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Nadar entre pirañas

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¿En verdad devoran hombres estos peces, o su mala fama es inmerecida? El escritor Robert Kiener viaja a la selva amazónica para averiguarlo.Mientras la lancha pesquera, de 14,2 metros de eslora surca
las aguas de un remoto lago en la selva amazónica, mi guía Enrique Sánchez, de
59 años, me enseña a capturar dos de los peces más temidos del mundo: la piraña
roja y su pariente mayor, la piraña negra. Conocidas en algunas latitudes como
devoradoras de hombres, se cree que estas criaturas de agua dulce cazan en
grupo y devoran a sus presas bocado a bocado, arrancándoles la carne con sus
dientes afilados como navajas.Es mediodía y el sol cae a plomo mientras escucho a Enrique.
Un par de loros arcoíris pasa volando por arriba de nuestras cabezas, y los
bulliciosos monos araña se columpian de las ramas de los árboles. Cerca, una
espigada garza de cuello blanco se yergue vigilante.—Antes de lanzar el anzuelo debes dar un golpe al agua —me
dice el guía, dando un ruidoso golpe a la superficie del lago con la punta de
su caña de bambú, que hace que la garza salga volando—. Así atraes a las
pirañas. Creen que eres un animal en apuros, una presa fácil.Golpeo el agua con mi caña de pescar, y luego suelto el
anzuelo con un cebo de carne cruda de buey. Casi de inmediato siento un tirón.—¡Ya picó una! —grito mientras empiezo a sacar el sedal
rápidamente, como Enrique me indicó.

Pero después de mucho forcejear solo veo el anzuelo: el cebo
sanguinolento ha desaparecido.Mientras vuelvo a cebar el anzuelo, Enrique atrapa una
piraña roja y la tira sobre la cubierta. Lo mismo hace nuestro piloto, Renato,
un ribeirinho (“ribereño”) que es también un experto pescador. Poco después,
los pe- ces pican cada vez que lanzamos los anzuelos al lago Piraña, nombre por
demás apropiado.El anzuelo cebado con carne cruda es como un imán para los
peces, cuyos sistemas sensoriales son tan refinados que pueden detectar sangre
a cientos de metros de distancia. Me imagino que bajo la plácida superficie del
lago se desencadena una disputa frenética, como cuando se arroja comida a los
tiburones.¡Y esos dientes! Sosteniendo con la mano una piraña de 25
centímetros de largo y 1,5 kilo de peso, Enrique me muestra la parte más temida
de este depredador. Sus afilados dientes, de seis milímetros de largo, parecen
una trampa para osos en miniatura. El guía me acerca la piraña un poco más a la
cara y dice:—¡Solo mira esos dientes!Para llegar al apartado lago Piraña tomé un vuelo a Manaos,
capital del estado de Amazonas, en el norte de Brasil, y contraté a Enrique
para que me llevara a pescar pira- ñas. Tardamos casi un día en llegar al lago,
situado a unos 112 kilómetros al sur.

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Un taxi acuático nos?llevó por las lodosas?aguas del imponente?río Amazonas hasta el?bullicioso poblado de?Careiro
da Várzea. Las?sencillas
casas y tiendas de madera estaban construidas sobre?pilotes.
Algunas de las?ribera eran flotantes. “El Amazonas sube y baja unos 12
metros a lo largo del año”, dijo Enrique. “Durante la temporada de lluvias
inunda esta tierra y la selva también”.Viajamos en camioneta por un camino pavimentado de dos
carriles pasando junto a enormes fincas ganaderas que le han arrebatado terreno
a la selva. El olor a estiércol se acentuaba con la humedad. El asfalto quedó
atrás y tomamos un camino de tierra rojiza lleno de baches, flanqueado en ambas
orillas por casitas de madera cuyos moradores se ganan el sustento pescando y
cultivando plátanos y otras frutas. A lo largo del trayecto nos topamos de vez
en cuando con carros tirados por bueyes y campesinos en bicicleta.Cuando llegamos al final del camino vimos solamente una
cabaña de madera construida sobre pilotes a la orilla del río Mamoré.
—Bienvenido a la selva amazónica —me dijo Enrique.Subimos a la lancha pesquera que nos esperaba y, minutos
después, navegábamos a todo trapo por las parduscas aguas del Mamoré. Recorrer
lo que parece una selva inundada es como viajar en el tiempo. La orilla está
llena de árboles enormes; hay más de 16.000 especies arbóreas, por lo cual a
esta remota parte del mundo se lo llama “el pulmón del planeta”. Después de
navegar una hora por el río llegamos al hotel ecoturístico Amazon Turtle Lodge,
uno de los mejores sitios para ver de cerca a las pirañas.

