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¿Cómo se salvó Richard Wagner del olvido?

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¿Qué clase de asuntos tenía con el secretario del rey de Baviera? Además su estrecha relación con el rey Luis II.

Richard Wagner pensó al principio que el visitante estaba usando un artimaña para verlo, que era un intento de uno de sus muchos acreedores para molestarlo con documentos legales.

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¿Qué clase de asuntos podría tratar el secretario del rey de Baviera con él y cómo pudo rastrearlo hasta la casa de un amigo en Stuttgart? Wagner rehusó verlo. Pero el mensajero fue persistente y en un segundo intento mostró al compositor una fotografía del monarca, un anillo de rubí y una invitación para partir a Munich a la brevedad posible.

Luis II, que tenía menos de dos meses de ser rey, conoció por primera vez a su ídolo musical el 4 de mayo de 1864. Wagner tenía 51 años y, a pesar de ser el compositor de óperas tan notables como Tannhaüser y El buque fantasma (también conocida como El holandés errante), había caído en desgracia: pobreza, un matrimonio fallido y persecución política por sus actividades republicanas.

El rey, de 18 años, era adicto a la música de Wagner desde su asistencia, tres años antes, a una presentación de Lohengrín que lo conmovió hasta las lágrimas. Cuando leyó el libreto de la tetralogía inconclusa El anillo de los nibelungos, Luis juró ser el patrocinador real con los recursos y autoridad necesarios para llevar a escena la monumental obra.

Extasiado por el encuentro, Wagner escribió a un amigo que el rey lo quiso «con el fuego y la ternura de un primer amor. Sabe y comprende todo acerca de mí, me entiende como si fuese mi propia alma».

Luis prometió finalizar todo lo que Wagner había sufrido en el pasado y quitar de su vida todas las insignificancias que lo preocupaban «para que seas libre y despliegues las poderosas alas de tu genio en el puro aire de tu arte subyugador». Luis puso a disposición de Wagner una villa campestre y se instaló en el castillo Berg para estar cerca de él. Cuando no estaban juntos planeando la composición y producción de las óperas que se estrenarían en los siguientes años, el par intercambiaba lo que sólo puede llamarse cartas de amor, aunque nunca se sospechó que Wagner compartiera la homosexualidad reprimida de Luis.

«Indisoluble es el lazo que nos une. Inmutable, eterno, sagrado y profundamente fascinante es el amor que arde en mi alma por ti», le escribió el monarca. «Yo sin ti no soy nadie», replicó el compositor. «¡Oh, mi rey, sois divino!» Wagner sabía que su protector no tenía oído musical: era el mundo fantástico de los libretos lo que atraía al rey. Wagner dirigió una interpretación de El buque fantasma en Munich, el 4 de diciembre de 1864; el rey estaba en el palco real para compartir el triunfo del compositor.

Al año siguiente, el estreno de Tristán e Isolda tuvo un éxito semejante. Pero incluso los enamorados riñen y cuando llegó a oídos de Luis que su ídolo se refirió a él como «mi muchacho», prohibió temporalmente a Wagner aparecer en la corte.

Más serios fueron los clamores de descontento de los círculos cortesanos. Al principio hubo resentimiento porque el rey derrochaba dinero público para financiar el extravagante ritmo de vida del compositor.

En noviembre de 1865, Wagner criticó indiscretamente al gobierno, una ofensa imperdonable para los susceptibles bávaros, quienes consideraban extranjero al compositor sajón. Miembros de la familia real pusieron un ultimátum el 1° de diciembre: Luis tendría que elegir entre Wagner y «el amor y respeto de vuestro fiel pueblo». El rey eligió a su pueblo y 10 días después Wagner estaba a bordo de un tren hacia Suiza.

El infortunado músico anunció que partía por razones de salud. El idilio del rey y el compositor duró 18 meses. Wagner inició en Suiza una vida productiva, mientras que el rey siguió dándole estímulo y ayuda monetaria desde lejos.

Luis contribuyó para la construcción de un magnífico teatro en Bayreuth, donde se escenificaron las óperas de Wagner, y presenció la primera representación de la tetralogía El anillo de los nibelungos durante cuatro días sucesivos en agosto de 1876: era la primera vez en ocho años que ambos se reunían.

Al término de la cuarta ópera, el reticente monarca fue persuadido a levantarse en el palco real y dar un paso hacia adelante para compartir la ovación en honor a Wagner. Cuando se enteró del fallecimiento del compositor en Venecia el 13 de febrero de 1883, Luis dijo: «El cuerpo de Wagner me pertenece», y ordenó transportarlo a Bayreuth para ser sepultado. «Fui yo el primero en reconocer al artista por el que ahora llora todo el mundo – anunció -, y fui yo quien lo salvó para el mundo.»

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