Se sabe que los cálculos renales son una de las dolencias más agudas que conoce el ser humano. Y una de cada diez personas probablemente los desarrolle. Conocé cómo se generan, cómo prevenirlos y cuáles son los tratamientos.
Cuando la asturiana Yolanda Alonso, de 49 años, sintió por primera vez una punzada en su costado derecho, supuso que estaría ovulando. Durante los siguientes días, sin embargo, el dolor aumentó hasta hacerle recordar las insoportables contracciones que había experimentado en el parto de su hija, hoy adolescente. Pero los dolores de parto iban y venían. Esto era continuo.
Asustada, le pidió a su marido que la llevara a la guardia de urgencias del hospital. Tras hacerle pruebas y radiografías, le dieron el diagnóstico: tenía un cálculo renal.
Le administraron analgésicos por vía intravenosa y la mandaron a casa a esperar a que su organismo eliminara naturalmente el cálculo. Los calmantes la ayudaron unos días, “hasta que tuve otro ataque muy fuerte, volví al hospital y me dieron de nuevo medicación intravenosa”.
Finalmente, el dolor llegó de pronto a su fin. Había eliminado la piedra. Los cálculos renales probablemente son la afección más dolorosa conocida. Teniendo en cuenta su tamaño (habitualmente solo un par de milímetros, como la mitad de un grano de arroz), es realmente sorprendente que puedan provocar síntomas tan dolorosos. Y afectar a tantas personas.
“Una de cada diez personas desarrolla cálculos”, afirma el profesor Thomas Knoll, urólogo de la Universidad de Heidelberg, Alemania. Esto supone alrededor de 750 millones de potenciales víctimas de cálculos renales en el mundo. Y su incidencia ha aumentado hasta duplicarse en los últimos 30 años, según indica la Asociación Europea de Urología. Teniendo en cuenta su prevalencia, es importante estar informado.
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¿Cómo se forman?
Varias sustancias circulan por nuestro cuerpo y el excedente se envía a los riñones para su eliminación. Cuanto mayor sea la producción de orina, más probable será que nuestro organismo pueda deshacerse de este excedente. Pero cuando se produce una acumulación de minerales y otras sustancias antes de ser eliminados, se pueden formar cálculos renales.
El cálculo renal típico es una combinación de calcio y un ácido orgánico llamado oxalato. El segundo tipo más frecuente se desarrolla a partir de ácido úrico, el responsable de la enfermedad conocida como gota (no es casual que aquellos que padecen dicha afección tiendan a producir cálculos renales). El calcio combinado con el fosfato también puede generar cálculos renales. Y en personas con propensión genética a la producción de este tipo de formaciones, también contribuyen otros minerales a su aparición.
En general, los cálculos solo se hacen sentir cuando abandonan el riñón. Si quedan atascados en la uretra (conducto a través del cual la orina circula desde el riñón y la vejiga) y bloquean el flujo de orina, el dolor puede ser muy intenso, con los intentos del cuerpo por desbloquear la obstrucción.
Para confirmar un cálculo renal, los médicos piden radiografías y en ocasiones TAC (muy útiles para detectar cálculos pequeños). Los análisis de sangre y orina pueden indicar si circulan por nuestro organismo sustancias capaces de formar cálculos renales en niveles más elevados de lo normal.
¿Qué los provoca?
La deshidratación es uno de los principales factores de riesgo. “Cuando no se bebe suficiente líquido aumenta el riesgo de formación de piedras”, asegura el profesor Knoll. Pero no se puede reducir a la baja ingesta de fluidos. A medida que aumenta la población con problemas de sobrepeso, también aumentan las probabilidades de padecer cálculos renales. Y no se trata solo de cuánto comemos, sino lo que comemos.
“Una dieta rica en carne, principalmente roja, contribuye a aumentar el riesgo de formación de cálculos”, afirma el doctor Hendrik Heers, urólogo de los hospitales de la Universidad de Oxford, Reino Unido. “El riesgo de cálculos renales en pacientes vegetarianos es mucho más bajo en comparación con la población que come carne”.
Una dieta basada en alimentos procesados, con comidas envasadas, congeladas y enlatadas, puede aumentar el riesgo, dicen expertos del Instituto Nacional de la Diabetes y Trastornos Digestivos y Renales de los Estados Unidos. Los alimentos procesados tienden a contener altos niveles de sodio (sal), y el exceso de sal aumenta los niveles de calcio que se elimina en la orina.