según los expertos en peces, las pirañas tienen una
mordedura muy potente para su tamaño relativamente pequeño: la mayoría mide
menos de 30 centímetros de largo. Un estudio reciente reveló que las pirañas
negras pueden ejercer una fuerza al morder equivalente a 30 ve- ces su peso
corporal. Ningún otro animal lo iguala, ni siquiera el tiburón blanco gigante.
Hasta el poderoso caimán americano palidece a su lado: la fuerza de mordedura
de piraña es tres veces superior a la de un caimán de la misma longitud.Además de potentes?músculos
mandibulares, la piraña posee?dientes
perfectamente?diseñados para cortar?en
trozos a su presa;?los superiores tienen?forma triangular y
encajan perfectamente en?los huecos de los inferiores al
morder. Como?describió un
escritor:?“Las fuertes mandíbulas completan el arsenal de la piraña y
le permiten dar tajadas rápidas y arrancar la carne del hueso como si fuera una
sierra eléctrica”.Aunque a lo largo de los años se han contado historias sobre
pirañas que atacan y matan seres humanos, ninguna se ha demostrado
fehacientemente. Steve Huskey, profesor de biología en la Universidad del Oeste
de Kentucky, investigador de pirañas y visitante asiduo del Amazonas, afirma
que películas como Piraña y Piraña 2: los vampiros del mar son culpables de
gran parte de la reputación de estos peces como devoradores de hombres. En esos
filmes, las desdichadas víctimas son destrozadas a mordiscos por bancos de
pirañas hambrientas.“Debido en parte a Hollywood, las pirañas tienen una fama
horrible e inmerecida”, dijo Huskey. “Es cierto que pueden matar y por eso hay
que tenerles respeto, pero no son las devorado- ras de hombres que muchos
creen”. Paul Reiss, veterano guía de pesca en el Amazonas, asiente y añade:
“Ellas tendrían que tener más miedo de nosotros”.

