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¿Cómo se desarrollaban las carreras de carros?

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Cerca de 300.000 espectadores presenciaban las carreras en Roma.

Un olor a salchichas y a sudor flotaba sobre la bulliciosa y expectante pista. Era un caluroso día de verano del año 145 d.C y cerca de 300,000 espectadores abarrotaban las gradas del enorme hipódromo oval de Roma, en espera de que diera comienzo la carrera de carros. Los «Rojos» eran los favoritos, ya que Diocles, el gran auriga español, formaba parte de ese equipo.

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Las carreras se celebraban en honor de los dioses romanos y para demostrar el poderío de la Roma Imperial. La ciudad contaba con cuatro equipos importantes de aurigas: los Blancos, los Azules, los Verdes y los Rojos, y la rivalidad entre sus seguidores era intensa. Los propios emperadores tenían muy claras sus preferencias; Nerón (3768) apoyaba a los Verdes, en tanto que Vitelio (1569) condenó a muerte a algunos seguidores de los Verdes por hablar mal de su equipo, los Azules.

La multitud dirigió la vista hacia la tribuna presidencial, donde el presidente se puso en pie y levantó un pañuelo blanco. Por fin, lo arrojó a la pista: era la señal para que comenzase la carrera. Cuatro carros salieron disparados levantando una espesa polvareda. Los espectadores se levantaron de un salto y comenzaron a lanzar gritos de emoción cuando uno de los carros volcó y los caballos arrastraron por la pista al infortunado auriga, que llevaba las riendas atadas alrededor de la cintura.

Generosas recompensas por arriesgar la vida. Una simple caída de un carro a toda velocidad podía provocar la muerte. Pero las recompensas eran enormes. El vencedor de una carrera ganaba hasta 60,000 sestercios, cuando el salario anual de un legionario era de 1,200 sestercios.

El programa de una jornada podía incluir hasta 20 carreras de unos 6 km, siendo cada vuelta de algo más de 1 km. El tiro solía estar compuesto por cuatro caballos, mas para introducir variedad y mayor emoción en las competiciones a veces se celebraban carreras con carros tirados por tres o seis caballos, y otras en las que participaban ocho y hasta doce carros. Cuando competían tantos carros, las posibilidades de un accidente en cadena en las pronunciadas curvas de la pista se multiplicaban.

El carro vencedor dio la vuelta a la pista mientras la multitud lo aclamaba y se detuvo ante el emperador, que entregó una corona de laurel a Diocles, el auriga. Diocles, uno de los aurigas más célebres de Roma, ganó 1,462 carreras de las 4,257 que disputó, e incluso se construyó un monumento en su honor.

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