Una familia genera 24 kg de desperdicios cada semana.
En junio de 1858 se produjo una abrupta disminución en el nivel de las aguas del río Támesis a causa de un clima excepcionalmente caluroso. El hedor que despedían las escasas aguas era tan penetrante, que los londinenses sólo podían acercarse a las costas y los puentes con pañuelos atados a boca y nariz. La navegación por el río fue suspendida y en las cámaras del Parlamento, situadas junto al Támesis, las sesiones proseguían sólo si se cerraban las ventanas y las cortinas se remojaban en cloruro de cal para contrarrestar el olor.
El llamado Gran Hedor fue consecuencia tardía de siglos de descuido en la eliminación de desechos. Los londinenses se habían acostumbrado a usar como una cloaca el cauce de su río, que a menudo era su única fuente de agua potable. Diariamente, ríos como el Támesis, el Sena y el Tíber recibían un alud de excremento humano y animal, basura, desechos de embarcaciones e industrias y todos los demás desperdicios urbanos. Como la población creció y el volumen de desechos aumentó a raíz de la industrialización ocurrida en el siglo XIX, la naturaleza comenzó a sufrir los estragos.