Enrique siente un respeto inmenso por este aguerrido pez.
Levanta el dedo índice derecho y me muestra una cicatriz de cuatro centímetros
que tiene alrededor de él. “Una piraña roja me mordió hasta el hueso cuando la
tomé para enseñársela a alguien”, explica el guía peruano. “Lo increíble es que
yo había pescado esa piraña 20 minutos antes y llevaba todo ese tiempo fuera
del agua, en la cubierta del barco. A pesar de eso tuvo fuerza suficiente para
casi arrancarme el dedo. Las pirañas nunca dejan de luchar”. La mayoría de los pescadores con quienes conversé habían sufrido
también mordeduras de pirañas. Uno de ellos, Alipio Gomes, me mostró el dedo
anular izquierdo: le faltaba la punta. Estaba pescando, y mientras
desenganchaba una piraña del anzuelo, el pez le arrancó 2,5 centímetros de
carne y hueso.Nada de esto sorprende a los expertos con los que hablé.
Huskey me explicó que las pirañas han tenido que adaptarse a la disminución de
oxígeno en su hábitat debida al abrupto descenso del nivel del agua que se
produce cada año en los lagos y los ríos de la selva amazónica. “A medida que
baja el nivel del agua, las pirañas tienen que competir por el alimento, el
espacio y el oxígeno. Son competidoras feroces”.De hecho, las pirañas plantean un mayor peligro durante la
temporada seca, por lo general en noviembre. Cuando quedan atrapadas en
pequeños recodos del río, pueden morir literalmente de hambre. Un animal
terrestre que se aventure en uno de los recodos, en particular si está herido o
enfermo, provoca un frenesí de pirañas que intentan alimentarse. A media tarde
el aire húmedo se hace pesado y el sol agobia. Tengo la camiseta empapada y me
escurren gotas de sudor por la frente. Nuestra última parada para pescar, cerca
de la orilla del lago y junto a una franja ancha de cañabrava (una hierba), es
un hervidero de pirañas.Los peces empiezan a picar. Producen miedo, pero sé que eso
se debe a su mala reputación. Todas las personas con quienes hablé antes de
viajar aquí —pescadores deportivos profesionales, biólogos marinos, profeso-
res— me dijeron lo mismo: no te creas los cuentos de terror?sobre
las pirañas.Al ver la superficie del lago en calma, re- cuerdo lo que el
guía Paul Reiss me contestó cuando le pregunté si era posible nadar entre las
pirañas.—Sí, solo asegúrate?de no estar sangrando.?Las
pirañas podrían?pensar
que eres un?animal herido y devorarte. Hasta ahora he?perdido
solo un par de?clientes… ¡comidos por
las pirañas!Supongo que lo dijo en broma.?Le
pregunto a Enrique:?—¿Qué
pensarías si te dijera que quiero nadar con las
pirañas??Se queda atónito. Le dice
a Renato que quiero nadar. Ambos me miran preocupados. Aunque los lugareños no
consideran devoradoras de hombres a las pirañas, no se les ocurre nadar entre
ellas. “Su mordedura es terrible”, dice Enrique muy serio, y me muestra su
cicatrizado dedo índice como recordatorio. Renato desengacha con cuidado del
anzuelo una piraña pequeña y la arroja de vuelta al lago.—¿Te has dado cuenta de que todas las pirañas que hemos
pescado hoy tenían mordisqueadas las aletas? —me pregunta Enrique—. Eso es
señal de que les gusta morderse unas a otras, y quizá a ti también.De la cubierta tomo una cuerda de unos seis metros de largo
y me la amarro a la cintura para que Enrique pueda sacarme del lago en caso de
que surjan problemas. Entonces me acuerdo de lo que el avance de la película
Piraña anunciaba: “Cuando por accidente se liberan pirañas en los ríos de las
zonas turísticas, los visitantes se convierte en su próxima comida”.?Sin
embargo, ya no puedo dar marcha atrás. Cuando
le paso el extremo de la cuerda, Enrique abre los ojos de par en par y me
pregunta:—¿En verdad lo vas a hacer?Instantes después me tiro por la borda. El agua del lago me
refresca la piel deliciosamente, pero cuando empiezo a mover las piernas para
mantenerme a flote, Enrique me dice que pare: agitar brazos y piernas en medio
de un banco de pirañas no es buena idea. De pronto siento que algo me roza una pierna, y luego otra
vez. Me agarro de la lancha, que empieza a flotar hacia la hierba. No me
agrada. Además de pirañas, entre las plantas se ocultan rayas látigo, anguilas
eléctricas y caimanes negros, en espera de su siguiente presa. A gritos,
Enrique le ordena a Renato que se aparte rápidamente de la orilla, y este lo
hace.Aunque llevo apenas unos minutos en el agua, decido volver a
la lancha. Trepo por la borda y me siento. Enrique parece aliviado.—Parecías muy preocupado —le digo—. ¿Por qué?—Si te hubiera mordido, las pirañas habrían olido la sangre
y habrían ido por ti —contesta.—¿Mordido? ¿Quién?—Justo antes de que volvieras a la lancha, vi un caimán de
más de un metro de largo salir de entre la hierba y pasar nadando junto a ti.Esa noche, de regreso en el hotel, Enrique, Renato y yo
estamos cenando algunas de las pirañas negras y rojas que atrapamos. Nos las
sirven asadas a la plancha y también coci das en una sopa llamada caldeirada,
acompañada de todo tipo de verduras locales. Prefiero la sopa; el pescado queda
más suave y sabe más dulce que a la parrilla. Y resulta irónico: me estoy
comiendo un pescado que po- dría haberme comido a mí.La piraña es sabrosa pero tiene muchas espinas. Me llevo a
la boca un trozo de piraña negra, se me clava una espinita en la garganta y
empiezo a asfixiarme. Cuando por fin la escupo, Enrique me recuerda:

—¿No te lo dije? ¡Las pirañas nunca dejan de luchar!

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