¿Reside la valentía en el corazón o en la mente? ¿Qué motiva a algunos a afrontar el peligro mientras que otros huyen de él? El escritor Jeff Wise lo investiga.
Una fresca tarde de noviembre en Fleming Island, Florida, Melissa Hawkinson, de 41 años, llevaba en auto a sus hijos gemelos, de cinco años, de la escuela a casa cuando notó que algo caía al agua más adelante, en el lago Doctors. ¿Qué fue eso?, pensó. Al acercarse vio un coche hundiéndose a unos 30 metros de la orilla. “Se sumergía muy rápido”, cuenta. Frenó junto a una rampa de lanchas y corrió al agua. Debe de estar fría, se dijo.
Se quitó el chaleco y las botas, entró vadeando al lago y nadó hasta el vehículo, donde encontró a Cameron Dorsey, de cinco años, agarrado a su asiento para auto mientras las aguas subían a su alrededor.
Intentó abrir la puerta pero el seguro estaba puesto. Entonces metió el brazo por la ventanilla medio abierta y sacó el seguro. Soltó al chico y, tras nadar hasta la orilla, lo entregó a personas que había en el muelle. El conductor, padre del chico, que intentaba suicidarse, nadó solo hasta la orilla. Al poco rato Melissa estaba sentada en tierra, envuelta en una manta. “Me llevó unos 10 o 15 minutos dejar de tiritar”, comenta.
No hay nada extraordinario en el aspecto de esta madre y ama de casa de cabello castaño. Aun así, algo la distingue de quienes estaban ese día en el muelle. ¿Por qué algunos actúan sin titubear, dispuestos a arriesgarse por un extraño? ¿Qué los lleva a encarar el peligro en vez de huir de él? Melissa, la brigada especial de bomberos forestales de Arizona (19 de cuyos integrantes murieron a mediados de 2013) y todos los que se juegan la vida para salvar a otros, ¿por qué lo hacen?
Y el valiente, ¿nace o se hace? La respuesta es compleja y llena de matices. La valentía reside en la mente, el cerebro y el corazón. Es fruto del instinto, el aprendizaje y la empatía. Neurólogos, psicólogos y otros especialistas la han estudiado a fin de desentrañar el misterio.
CEREBRO Y MIEDO
En el aspecto biológico, la valentía surge de una lucha automática entre la corteza prefrontal, centro de toma de decisiones del cerebro, y la amígdala, centro del miedo. Cuando estamos ante un peligro imprevisto, la amígdala envía a la corteza prefrontal una señal que interfiere en nuestra capacidad de razonamiento. En casos extremos, esto “puede paralizarnos”, dice Daniela Schiller, neurocientífica de la Escuela Superior de Medicina Monte Sinaí, en Nueva York.
Con todo, los valientes no ceden al temor. A veces se fortalecen con la memoria muscular adquirida tras un adiestramiento intenso. Las azafatas de avión, por ejemplo, se ejercitan hasta que son capaces de evacuar el pasaje de un jumbo en 90 segundos.
Por eso, cuando el 6 de julio de 2013 el avión del vuelo 214 de Asiana Airlines cayó antes de alcanzar la pista del Aeropuerto Internacional de San Francisco, Lee Yoon-Hye, azafata de 40 años originaria de Seúl, supo qué hacer. La nave golpeó un dique con la cola y expulsó a tres azafatas. Lee y los otros tripulantes sobrevivientes ayudaron a cientos de pasajeros a salir del avión y llegar a la pista. Casi todos se salvaron gracias, en parte, a la serenidad de la tripulación.
Un tobogán de emergencia, al inflarse, aprisionó a unos pasajeros aterrados; Lee le pasó un cuchillo a un copiloto, quien perforó el tobogán y los liberó. Al estallar un incendio, Lee le lanzó un extinguidor a una colega, que intentó apagarlo. “Seguimos el adiestramiento”, dijo a los periodistas. “En realidad, yo no estaba pensando… mi cuerpo actuaba solo”. Cuando todo terminó, los médicos descubrieron que Lee había hecho su trabajo con el coxis fracturado.
La capacidad de Lee para cumplir su deber en medio de un peligro grave reside en el tejido cerebral llamado ganglios basales. Cuando un acto se practica muchas veces, la responsabilidad de hacerlo se traslada de la corteza cerebral, donde se experimenta de modo consciente, a los ganglios basales, que lo ejecutan automáticamente sin que el miedo los afecte.
Los ejércitos conocen este principio desde hace milenios. Los campos de adiestramiento militar de todo el mundo graban los fundamentos del combate en la mente de los reclutas mediante la repetición incesante. Así, cuando el terror paraliza el raciocinio de un soldado, este puede seguir funcionando como si lo guiara un piloto automático.