Nadie está exento
Cuando tenía solo 18 años, Rushka Robert fue sorprendida por un repentino e insoportable dolor en su costado derecho. En medio de un ataque de vómitos, esta joven de Amsterdam apenas podía llegar a su cama. Su madre, ex enfermera, asumió que era apendicitis. Cuando llamaron al médico, él inmediatamente sospechó de un cálculo renal. En el hospital se confirmó el diagnóstico. Al día siguiente, tras recibir más analgésicos, Rushka fue dada de alta a esperar que eliminara la piedra. Pero el dolor empeoró. Ni siquiera podía orinar. Nunca había experimentado un dolor semejante. De nuevo en el hospital, le dijeron que tendrían que operarla. La cirugía fue bien, pero no fue el final.
¿Cómo prevenir?
Para quienes han sufrido un episodio de cálculo renal, existe una probabilidad del 50 % de experimentar otro ataque. “Y también un riesgo de aproximadamente el 20 % de experimentar tres o más episodios de este tipo”, afirma el doctor Heers.
Sin embargo, pueden prevenirse con unos sencillos cambios en nuestro estilo de vida. “Beber mucho líquido para reducir el riesgo de que vuelva a formarse un nuevo cálculo”, recomienda el profesor Osther. Debemos tratar de producir dos litros de orina al día, dice. Para alcanzar ese objetivo, debemos beber al menos dos litros y medio de líquido. “Y cuando la temperatura es elevada, debemos beber aun más”. Aquellos que tienen propensión genética a formar cálculos deben duplicar dichas cantidades.
Otros fluidos pueden resultar más efectivos. Aquellos que beben café tienden a tener un riesgo menor de desarrollar cálculos renales. Pero los jugos cítricos se llevan el primer premio, afirma el profesor Knoll, especialmente los de limón y pomelo. “Elevan el nivel de PH de la orina”, indica. Vuelven la orina más alcalina, lo que “reduce prácticamente el riesgo de formación de cálculos”. No obstante, deben evitarse las bebidas cítricas con azúcar, ya que el endulzante puede aumentar el riesgo y dejar sin efecto las ventajas del jugo.
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Según la composición química de los cálculos renales, se puede recomendar limitar el consumo de ciertos alimentos. Carne y huevos son los primeros, al igual que mariscos, pero alimentos vegetales con alto contenido de oxalato, como maníes, ruibarbo, espinacas, remolacha, chocolate y batata también pueden resultar problemáticos para algunas personas.
Pero en ciertos casos cambiar la dieta no es suficiente. Para los cálculos formados por ácido úrico, se da medicación especial para el tratamiento de gota llamada alopurinol.
Los diuréticos de la familia de los tiazídicos (hidroclorotiazida, clortalidona e indapamida) pueden reducir la cantidad de calcio que excretan los riñones y ayudar a prevenir la formación de este tipo de cálculos.
Aunque logró evitar otra operación, Rushka tuvo que afrontar tres episodios más antes de que un nuevo médico le ofreciera probar la medicación preventiva más prometedora del momento: pastillas de citrato de potasio. Rushka, hoy de 26 años, toma 12 pastillas de citrato de potasio al día. Y vale la pena.
Como diría Rushka, y cualquiera que haya tenido que atravesar el infierno de los cálculos renales, vale la pena hacer prácticamente cualquier cosa para evitar un nuevo ataque.
¿Cómo se tratan los cálculos renales?
Hasta hace poco, la medicación para la hipertensión (nifedipina) y el agrandamiento de próstata (tamsulosina) se administraban para acelerar la eliminación de los cálculos renales. Pero un estudio publicado en julio de 2015 mostró que estos medicamentos no eran mejores que el placebo. Las nuevas tendencias consisten en tratar el dolor mientras se espera a que los cálculos encuentren la forma de salir del organismo. Por supuesto, no siempre sucede. “Cuanto más grande sea el cálculo, menos probable es que se elimine espontáneamente”, sostiene el doctor Heers. En estos casos, la cirugía es la única solución, pero suelen ser procedimientos mínimamente invasivos.
Los tres tipos más comunes de tratamientos quirúrgicos son:
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Litotricia por ondas de choque: se lanzan ondas sonoras a la piedra desde el exterior, que la rompen en fragmentos pequeños para que puedan ser eliminados por la orina. Pro: es el procedimiento menos invasivo, generalmente ambulatorio. Contra: si el cálculo es muy sólido, se necesita más de un tratamiento.
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Ureteroscopía: se inserta un tubo pequeño en el tracto urinario y se extrae el cálculo o se utiliza láser para desintegrarlo. Pro: es el método más efectivo para eliminar cálculos pequeños y medianos, y suele ser ambulatorio. Contra: existe un ligero riesgo de dañar la uretra. A veces se debe dejar un catéter hasta que el cálculo atraviese el conducto.
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Nefrolitotricia percutánea: se realiza una pequeña incisión en la espalda hasta el riñón, para poder acceder a los cálculos y extraerlos. Pro: es lo más efectivo para eliminar cálculos grandes. Contra: es más invasivo, requiere ingreso hospitalario y más tiempo de recuperación.