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Un golpe de suerte salvó sus vidas

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¿Coincidencia? ¿Intervención divina? ¿Un muy buen día? Sea lo que haya sido, estas personas sin duda son muy afortunadas.

Un golpe frustrado

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David Zehntner, de 56 años, volaba su Cessna 182 sobre su rancho de 16 hectáreas en LaBelle, Florida, listo para aterrizar. Mientras, Berna, su esposa, se asomó por la ventanilla y vio a un desconocido acercarse a la puerta principal. El hombre estaba caminando alrededor de la casa, mirando por las ventanas. Rápidamente regresó a la entrada para autos, enganchó la casa rodante de 1.200 dólares de los Zehntner a su camión plateado y huyó. 

Determinado a capturar al ladrón, Zehntner siguió al vehículo mientras este avanzaba por LaBelle. Luego aterrizó en el aeropuerto local y llamó al número de emergencias. La policía local logró detener al sospechoso y recuperar la casa rodante robada en aproximadamente media hora. El ladrón espera a ser juzgado. Zehntner aún no puede creer que atestiguó todo desde el aire.

A punto de hundirse

Hunter Haire, de 19 años, y cinco amigos se dirigían en camioneta a una fiesta. No podían encontrar la casa, y el GPS del teléfono de Haire no servía. Frustrado, Hunter estacionó frente a un pequeño lago para ver si funcionaba el localizador satelital de la camioneta. Antes de que él pudiera escribir la dirección de destino, su amigo Zac Sawin alcanzó a ver un par de luces brillando en el agua, a unos 45 metros de la orilla. Era un auto en el lago. 

Haire y Sawin, ambos atletas, se tiraron al agua helada y nadaron rápidamente hacia el Mazda que se hundía. Dentro de él, Miguel Hernández, de 23 años, se aferraba al volante, conmocionado. Haire llegó primero y convenció a Hernández de bajar la ventanilla. Entonces entró al auto y luchó por quitarle el cinturón de seguridad. El agua comenzó a entrar a borbotones, haciendo que el auto se fuera hacia el fondo del lago, de unos cinco metros de profundidad. Haire salió por la ventanilla abierta y entonces, él y Sawin, sacaron de un tirón a Hernández. Lograron llevarlo hasta la orilla, al tiempo que el sedán se hundía completamente en la profunda oscuridad.

“La serie de sucesos que nos condujeron hasta allí fue la coincidencia más disparatada”, dice Haire. “Salimos de la casa de mi amigo a una hora en particular, no paramos en ningún semáforo y luego nos perdimos”. Sawin añade: “Si hubiéramos llegado unos 30 segundos más tarde, probablemente él habría muerto”.


El surfista y los salvavidas

Mientras braceaba para alcanzar la siguiente ola durante una competencia en Christchurch, Nueva Zelanda, James Tuhikarama sufrió un infarto que lo derribó de su tabla de surf. Tragó agua, perdió la conciencia y pronto estaba flotando boca abajo en el mar. Por unos instantes nadie se dio cuenta de que él flotaba a la deriva, alejándose de la competencia.

Al mismo tiempo, Hira Edmonds, de 25 años, salvavidas e instructora principal de una empresa de seguridad para el surf, enseñaba a otros 14 salvavidas los puntos más sutiles del rescate de emergencia en el segundo piso de un edificio con vista a la playa de New Brighton. Mientras miraba por la ventana, avistó a alguien con un traje de neopreno flotando inmóvil boca abajo. Edmonds apresuró a sus compañeros y salieron a toda prisa hacia el mar.

Los salvavidas arrastraron a Tuhikarama, de 47 años y padre de dos hijos, hasta la playa. Durante casi una hora el equipo siguió con la resucitación. Finalmente llegó una ambulancia al sitio y trasladó a Tuhikarama a la unidad de terapia intensiva del hospital, donde pasó una semana en un coma inducido, mientras su cerebro y corazón se recuperaban.

Destino marcado

El año pasado, durante el huracán Sandy, la cochera y el sótano de la casa de Christine O’Donovan en el barrio de Belle Harbor en Queens, Nueva York, se inundaron, y dos autos, documentos de años y fotos resultaron destruidos. Aun así, ella considera que tuvo mucha suerte pues su esposo, sus cinco hijos (de 2 y 12 años) y un perro adoptado llamado Buster permanecieron a salvo.

Pero un mes después, cuando unos trabajadores hacían reparaciones en la casa, Buster escapó por la puerta abierta. Buscaron en todo el barrio, sin éxito. Semanas más tarde, O’Donovan recibió un mensaje de texto de un amigo suyo que le decía que viera una página en Facebook donde había una lista de perros que serían sacrificados en los refugios de la Ciudad de Nueva York al día siguiente.

Cuando O’Donovan entró en el sitio halló una foto de Buster, que al parecer sería ejecutado ocho horas más tarde, a las 6 a.m. La perrera cerraba durante la noche y no abriría sus puertas hasta las 8 a.m. Para probar que era dueña del animal, O’Donovan le dijo a la recepcionista: “Lléveme a la parte trasera, donde lo tienen, y verá que es mi perro”. Cuando Buster vio a su dueña, después de tanto tiempo, se volvió loco de alegría y empezó a ladrar, saltar y lamer la cara de O’Donovan, quien se puso a llorar. Eso fue más que suficiente para la trabajadora del refugio de animales… y Buster se fue a casa.

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