Luego de perder una pierna en una guerra brutal, Maja Kazazic pensó que nunca volvería a caminar sin sentir dolor.
Una mañana reciente en Clearwater, Florida, Maja Kazazic se asomó a un acuario de 275.000 litros. A lo largo de dos años había observado a un delfín nariz de botella llamado Winter nadar alrededor del tanque. Desde lejos, el animal parecía muy amigable, pero cuando la chica se disponía a meterse en el agua, el temor se mezcló con su emoción.
A pesar de su miedo, se sentía fuerte con su pierna nueva, así que se deslizó en la piscina. Estaba lista para cumplir una promesa que se había hecho mucho tiempo atrás.
Cuando Maja estaba en segundo grado de primaria, en la ciudad de Mostar, Yugoslavia (ahora parte de Bosnia y Herzegovina), su prima Jasmina, de cinco años, murió de leucemia. Para Maja fue terrible, y juró que honraría la memoria de su prima nadando con un delfín, animal al que ambas niñas adoraban. “Jasmina nunca tuvo la oportunidad [de hacerlo] —dice Maja, hoy de 32 años—, así que decidí que algún día lo haría por ella”.
En la secundaria, sentía pasión por los deportes: fútbol, básquet, tenis; se proponía ser deportista profesional. Luego, en 1993, durante la guerra civil bosnia, una granada de mortero lanzada por separatistas croatas explotó en el patio del edificio donde vívía. Los seis amigos con los que estaba charlando murieron. Maja, entonces de 16 años, quedó malherida. La metralla le penetró en el brazo izquierdo y en ambas piernas.
En un hospital improvisado, vieron que era imposible salvarle la pierna izquierda, así que se la amputaron por debajo de la rodilla. “No había anestesia”, dice. “Me ataron y me pusieron una pieza de goma en la boca para que la mordiera, pero yo sentía todo”.
Sin antibióticos, la herida se le infectó, y por largos ratos perdía la conciencia. Sus padres pasaron semanas al pie de su cama. La activista británica Sally Becker, quien evacuó a muchos niños durante la guerra, hizo arreglos para trasladar a Maja a los Estados Unidos a fin de que recibiera tratamiento.
La chica pasó casi dos años en un hospital de Cumberland, Maryland, vigilada por voluntarios de Ex Combatientes por la Paz (habían herido a su padre en otro bombardeo, así que su madre se quedó en Bosnia para cuidarlo, y también a su otro hijo, de 10 años). Unos meses después de llegar, Maja recibió su primera pierna artificial. Como le había quedado muy poco hueso, fue difícil ajustarle la prótesis, y como la otra pierna también estaba dañada, caminar le producía un dolor terrible. Pese a todo, logró terminar el bachillerato. A los 18 años salió del hospital y se mudó a un departamento con otra refugiada.
Sus padres finalmente se reunieron con ella en Maryland, pero Maja ya era muy independiente. Luego de graduarse en Psicología en la Universidad Saint Francis, en Pensilvania, se mudó a la costa del golfo de Florida, consiguió trabajo en una aseguradora y más tarde abrió una empresa propia de diseño de sitios web. Tras decenas de operaciones, ya podía jugar golf y tenis de vez en cuando; pero aún tenía una prótesis imperfecta, y cada actividad la hacía renguear y le causaba un dolor que duraba varios días.
Para relajarse, iba al Acuario Marino de Clearwater, cerca de su casa, en Palm Harbor, para ver jugar a los delfines. Le llamó la atención un macho joven, Winter, que había perdido la cola en una trampa para cangrejos. “Nadaba más como un camarón que como delfín. Me identifiqué con él”.
Un día, al llegar al acuario, la joven vio que le estaban colocando a Winter una cola de alta tecnología: una articulación de acero flexible revestida con plástico de silicona y un gel especial para proteger la delicada piel del delfín. Cuando terminaron, Winter se deslizó por el agua.
Maja estaba fascinada. Si él puede hacer esto, ¿por qué yo no?, pensó. Se acercó a los entrenadores, quienes la pusieron en contacto con los inventores de la cola, Hanger Prosthetics & Orthotics, en Bethesda, Maryland. Antes de 10 días, Maja tenía una pierna nueva, provista con un revestimiento suave y un microprocesador que ajusta la prótesis para diversos terrenos y actividades. “Por primera vez en casi 16 años, no sentía dolor”, dice.
Ocho meses después, estaba lista para cumplir la promesa que había hecho en honor de Jasmina. Sus padres la acompañaron al acuario. Una vez que controló el miedo, se metió en el tanque y extendió la mano hacia Winter. Este se acercó con cautela, pero pronto se alejó. Luego de unos minutos, dejó que la joven le acariciara el lomo, le frotó la nariz contra el cuello y entonces nadaron juntos una hora entera alrededor de la piscina.
La madre de Maja se echó a llorar. “Cuando mi hija dice que va a hacer algo, siempre lo cumple”, expresó. Una vez que la joven estuvo fuera del agua, sus padres la abrazaron.
Maja quería gritar de alegría, pero se contuvo porque sabía de la sensibilidad de los delfines al ruido. Recordando emocionada ese momento afirma “Tenía una deuda con alguien, y finalmente la estaba saldando”.