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Humor: le cortó el pelo a su marido tras ver un tutorial de 5 minutos

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La divertida historia de cómo una mujer decidió tomar el corte de cabello de su marido por sus propias manos.

Siempre, en cualquier matrimonio, llega un momento en el que uno se encuentra con algo perturbador en el historial de Google y se pregunta: “¿A esto hemos llegado?”

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En mi caso, fue la búsqueda de mi mujer, Jocasta: “Cómo cortar el pelo a un hombre”.

Es cierto que, durante el confinamiento, mi pelo estuvo un poco descontrolado. Me salían mechones de pelo por los lados y parecía un koala de juguete.

O, peor, según mi mujer, a mi padre. “Ponte una camisa de rayas con el cuello blanco”, decía, “y no sabría distinguiros”.

Tres días después llegó una caja con un kit casero de peluquería, cuya maquinita eléctrica presumía de tener una “geometría avanzada de cuchillas para un corte más rápido”.

Revisé la caja por todos lados. “No sabía que la velocidad fuera indispensable en los cortes de pelo profesionales”.

Mi mujer respondió, pensativa. “No pasa nada. Sé lo que hago. He visto un video de cinco minutos en YouTube”.

Suelo ir a una peluquería bastante elegante donde te ofrecen una taza de café y una galleta hasta las 16 horas, y después de esa hora, una copa fría de chardonnay y un plato de nueces. Si calculas bien la hora, puedes recibir ambos.

Mi peluquero, Shane Henning, ha recibido varios premios del sector. Es un hábil conversador, capaz de compartir comentarios agudos sobre asuntos culturales y políticos, así como amables observaciones sobre el estado de mi melena.

También ofrecen un masaje de cuero cabelludo muy relajante, realizado por el personal más joven, al principio del servicio.

Estos recuerdos de mi vida peluquera, como la disfrutaba antes del encierro por el Covid-19, son interrumpidos por mi mujer, que arrastra una pesada silla de madera hasta la mitad de nuestro jardín trasero. “Siéntate ahí”, dice, en un tono que no recuerdo haber escuchado nunca al personal de la peluquería.

Después de tomar asiento, pregunto sobre el masaje de cuero cabelludo y la copa de chardonnay.

“Esta no es ese tipo de peluquerías”, responde mi mujer, estudiando la máquina eléctrica y encendiendo el aparato.

Entonces se lanza sobre mi cabeza como un feroz castor desbocado, cortando enormes mechones de pelo de mi cráneo, que caen como una tormenta de nieve gris y blanca. Esto dura aproximadamente tres minutos y luego retrocede para admirar su obra.

“Oh, no, lo he estropeado. Debí haber practicado con una escoba”.

Nunca había oído decir eso a Shane, ya que algo así tiende a rebajar la confianza del cliente.

“No importa”, dice Jocasta, “estoy segura de que puedo arreglarlo”.

Deja la maquinita eléctrica y toma las tijeras, trabajando ahora a un ritmo más lento.

Supongo que en ese momento quiere reforzar mi confianza, porque empieza a adoptar un tono más profesional. “¿Tienes planes para el fin de semana?”, pregunta.

“Pues”, respondo, “planeaba pasarlo encerrado en casa, contigo”.

“Sí”, contesta mi mujer, mientras corta alrededor de mis orejas. “Yo había planeado algo parecido”.

Entonces pega su cuerpo al mío para llegar a la parte más alta de mi cabeza. Me parece algo íntimo; hasta sensual. Quizás quiere compensar el chardonnay gratis.

“No te cortaré mucho por aquí”, dice, estropeando el momento de sensualidad, “porque parece que se te está empezando a caer”.

Giro la cabeza, horrorizado. “¿Se me está cayendo? Shane nunca lo ha mencionado”.

Mi mujer corta vacilante unos rizos más antes de hacer una nostálgica observación: “Shane es muy considerado”.

Luego apunta con las tijeras hacia abajo. “De todos modos no debería preocuparte tanto perder el pelo, tienes suficiente en las orejas”.

Comienza a cortar vigorosamente. “Despacio”, le digo, “quiero parecerme a George Clooney, no a Vincent van Gogh”.

Cosa rara, este comentario le hace gracia a Jocasta, que ríe de tal forma que sus tijeras se mueven en todas direcciones. Al hacer una broma sobre Van Gogh, he estado a punto de convertirme en autor de mi propia desgracia.

Le digo: “Espera, quería que me atendiera Vidal Sassoon, no Eduardo Manostijeras”. Afortunadamente, esta broma le hace mucha menos gracia a mi mujer, y su risa se evapora de manera que su corte muestra una notable mejoría.

Diez minutos después, se aleja nuevamente de su creación.

“Increíble. Ahora ha quedado bastante bien”.

Toma un espejo y me enseña el resultado. La verdad es que no ha quedado nada mal. Paso de ser cantante del grupo ZZ Top a Sansón tras una sesión con Dalila.

Mi mujer me hace una serie de fotos —por delante, por los lados y por detrás, igual que un informe de detención policial— y se las envía a Shane. Él responde senseguida, ofreciéndole trabajo en su peluquería.

Shane dice que mi mujer tiene talento de peluquera, pero yo creo que necesita trabajar el trato con la
gente.

Además, una copa de chardonnay frío no me vendría nada mal. 

Esta columna se publicó por primera vez en el Sydney Morning Herald.

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