EL FACTOR DE LA AMISTAD
El soldado de primera Kyle Carpenter, miembro de una unidad de la Infantería de Marina de los Estados Unidos que el 21 de noviembre de 2010 defendió una aldea afgana contra un ataque talibán, ilustra otro aspecto igual de poderoso, pero más esencial, que influye en la valentía: el instinto. Se presume que, al ver caer una granada cerca de él, protegió de la explosión a un compañero con su propio cuerpo.
Según los psicólogos militares, el instinto de resguardar a los nuestros es uno de los motivos más poderosos del valor en la guerra: los soldados lo muestran no por las medallas, sino para defender a sus compañeros. “En ese momento la amistad supera toda consideración del propio bienestar”, dice Michael Matthews, psicólogo de la Academia de West Point.
La valentía en el campo de batalla, y en todas partes, tal vez se deba a la secreción de oxitocina, la hormona que ayuda a crear lazos sociales, incluido el vínculo entre las madres y sus hijos lactantes. Varios experimentos indican que la oxitocina también mitiga el miedo. El investigador Peter Kirsch colocó a sujetos de estudio en un escáner cerebral mientras les enseñaba imágenes temibles, como caras adustas y armas de fuego. Cuando además los hacía inhalar oxitocina, la amígdala mostraba mucho menos actividad. Tan importante es el efecto de la hormona, que los expertos investigan cómo volverla fármaco: una píldora del valor, por decirlo así.
EXPERIENCIA EXTRACORPÓREA
En mayo de 2013, cuando un tornado descomunal pasó por Moore, Oklahoma, la maestra de primaria Rhonda Crosswhite protegió con su cuerpo a seis alumnos en un compartimiento del baño de la escuela, mientras vientos de 320 kilómetros por hora arrasaban el edificio. Ella no notó sus heridas hasta que la descarga de adrenalina cedió. “Estaba cubierta de cortaduras que no había visto”, le dijo a un periodista.
Paradójicamente, el temor intenso puede motivar grandes actos de valor porque los circuitos del cerebro activan la secreción de la hormona noradrenalina, de efecto similar al de las anfetaminas, la cual permite centrar la atención y hace que el tiempo parezca transcurrir más despacio. Sustancias análogas a la codeína calman el dolor, lo que impide que algunas personas en peligro grave noten que han sufrido fracturas. Y el cortisol que se vierte en la sangre incita al cuerpo a usar sus reservas de energía para moverse a una velocidad y con una fuerza que de otro modo serían imposibles, y afrontar el peligro.
SABER ES PODER
Conocer las circunstancias y la tarea que urge quizá también sea parte de la valentía. Los Hotshots, una brigada especial de bomberos forestales de Arizona, sin duda sabían lo que hacían el 30 de junio de 2013. A las 9 de la mañana, 20 de ellos bajaron de sus camionetas y avanzaron hacia un incendio de 120 hectáreas que un rayo había iniciado dos días antes en el monte Yarnell, a unos 145 kilómetros al norte de Phoenix. Aunque todos eran miembros bien adiestrados del cuerpo de bomberos de Prescott, Arizona, no pudieron prever lo que iba a ocurrir ese día.
Seis horas después, una tormenta eléctrica inesperada hizo cambiar la dirección del viento y un muro de llamas de 12 metros de altura los cercó. Diecinueve bomberos murieron en cuestión de minutos.
A quienes no combatimos incendios nos parece inconcebible el valor que hace falta para exponerse voluntariamente a semejante peligro. Los psicólogos han descubierto que el miedo disminuye cuando uno cree entender una amenaza. Esto quizá se deba a que por instinto tememos lo desconocido: si a una persona metida en un escáner cerebral se le muestra un rostro extraño presentará actividad en la amígdala, no así si conoce el rostro.
Matthew Desmond, sociólogo de la Universidad Harvard y ex bombero forestal, escribe en su libro On the Fireline: Living and Dying with Wildland Firefighters (“En la línea de fuego: la vida y la muerte entre los bomberos forestales”) que casi todos son hombres curtidos al aire libre. “El valor se basa en la idea de que se reconoce el peligro en lo que se ve”, afirma. En los bomberos experimentados, la sensación de dominio embota la percepción del peligro y, con ella, el miedo. “Al principio uno vive aterrado”, dice, “pero cuando ha visto 100 incendios, la adrenalina desaparece”.
Muchos desconocen el sentido del peligro grave. El extraño estado mental de sentir como si viéramos una película de nosotros mismos puede aumentar la ansiedad y paralizarnos. Los múltiples testigos de la proeza de Melissa Hawkinson tal vez se quedaron pasmados porque nunca habían estado en una situación así. En cuanto a ella, no era su primera experiencia. Años antes, junto a su esposo se había topado con un accidente de tránsito y dado reanimación cardiopulmonar a un conductor inconsciente hasta que llegó la ambulancia. Antes de eso, cuenta Melissa, no sabía qué hacer en una emergencia, pero desde entonces confía en sus reacciones bajo presión. “Conservo la calma y hago lo que tengo que hacer”, dice. En otras palabras, encontró una respuesta propia al misterio de la valentía.