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Historias emocionantes de gente como vos

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Estas historias te harán recobrar la esperanza en la humanidad.

La madre adoptiva más amorosa

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Por Leah Ulatowski

 

Para Cori Salchert, de Sheboygan, Wisconsin, Estados Unidos, y su esposo, Mark, ser padres adoptivos y de crianza no parecía factible hace unos años. Ambos trabajaban y ya tenían ocho hijos propios. Pero Cori, enfermera calificada, se dedicaba en cuerpo y alma a ayudar a familias que hacían duelo por un embarazo malogrado o por la muerte de un recién nacido. Si una pareja se sentía demasiado agobiada para sostener en brazos a su bebé moribundo, Cori lo hacía para que la criatura “no muriera sola”. En esos momentos pensaba: ¡Ojalá yo pudiera cuidar a estos niños! Así relata Cori su historia:

 

“En agosto de 2012 recibimos un llamado del hospital. Nos preguntaron si podíamos encargarnos de una bebé de dos semanas que no tenía nombre ni nadie que cuidara de ella. Había nacido sin un hemisferio cerebral, y los médicos no creían que pudiera sobrevivir. Estaba en estado vegetativo: no veía ni oía, y respondía solo a estímulos dolorosos. Pudo haber muerto en el hospital, envuelta en una manta y conectada a una sonda de alimentación sin que nadie se fijara en ella. Pero llevamos a casa a aquella hermosa bebé para que viviera con nosotros, y vivió más en 50 días que lo que muchas personas a lo largo de toda su vida. No había tenido una familia, y de repente era la menor de nueve hermanos. La teníamos en brazos todo el tiempo y la llevábamos con nosotros a todas partes.

 

Una noche me di cuenta de que la bebé estaba muriéndose. La familia entera se encontraba en casa, y todos se turnaron para sostenerla en brazos y darle un beso. Mi esposo incluso le cantó. Luego todos se fueron a dormir; solo mi hija Charity y yo nos quedamos despiertas con la niña. Abracé a Emmalynn contra mi pecho, envuelta en mi bata de baño afelpada y tibia, y le canté Jesús me ama. De pronto me percaté de que no la había oído respirar en varios minutos. Miré su rostro y vi que la hermosa criatura se había ido. Había dejado este mundo sintiendo los latidos de mi corazón. No sufrió dolor y, desde luego, no estuvo sola.

 

Es un regalo maravilloso formar parte de la vida de estos bebés, poder aliviar su sufrimiento, acariciarlos y amarlos, aunque ellos no puedan devolverle a uno algo tangible, ni siquiera sonreír a cambio de nuestros cuidados. Nos consagramos por entero a estos niños, y se nos desgarra el alma cuando mueren. Pero nuestros corazones son como vitrales: esas ventanas hechas con trozos de vidrio que se forjan nuevamente y que resultan aún más fuertes y bellas justamente porque estaban rotas.

 

Un acto fortuito de ayuda en la ruta

Por Justin Horner, tomado de The New York Times

 

A lo largo del año pasado tuve problemas con el auto en tres ocasiones. Siempre que me pasan estas cosas me irrito porque la mayoría de la gente no se molesta en ayudar. Una de esas veces estuve casi tres horas a la orilla de la ruta en el jeep grande de un amigo mío. En las ventanillas puse enormes letreros que decían “Necesito un crique”, y ofrecía dinero. Nadie se detenía. Justo cuando estaba por rendirme y empezar a pedir viaje, una familia mexicana se detuvo en una camioneta, y el padre se bajó.

 

Evaluó la situación y llamó a su hija, que hablaba inglés. A través de ella me hizo saber que tenía un gato hidráulico, pero era muy bajo para el jeep, así que tendríamos que “agrandarlo”. Luego, sacó un serrucho de su vehículo y con él cortó una sección de un tronco grande en el borde del camino. Llevamos el trozo hasta el jeep, pusimos su gato encima ¡y entramos en acción! Empecé a sacar el neumático, y de pronto le rompí el cabezal de la barreta. Su esposa se fue en su camioneta a comprar una nueva.

 

Cuando terminamos de cambiar el neumático, yo me sentía inmensamente feliz. La mujer sacó un bidón grande con agua para que nos laváramos. Intenté poner un billete de 20 dólares en la mano del hombre, pero no lo aceptó, así que me acerqué a la camioneta y se lo di a la esposa discretamente. Le pregunté a la niña dónde vivían. Ella contestó que en México. Terminaba de despedirme y de caminar hacia el jeep cuando la niña me preguntó a gritos si había almorzado. Como le dije que no, corrió hasta mí y me dio un tamal. Volví a darles las gracias, regresé al jeep y desenvolví el tamal. ¡Dentro estaba el billete de 20 dólares! Corrí hasta la camioneta. El padre vio el billete en mi mano y negó con la cabeza. Se concentró y me dijo en inglés: “Hoy por usted, mañana por mí”.

 

Carta abierta a las personas que me consolaron

Por Deborah Greene, tomado de ReflectingOutLoud.net

 

Queridos Extraños: los sigo recordando. Hace 18 meses, cuando sonó mi celular, ustedes acababan de entrar a la tienda a hacer sus compras, al igual que yo unos momentos antes. Pero yo ya había abandonado el carrito repleto de víveres en el pasillo de entrada. Mi hermano había llamado para decirme que nuestro padre se había quitado la vida esa mañana. Empecé a llorar y a gritar. Temblando, las rodillas se me doblaron y caí al suelo. Ustedes pudieron haber seguido su camino, sin hacer caso a mis alaridos, pero no lo hicieron. Pudieron haberse detenido a mirar mi lastimera muestra de dolor, pero no lo hicieron. Al contrario, me rodearon mientras yo decía sollozando: “Mi papá se suicidó. Está muerto”.

 

Recuerdo que uno de ustedes tomó mi teléfono y me preguntó mi clave de acceso y a quién debía llamar. Necesitaban que les dijera el nombre de mi esposo para buscarlo en mi lista de contactos. Recuerdo que escuché cómo le dejaban un mensaje urgente a mi marido para que me llamara. Me acuerdo que entre ustedes comentaban quién me llevaría a casa en mi auto y quién seguiría a esa persona para llevarla de regreso a la tienda. Aunque ustedes no se conocían, eso no importó. Se toparon conmigo, una desconocida, en el peor momento de mi vida, y me rodearon con un solo propósito: ayudar.

 

Aturdida, les dije que una amiga mía trabajaba en ese lugar, y uno de ustedes fue a buscarla. Y recuerdo que mientras estaba sentada junto a ella, uno de ustedes compró una tarjeta de regalo de la tienda para mí. A pesar de que esa persona no me conocía, quería que yo supiera que estaría pensando en mí. Esa tarjeta de regalo ayudó a alimentar a mi familia cuando mis emociones no me permitían pensar siquiera en cocinar.

 

Nunca volví a verlos a ustedes, pero hoy tengo una convicción profunda, porque se acercaron a ayudarme, me ofrecieron un rayo de luz en el momento más devastador de mi vida. Ustedes tal vez no se acuerden de esto. Quizá no se acuerden de mí, pero yo jamás los olvidaré.

 

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