatro semanas más tarde regresó al trabajo. Desde entonces Craig ha soportado 40 sesiones de terapia de irradiación mentalmente agotadoras y lo vigilarán muy de cerca, por si vuelve el tumor. Con todo, el pronóstico es excelente.
Craig no se preocupa por el futuro. De hecho, al ver en retrospectiva la víspera del Año Nuevo de 2011, se dio cuenta de que había sido uno de los mejores años de su vida. “Le dije recientemente a Brenton, en tono de broma: ‘¿Cuándo has tomado la delantera en algo?’ No obstante, si él no hubiera presionado tanto para que participáramos en el estudio, las cosas serían muy diferentes. A final de cuentas me salvó la vida involucrándonos en las investigaciones de gemelos”. Esa tarde, antes de la cirugía, Craig y Nicole concibieron otra hija, una niña que nació en enero. Le pusieron el nombre de Gemma Hope, una recordatorio poderoso y permanente de los vínculos amorosos que los han llevado a superar la terrible experiencia familiar. ¿Y los dolores de cabeza crónicos de Brenton? Han disminuido mucho.